LA RAZÓN ESTÉTICA
Chantal Maillard
En una entrevista reciente,
manifestaba Chantail Maillard que actualmente era más pesimista que cuando
escribió este libro, hace, insólitamente, veinte años. Confieso que aunque la fecha de
su primera edición, 1998, amenazaba con convertirse en un condicionante
incómodo para la lectura, lo hice, me llevé el libro del sólido compartimento
estanco en que se encontraba ordenadamente encajonado - sección de librería del Corte Inglés, dicho
sea de paso -, considerando la fecha como un oscilante dato de aviso que
diluiría su alarma en las espumas del espacio mayor del texto.
Cierto es que no hay nada
más tedioso y melancólico que consultar cierta bibliografía sobre la postmodernidad
escrita en los años ochenta o noventa, pero también es verdad que uno se revela
ante el hecho presunto de que el paso del tiempo afecte de tal modo al pensar
filosófico que anule sus audacias y pronósticos, convirtiéndolos en precoces
daguerrotipos, en signos de algo que ya no es. El pensar tiene que ser algo más
que una moda, diría cómicamente.
De todos modos, el texto ha
sido revisado por la autora que ha actualizado artículos y fragmentos de capítulos y ha escrito
un prólogo a esta reedición, justificando el porqué de la misma.
Creo que Chantal Maillard ha
hecho bien en rescatar este texto y volver a ponerlo en circulación a la
atención reflexiva del nuevo lector, del lector probable. En los años noventa
todavía no había acontecido universalmente, internet ni se había extendido
internacionalmente el fenómeno del terrorismo islámico, pero todo ello estaba a punto de hacerlo. Ese a punto indica la
inmediatez de tales acontecimientos, sugiere que ya se estaban formando, que
estaban en devenir. Es en ese punto de transición continua del devenir donde
hay que ubicar y valorar la efectividad de las reflexiones que despliega la
obra de Chantal. La razón estética es más una propuesta que un mero pronóstico.
En ello radica también su interés, es decir, que no se trata de un informe
cerrado, de la constatación final de unos estados, sino de centrarse en lo que
se deriva de los mismos y ofrecer una reflexión, una alternativa al balance
realizado. Esta alternativa se convierte también en una poética, lo que completa el veredicto: exposición teórica, solución
práctica.
Y, precisamente, solución,
movimiento, desenlace, creatividad, es lo que necesita la razón estética no ya
sólo para formularse sino para identificar esos pasos que nos ayudarían a
afrontar lo real y a transformar, modular la materia de la realidad.
Chantal define qué es la
razón estética y por qué resulta necesaria invocando los motivos que estimulan
su pensamiento antes que sumar grandes conceptos abstractos.
Hay una serie de elementos
comunes de los que parte la reflexión y que pretenden esclarecer las bases del
concepto de realidad y el modo operativo de una razón que desea adoptar las
cualidades receptoras y transformativas de lo artístico o poético: no existe
una realidad previa al hacer poético, la realidad se constituye y se esclarece al mismo tiempo que la atendemos, es decir, la creamos desde el seno de esa razón estética.
La imaginación no parte del logos
sino que lo determina. Concurrencia del pensamiento y de la imagen, o bien, no
se piensa sin el concurso de la imagen. Relevancia primera de la información
que nos transmite nuestra experiencia sensorial, ya que esta constituye la base
sobre las que configuraremos nuestras imágenes del mundo. Preeminencia del
hacer – el juego de la creatividad – sobre el juicio. Evitación de tributos
metafísicos, interpretados como servidumbre teórica, evitación, por tanto, de
convertir el lenguaje en objetivo narrativo o patria de la palabra: hay que
liberar al testimonio escrito de la tentación del lenguaje.
Todos estos aspectos del
proceder reflexivo estructuran o justifican una poética consecuente que Chantal
denomina “fenomenológica”. Chantal, que es tanto filósofa como poeta, justifica
meridianamente, esta definición, justificación que funciona como una
recomendación para poetas y experimentadores del verbo que pretendan obtener
resultados con visos de autenticidad. La poesía fenomenológica sobre todo huye
de todo ensimismamiento lingüístico, de todo servilismo metafísico: su misión
es retratar lo acontecido ante sí, someter al lenguaje a una disciplina de despojamiento
para que las tentaciones verborrágicas no enfurruñen la visión, la mirada del
poeta que es su herramienta más privilegiada.
Podríamos decir aquí que Chantal
tiende a una orientalización de la norma occidental: que la poesía se convierta
en una suerte de dimensionamiento del haikú, que adquiera su concretez y
limpieza, que la escritura poética no rechace la higiene de una restricción que
la liberaría de turbiedades metafísicas.
El poeta debe registrar la
particularidad del fenómeno, transcribir a palabras lo que haya visto-soñado,
no ensayar interpretaciones. Chantal es clara: alejamiento de todo
romanticismo, de toda caída pegajosa y falsaria en evocaciones del pasado o de
un futuro inexistente. El presente es la fuente de claridad y realidad. Un presente
que también se presenta como un trascender todo enclave temporal, pues lo que
esta poética manifiesta tácitamente es su ignorancia del fin o del principio
del tiempo y de los rebosos de la conciencia.
“El suceso, cualquier suceso
es el universo entero”, explicita Chantal, dando a entender que el nexo de toda
circunstancia es ese hilo invisible pero absolutamente vivo del suceder. La
misma red semántica del verbo lleva implícitas esas significaciones: si algo
sucede no lo hace implosionando sino mezclándose en la claridad de su darse.
Creo que Chantal es algo más
que meramente cauta cuando “aconseja” practicar una poética así. Grosso modo
diríamos que en la época – la actual - en que resulta difícil escribir con sencillez, esta
poética sería la que menos mintiese sobre su producto estético.
Chantal viene a decir y lo
resume en su propuesta: abandonemos los espesores del lenguaje para que este
pueda ser de verdad habitado, para que se convierta en instrumento de nuestras creaciones
vivas, no en objetivo de las mismas.
Diluir la conciencia en el
material legítimo de la percepción sin que se vaya a nutrir modelos o idearios
previos de realidad, vencer la tentación de un uso exhibitorio del lenguaje, someter,
en definitiva, la maquinaria discursiva del yo, pueden parecer tentativas de
una asepsia imposible o, incluso, poco aconsejables, pues en el surtido de las
propuestas multiposmodernas, esta poética podría parecer una poética más.
Lo que Chantal plantea y propone me parece tan
interesante y aceptable en 1998 como en 2018. Aunque bien es cierto que alguna
observación puede ser pertinente en el ámbito de la reflexión que abre. Chantal
dice, que “la palabra perdió desde hace tiempo su inmediatez”, pero supongo que
se refiere a un concepto profundo, grave, filosófico de la palabra. ¿Podríamos
decir lo mismo en ámbitos populares, en lugares u ocasiones en que hemos de
prescindir de toda sofisticación, en momentos especiales y súbitos como los
momentos de perdón, confesión o júbilo en los que el que habla emplea una
expresión emotiva que no esperaríamos escuchar y en la que la palabra ha dicho
toda su verdad con la fuerza y la eficacia justas?
Chantal conoce por partida
doble la historia de la palabra, por un lado como filósofa y por otro como
poeta, y creo que no hace, sencillamente, sino aplicarse al curso de un
dilucidamiento de los conceptos históricos, en el que es imposible no realizar
una crítica al lenguaje y advertir hasta qué punto estamos imbuidos,
prejuiciosa e inercialmente de metafísica, precisamente por "culpa" del lenguaje.
La lectura de todo texto
filosófico puede convertirse en una experiencia nutricia de hallazgos y
fascinaciones intelectivas. La escritura precisa de Chantal nos surte, también,
de frases reveladoras que bien podrían antologarse como brillantes aforismos
insertos en el espacio mayor del texto:
"Nada es necesario, y sin
embargo todo ocurre necesariamente".
"Las teorías son historias
con pretensión de verdad".
"Los mitos se construyen como
exorcismos".
"La actitud poiética nace cuando se apacigua el
deseo de saber".
"¿Qué es el pensamiento
científico sino una ampliación procedimental de la opinión?"
"La imaginación no presupone
el logos, sino que lo determina".
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