RECUERDOS DE RAINER MARIA
RILKE
Marie Von Thurn Und Taxis
Lo que hoy resulta un
anacronismo es lo que constituye el encanto de la vida social de Rilke: su
familiaridad con la aristocracia, su práctica convivencia con la misma en los
episodios creativos más importantes. Ahora bien, esta intimidad con duques y
duquesas, con nobles de distinta gradación, no está justificada meramente por
razones de mecenazgo. No hay “aristocratismo” en Rilke; si se manejaba con
personas de este rango o se movía en un ambiente cercano es por ser él un
aristócrata nativo, es decir, un elegido por las divinidades. Un Jean Louis
Barrault decía de Artaud que “era bello como un rey”, y Cervantes fue
bautizado como "Príncipe de los ingenios", y sin entrar en áureas consagraciones
de ningún tipo, sabemos que la naturaleza estética consta de una receptividad y
de una consecuente gestualidad iluminadora bien lejos del mero mirar sin ver,
por ello, una sensibilidad como la de Rilke encontró un espacio propicio en los ámbitos distinguidos de cierta aristocracia verdaderamente
culta. Ser orfebre u obrero de la palabra no podría aplicársele indiscriminadamente,
habría que ser precisos y elegir entre ambas acepciones. Y si Rilke trabajaba
según el etéreo canon, es decir, a la orden de las musas, el que lo hiciera buscando la
adecuación de esas coordenadas ambientales, es tanto lo que le distingue de
otros autores como lo que certifica la ineludibilidad de su naturaleza. Su amiga la princesa Marie Von Thurn Und Taxis
no solo acompañó a Rilke en su gestación de las famosas elegías, sino que le
prestó ese entorno en el que escritura e inspiración pudieron emerger y
funcionar juntas. Suyo fue el castillo en el que se escribieron las Elegías del
Duino, excepcionalidad espacio-literaria que ya forma parte de la historia.
Este
libro de recuerdos, discreto pero suficiente, sincero e interesante, cuenta los
viajes hechos en común, las peregrinaciones incesantes del poeta, esa búsqueda
de la atmosfera exacta, en los más distintos lugares, en la que acomodar las revelaciones finales del
estro. El texto está exento de chismografía: confirma una sensibilidad única y
el honor de haber asistido a la concepción de la obra poética del mayor poeta
en lengua alemana de su tiempo. A los poetas les recuerda la historia
literaria, los críticos o sus lectores. Qué suntuosidad que a algunos los
recuerden, también, con emoción príncipes y princesas y encima bajo el
apelativo familiar de Seráfico.
El amor a Venecia hizo que
poeta y princesa vivieran una singular aventura: perderse por los laberintos
acuáticos de la ciudad, yendo a parar, envueltos en una repentina bruma, a una
plaza silenciosa, rodeada de casas extrañas en pleno medio día y sin avistar
absolutamente a nadie por los alrededores hasta que lograron salir de allí sin
recordar cómo. De este modo, como perdido en un dulce ensueño, veo a Rilke,
extemporáneo, rodeado de ángeles renacentistas y rosas, pero de ese mismo modo,
tan precisamente hallado, entregado a ilustrar el enigma que el tiempo le
destinaba a través de la palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario