Produce un efecto fascinador
descubrir o acceder a un material informativo que nos contacte directamente con
ese mundo que solo el cine o la literatura se han encargado de representar en
sus cualidades máximas. Comprendo perfectamente la sensación mágica, la ilusión
y la sorpresa de Elvira Sanjuán cuando entre las pesquisas en las que estaba
envuelta, dio, azarosamente, con las cartas que en este volumen publicado por
la Universidad de Alicante, transcribe y analiza. El estado de las cartas, la
singularidad de los documentos encontrados, en suma, el hallazgo en sí, todo resulta tan curioso,
tan literario, que la investigadora llega a decir que las cartas le estaban
esperando. Lo que Elvira Sanjuán encuentra en el Archivo Provincial de Alicante
es un conjunto de cartas, la correspondencia manuscrita que mantuvieron un
funcionario de la ciudad de alicante, Pablo Manchón y una dama oriolana, María
Antonia López Guardamuro, alrededor de 1831. Las cartas nos narran la breve
pero intensa historia de amor fallido a
lo largo, aproximadamente, de un par de años, que se produjo entre ellos, y
cuya exposición de vicisitudes, parece cumplir con casi todos los ingredientes
formales de la novela epistolar amorosa romántica: la aventura de mantener un
amor prohibido al estar ambos amantes casados y ser residentes en ciudades
distantes entre sí, - la distancia, entonces, entre Orihuela y Alicante,
comparada con la de ahora, y sin que ambas ciudades, evidentemente, hayan
cambiado de ubicación, era casi infinita-; los laboriosos esfuerzos que debían
llevar a cabo para mantener oculto ese amor a ojos de los familiares y amigos
más cercanos, el entrometimiento casual de algún personaje entre ambos amantes,
amagos de duelo contra uno de esos personajes, las dudas y angustias ante el
futuro de un amor así, etcétera. Y unido a ello, a la suma de acontecimientos
reales, lo que desde el punto de vista
de la investigación filológica resulta más suculento e interesante: la altura expresiva,
el estilo de las cartas. Y en este
punto siempre salta la consabida e inextricable cuestión: los amantes de aquel
1831 ¿utilizaban los modos estandarizados de lenguaje de su época, intentaron ser más originales al querer ser
más auténticos o se adaptaron felizmente a la retórica que entonces pudieron utilizar? Y con estos interrogantes básicos, la ristra consecuente de
los demás: ¿qué tipo de sociedad reflejaba el lenguaje del momento, o al revés,
qué capacidades sociales son las que su vigor lingüístico contemporáneo ilustraba y potenciaba? ¿Cuáles fueron, en
las primeras décadas del XIX los límites del lenguaje literario a la hora de comunicar
las dimensiones más complejas y delicadas de la subjetividad?
La valoración de un
documento histórico como lo son estas cartas, supone la consideración de su
hecho lingüístico, es decir, la manifestación de una lengua en un momento
histórico concreto a través de las singulares circunstanciales subjetivas de
los dos comunicantes que nos la hacen llegar.
En el siglo XIX la práctica de
los diarios íntimos o la conversión de novelas epistolares en género típico,
nos hablan de una eclosión de la vida subjetiva, de los mundos del yo y de los
sentimientos. En estas cartas independientemente del registro de modismos o
giros en el habla, o de la curiosa y fugaz información de ámbito local que
podamos encontrar, accedemos súbitamente a un espacio de la intimidad que nos
hace recordar la ficción literaria. La cuestión que podría plantearse aquí es
quién se parece a quién, quién copia a quién: la realidad a la ficción o al
contrario, la ficción a la realidad.
Cuando un investigador
descubre un material histórico del calibre de estas cartas, tras las
impresiones primeras y personales de tal descubrimiento, comienzan las otras
fascinaciones, las fascinaciones intelectuales, la lucubración positiva:
identificación de la autoría de lo hallado, ubicación geográfica, estilística y
social de los documentos y personajes en ellos implicados, etc... En ese obligado
proceso de reconstrucción y ubicación del material, se impone la tarea del “encajamiento”,
en según qué casos, tediosa y sin magia, y, en según qué otros, tarea
enriquecedora y desafiante: cómo encajar los personajes protagonistas del
documento en las jerarquías sociales y psicológicas del momento, qué rol
individual asignarles para estructurar así la lógica del estudio general, con
qué hábitos o lenguajes identificarlos
para reconocer sus figuras como correspondientes a marcos previamente
definidos, qué imaginarios reflejan a través de sus expresiones. En definitiva,
cómo encajar a los sujetos existenciales en lo que para nosotros, podrían ser, con variaciones más o menos significativas,
estereotipos. Creo que, como digo, esta tarea elemental, a veces resulta casi
inercial, y por ello, lo aconsejable para rastrear con acierto y emoción la
historia, sería imaginar la realidad como un flujo convergente de vida de los
sujetos y modos lingüísticos y de pensamiento. En el caso que nos ocupa, en la
correspondencia entre Pablo Manchón y Antonia Guardamuro, se registran momentos
que se asemejan a pasajes típicos de las contiendas amorosas epistolares del
período romántico. Podríamos acordarnos de,
por ejemplo, las cartas remitidas entre Alfred de Musset y George Sand.
