Pudores de la ideología
Cómo malogramos nuestras
mejores ideas por una suerte de pudor racionalista. Llega un momento en que te
dices que si ciertos argumentos y discursos sobre la igualdad, los derechos de
los inmigrantes o contra la pobreza, no se hacen en nombre del amor sino por
pura cuestión ideológica, por una especie de adherencia mecánica a la verdad de
la cosa, terminan resultando tan indiferentes e incluso criticables y
rebatibles como cualquier otra exposición mediática, pierden su excelencia
anímica y se suman al con- junto indistinto de los demás argumentos. La
izquierda prefiere decir que se pretende justa antes de hablar de bondad o de harmonía.
Cuestión semiótico-hermenéutica-exegética.
Pongamos en sano aprieto al
Corán. Pregunto: si un texto produce sistemáticamente interpretaciones
aberrantes, ¿de dónde proviene el error: de los lectores o del propio texto?
Los tesoros estúpidamente olvidados.
Por inercia, los libros de
historia musical contemporánea, al acercarse a principios del XX, repiten la
famosa tríada, Mahler, Schoenberg y Stravinsky para ilustrar el proceso general
del cambio estético y formal que se produjo en este campo. Pero precisamente,
las líneas generalistas simplifican y reducen el nombre de los otros
protagonistas de estos grandes cambios musicales. Si cito los nombres de Florent
Schmitt, Charles Koechlin o Charles Tournemire, por ejemplo, tengo que recordar
que los tres son franceses, luchando contra mi manía de considerarlos
compositores germanos, y desde luego, contemporáneos estrictos de los otros
tres citados, señalando que son compositores de músicas poderosas, soberbias y
misteriosas. Por ejemplo, Vers le soleil,
las siete monodias que Koechlin escribió para ondas Martenot, es una de las piezas más fascinadoras que
haya escuchado nunca, descubierta por azar en el océano internético, una obra
que data de 1939. Nos hartamos de escuchar los nombres de Debussy y Ravel como
los maestros del impresionismo, cuando alguna de las piezas de cámara de Florent
Scmitt son excelentes muestras de un impresionismo más sustancial y algo menos sensorialista,
pero, a veces, indistinguible de las obras de los autores anteriormente citados
y conocidos por todos. La obra para órgano de Tournemire es una de las obras
para este instrumento más notable del siglo XX. Uno se pregunta por qué este olvido, o mejor dicho, esta evitación
viciosa, de la cita de sus nombres. Independientemente de una fortuita ligazón
de circunstancias o de la discreción personal de estos compositores, yo diría
que esta “desmemoria” se produce por nuestra tendencia a la simplicidad y a la
estandarización, por querer reducir a toda costa la historia del arte a un par
de nombres, lo que lleva consigo o promueve esa pereza amante de los
estereotipos y los nombres consagrados que
determinan que obras de calidad semejante desaparezcan o sean injustamente opacadas
en el espacio regular de nuestras audiciones.
El abismo.
Considera Cioran que Dios
creó el universo para sobrellevar el aburrimiento de su inconmensurable
soledad. Para hacerse, de algún modo, compañero remoto de semejante
desconsuelo, escribe agudamente: “Sólo oponiéndole otras soledades me siento
digno ante Dios.” Es decir, solo mostrando mi radical extrañeza y mi íntimo y
definitivo desamparo, puedo imaginar establecer una línea de contacto divino y
creer en que la divinidad confraternice con mi desolación. Si este es el
principio de una semejanza, la soledad en que toda mi alma pueda perderse, qué
pasará con los seres que han muerto jóvenes, con los niños asesinados, con los
inocentes que fueron arrancados de tal modo de la vida. Ahí hay algo mucho más
radical que la soledad, que no lanza al ser al vacío sino que lo destruye
apenas ha empezado a vivir y ni tan siquiera. La historia de todas las víctimas
inocentes es lo único que puede motivar a la divinidad a acordarse de este
mundo y propiciar algo de esperanza, de
encuentro feliz entre ambos, entre creatura y creador y del que los demás,
nosotros, deberíamos también dirimir fases y momentos.
Por qué son los gitanos un pueblo maldito.
Por no escribir. El gran error de los gitanos no es considerar
la mendicidad un modo de vida, haber convertido el pedir limosna en una
profesión cuando no lo es, sino el no tener memoria de lo que los convirtió en
un pueblo itinerante, condenados a no
poseer ni patria ni gobierno, es decir, no haber escrito sobre las
circunstancias y motivos de la expulsión de donde vivían. Los gitanos poseen
cierta literatura y cierta desleída mitología, pero no tienen, que yo sepa, una leyenda, un relato que explique más allá
de lo circunstancial, el porqué exacto de su conversión en un colectivo eternamente marginal y errante.
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