Efectivamente, ya sabemos
que “la realidad supera a la ficción” y también que “la realidad imita al arte”.
Pero creo que vamos camino de rizar el rizo y establecer lo sorprendente y raro
como calificativo regular de lo que nos ocurre
y hacemos como género. Leo una noticia sobre las últimas investigaciones
llevadas a cabo en la Universidad Miguel Hernández de Elche: El investigador de Neurociencias de UMH
Alejandro Gómez Marín descubre que la ley de potencias en el trazado de los
garabatos humanos está presente en las trayectorias de las larvas de la mosca de la fruta. Es
decir, que el movimiento de los bichos buscando comida reproduce un patrón de
líneas y curvas que es idéntico – o casi – al que los humanos reflejan al hacer
garabatos al buen tuntún sobre un papel. La verdad es que al leer el titular me
resistí a aceptar lo que había o creía haber entendido.
Al leerlo de nuevo e
internarme en el texto del artículo, no tuve más remedio que aceptar, con algo
de irritación y sorpresa lo insólito de la noticia. Un montón de preguntas me
vinieron a la cabeza cuestionando la verdad, la prioridad, la razón de tales
investigaciones y resultados. No es que reaccionase contra los avances del
conocer sino que lo hacía contra el aspecto retorcido y algo ridículo que
adquiere. Se hace complicado criticar a la ciencia cuando esta se ha vuelto ya surrealista.
La pregunta pertinente, con respecto al experimento en cuestión, sería
qué razón ha llevado a presentar similitudes entre una y otra cosa y no entre
otras distintas.
En primer lugar ya está
descrito no solo el protocolo que las larvas de la mosca de la fruta llevan a
cabo para obtener su alimento sino la serie y tipo de movimientos precisos que
realiza para ello. En segundo lugar, también está detectada y descrita, a
través, supongo, del sesudo registro experimental, una uniformidad de trazos
varios que el individuo humano ejecuta distraídamente al hacer garabatos y que
constituye, nada menos, que un patrón – conjunto regular de líneas y curvas.
Ambas cosas, tras ser percibidas, estudiadas y medidas, se comparan y muestran un paralelismo direccional (casi)
total.
Lo que uno se pregunta
enseguida es la utilidad de un experimento de este tipo, la elección caprichosa
de los objetos experimentados, la posibilidad de que pueda surgir cualquier
otra estrafalaria semejanza entre otros dos objetos relacionados entre sí, y
sobre todo, el grado de convencionalidad del experimento, es decir, hasta qué
punto la relación entre movimientos larvarios y garabatos constituye tal
relación.
Si lo que el experimento
postula es la existencia de unas pautas en el universo, formas de procedimientos
similares entre elementos dispares del mundo biológico, subamos un poquitín el
listón, porque podríamos sentirnos tentados por establecer semejanzas
operacionales sobre tales franjas entre, por ejemplo, la altura que alcanzan
las gotas de lluvia al rebotar contra las hojas de un seto y la que alcanzan
las crías de la pulga marinera a la búsqueda de un espacio de succión sanguínea;
o bien suponer un paralelismo entre los tirabuzones que un globo deja en el
aire al deshincharse y los dibujos que la batuta de un director de
orquesta hace sobre el éter al dirigir la séptima de Beethoven.
Preferiría pensar
similitudes cósmicas entre la espiral
del ADN, fractales, mandalas y lo que
ocurre dentro de un agujero negro antes que conocer las veleidades vagamente
pictóricas de una larva y la tendencias de larva errática de la mano al trazar
garabatos sin historia. Aun así, la descripción de este experimento de la
Universidad Miguel Hernández me sigue pareciendo bizarra, curiosa- algo en común debemos tener
los habitantes del mismo planeta aunque nos desarrollemos en biotopos bien
distintos - y lo que me irrita no es lo
que se ha presuntamente descubierto sino la naturaleza misma del experimento: algo
aparentemente anodino – las relaciones “psicomotrices” confirmadas entre larvas
y garabatos, que implica, sin embargo, parentescos genesíacos - la acción de leyes - entre los seres de
la creación.
Lo extraordinario se integra en el funcionamiento de la normalidad de la vida.
Lo insólito se camufla en lo real. Y por lo tanto, lo real es también raro. Sea
dicho, de todos modos, que si la mano del ser humano, al hacer garabatos, traza
distraídamente itinerarios vitales para seres inferiores, en tanto esa mano abandone la desidia,
esculpirá las vías de acceso a las estrellas para conocer a nuestros hermanos
del espacio. Adelante, pues.
1 comentario:
¡Larga vida a la Patafísica! Saludos.
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