Un material histórico como
unas cartas de amor, nos suministran tanto información objetiva, como otra de carácter subjetivo. La objetiva podría venir
representada por alusiones de carácter político hasta modismos lingüísticos. Me
ha chocado que “chacho”, a lo que queda reducido “muchacho”, aparezca en
las cartas, cuando hoy no resulta usual en Orihuela ni en Alicante, mientras
que otros como el curioso “advertida”, es decir, adormecida, la recuerdo de labios
de mi madre y sobre todo de mi abuela, quien solía añadir el diminutivo final:
“advertidica”.
Hay más cartas de Antonia
“Tona” Guardamuro que de Pablo Manchón. La escritura – la “gravedad” de la
escritura - de ambos amantes, guarda una línea de equilibrio, es decir, no hay
saltos extraordinarios desde el punto de vista formal entre las cartas de ambos
remitentes, pero sí advertimos una mayor delicadeza y variedad expresiva en las
cartas de la enamorada.
Examinando las cartas de
esta última, se nos confiesa lo que, vitalmente, supone su amor por Pablo: un
desasosiego total que, paradójicamente, es lo que más estimula su vida de
aislamiento. El amor es lo que irriga vida en las venas de una existencia con
carencia de acontecimientos, relaciones sociales comedidas y en la que la confección
de dulces que Tona envía a su amado se convierte en una actividad reseñable. Tona se queja del ambiente provinciano y
mediocre: el salir de mi pueblo que las
acciones más indiferentes son miradas como un crimen.
No obstante Tona sale a
pasear, visita Murcia, va a las fiestas
de Elche, toma aguas en Busot…
También uno se inclina a
pensar, percibiendo las laxitudes temporales que van enhebrando los mensajes, que los encuentros íntimos de los amantes, es
decir, las relaciones sexuales entre ambos, no fueron precisamente abundantes.
Esta correspondencia es estrictamente sentimental y trágica, no hay confesiones
eróticas salvo las muy sublimadas languideces y turbaciones de Tona entre
espera y espera del amado. Esas sublimaciones escritas son también lo que da temperatura
y verdad a esta correspondencia.
Podríamos decir que lo
extraordinario de este epistolario es tanto su sorpresiva compacidad escritural
como el carácter unitario de su relato, pues asistimos al inicio, desarrollo y
final de una relación amorosa. El hecho de la conservación íntegra de la
correspondencia, es decir, la no existencia de otro epistolario de las mismas
características, lo hacen doblemente extraordinario.
Hay una historia, la
presuntamente objetiva, la de las guerras, los convenios y las civilizaciones,
pero hay otra más esquiva y secreta, la historia de la vida privada, de cuyos
íntimos laberintos tantos capítulos quedan por descubrir y estudiar.
En este segundo apartado
radico la percepción y articulación de unos documentos tan especiales como los
que suponen estas cartas. Lo más notable que he experimentado leyéndolas es
también una conclusión en el pensamiento sobre el ser de la realidad, tanto de
estos tiempos como de los pasados: la vida es literatura, la vida se manifiesta
con tranquila plenitud a través de la palabra y el arte. Ratifico el
pensamiento de Hörderlin: “Es poéticamente como el hombre vive en la tierra”, al
tiempo que, por otro lado, deseamos que
Elvira Sanjuán tiente de nuevo a su ángel y deambule “inadvertidamente” por
esos vegetativos archivos municipales, a ver si esconden otra sorpresa
semejante.
2 comentarios:
Es precioso tu comentario sobre esos contenidos epistolares..
Curioso tema para leer e investigar.
El amor, y sobre todo el clandestino, es el que mueve los corazones del mundo .
Esta historia de una señora de provincias con un funcionario,supongo que haya sido no esta realidad de los
personajes,sino posiblemente sería más usual de lo normal....
Cuantos matrimonios sin amor han existido y existen....
Cuantas cartas es capaz de escribir una mujer enamorada!!!.
Lo clandestino se convierte en pasión, y a mayor dificultad mayor enamoramiento...
Has expresado el lenguaje utilizado ,el del género epistolar de una forma muy brillante....
Y la familiaridad de chacho" y advertida....
Yo también conocí esta expresión por mi abuela materna y paterna.
El siglo epistolar es el género literario más intimista .
Mas romántico y si esta alimentado por la historia y costumbres de la época, queda más interesante.
Me ha gustado mucho.
Yo todavía guardo mis cartas de amor y no puedo tirarlas o romperlas, era todo tan sentido,era todo tan alegre,esperado y a la vez,el alma se hinchaba de dolor...
Te felicito por tu interés literario.
Eres una persona cuya vida es leer y escribir, y consecuentemente ofreces una gran coherencia .
Mis felicitaciónes.
La literatura y tu interés por el ser humano da sentido a tu vida
Gracias por la magnifica reseña y por el interés en la historia de desamor entre dos personajes reales que podrían servir de inspiración a las novelas románticas del siglo XIX, cuántas historias de este tipo debieron sucederse para inspirar así a autores de la época
Publicar un comentario