Qué tiene que ver la
estación de Murcia con el famoso cuadro de Ramón Casas titulado Al aire libre (Plein Air)? Bueno, podríamos hablar del
género tan definido como denso a un mismo tiempo de los “ambientes”. La estación murciana (un pedazo de ella) y el cuadro de Casas comparten lo que podríamos denominar una estética de la pobreza. Me explicaré brevemente.
Cada vez que he ido a
Murcia y he entrado en la estación, la visión del viejo conjunto de las vías
laterales y los oxidados tanques de agua,
los conjuntos de aparentes desperdicios y cascotes, los tiznes de negro
de los muros semiderruidos, las garitas en ruinas a cuya
sombra se eleva un súbito manojo de aboles ácidos, me ha hecho pensar que
entraba en un fragmento descoyuntado de espacio y tiempo que podría ubicar en
el siglo XIX, - aquel mundo en blanco y negro del
hierro y de los hombres de luto del que hablara Baudelaire - y claro está que
sumido en tal sugestión, cuando diviso, en el margen izquierdo el arco de
entrada a unas viejas dependencias en desuso de la estación no puedo evitar
acordarme del arco que figura en el cuadro de Casas y que parece figurar la
entrada/salida de la terraza en la que se encuentran los dos únicos personajes
de la obra.
Una estación es un lugar tremendamente
poético, sitio fijo de despedidas y regresos, punto quieto que actúa como
bisagra de estos dos movimientos o direcciones antitéticos: irse, llegar.
Recuerdo un poema paradigmático al respecto de Francis Ponge, dedicado a las
estaciones, donde el poeta habla de pistas de respiraciones y chillidos, de trayectos
y masas de humo, chillidos y estertores de las máquinas, espacio farragoso de
impregnaciones, grasas y hollines. Las estaciones modernas tienden cada vez más
a reducir todo este catálogo, eliminando suciedades y sumando eficacia. La
estación de Murcia todavía no ha perdido su encanto de estación tradicional o
antigua, aunque con las obras que en este momento se están llevando a cabo y
con las que parece que van a reduplicar su tamaño, pronto lo va a perder.
Que la asociación que
hago entre la estación murciana y el cuadro de Casas dependa de la semejanza en
la imagen no quiere decir que la conexión se quede ahí: también la igualdad
semántica, a fin de cuentas, se produce porque no puede independizarse
absolutamente de esta semejanza apariencial. Pero en este caso, tendría que
desarrollar una estética de los lugares desangelados y melancólicos a partir de
las significaciones de la zona antigua de una estación y el aire de un cuadro o
una zona, asimismo, de ese cuadro.
De los pintores del
modernismo, Ramón Casas siempre ha sido uno de mis favoritos. Sus óleos poseen
una sutil mezcla de voluptuosidad, fineza formal y precisión psicológica. Los
retratos de mujeres, especialmente, son delicias plásticas y representan el
misterio epocal de aquel tipo de mujer estilada entre fines del XIX y
principios del XX y de la que existe bibliografía específica. Las imágenes de Casas encajan en el espacio de
un modo lánguido y firme a un tiempo, son como gravitaciones inmateriales.
Y, precisamente, la
obra de Casas que desde crío, recuerdo de forma más vívida es también una de
sus pinturas más conocidas y complejas: Plein air, o Al aire libre.
La crítica ha señalado
la originalidad compositiva de la obra articulada a través de tres planos
consecutivos: el primerísimo primer plano de la mesa y de la silla desocupadas,
el segundo en que se encuentra la mujer, imagen que supone el centro
convergente de toda la pintura y de una autonomía plástica total, (por sí sola
sería un cuadro) y un tercer plano, el más alejado, en el que localizamos la
figura masculina. Precisamente esta figura es la que resulta tan curiosa tanto
por la peculiar ambigüedad de su gesto – parece que salga del aseo y esté
reparando en algún detalle de la puerta,
- como por su carácter estéticamente poco canónico.
El genio de Casas ha
sabido captar un dato fugaz de la realidad, ha transformado esa información
visual repentina en el elemento más dinámico del cuadro, si no sumamos a ello
la dirección de la mirada de la mujer que espera con impaciencia a que el
caballero regrese a la mesa y se siente con ella. Por la posición de la mujer,
pero sobre todo por la circunstancia del hombre, el cuadro representa un momento de asueto en la galería
exterior de un café. Momento que a través de la representación pictórica se
inserta en un ámbito muy definido. Asunto complejo sería analizar ese ámbito
que apenas una descripción inicie su desarrollo se convertirá en atmósfera, en
ambiente, es decir, en expresión de unas coordenadas espacio-temporales
pertenecientes a una época determinada, a un estilo concreto, sumido todo ello
en significaciones y sugerencias cuya exégesis podrían darnos los datos
identificadores del espíritu del tiempo.
Es precisamente la
singularidad más anecdótica del cuadro, el hombre vuelto parcialmente hacia
atrás, lo que hace que me fije en los descoyuntados márgenes del espacio
circundante y en el arco modernista-murciano. Si hay algo que
independientemente de toda asociación ambiental podemos detectar en la gran
mayoría de las producciones tanto plásticas como literarias de la época modernista
–simbolista y que las acaricia como una ligera gasa es la deriva melancólica. El
cuadro de Casas es melancólico – ese hombre y esa mujer solos, esa terraza algo
desamparada, la brumosa periferia que rodea a la terraza – pero sin que esa
sensación llegue a secuestrar la obra. El arco luminoso parece el único lujo
tecnológico que encontramos, lujo que en la estación de Murcia se convierte en
resto de unos tiempos pasados, en ruina herrumbrosa, en objeto arqueológico. Y más
anacrónico parecerá ese arco en la estación mientras que las obras actuales lo
destaquen frente al inmediato cambio del entorno que se avecina.
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