Edgar Allan Poe fue el
primer escritor que recuerdo haber leído con asiduidad y pasión.
Teniendo en cuenta las características de su obra, este primer encuentro con
una producción literaria de autoría tan turbulenta y contundente, supuso para
mí entrar en una galaxia de tramas y personajes fantásticos, mucho más
específica que cualquier otro conjunto folklórico de narrativa. Lo fantástico como
producto puede haber entrado en nosotros a través de cualquier medio: el cine,
la pintura, los cuentos de tradición oral, etc... La lectura de Poe arrojaba
una singularidad fascinadora al tópico que pudiera residir en mí, abría un
abanico de posibilidades ficcionales que suponían mundos nuevos – los relatos
poéticos, los de aventuras científicas, o los de humor extraño - .
Precisamente este carácter
originario es el que determinó un tipo e intensidad de placer literario que ha generado
en mí una duda constante cada vez que me he enfrentado al universo poeiano: ¿es
idéntica la fascinación literaria que siento leyendo los cuentos de Poe a la
que pueda experimentar cualquier otra persona? El hechizo en que me sumí
leyendo las primeras veces cuentos como El
diablo en el campanario o La isla del
hada, ¿es semejante a lo puedan
sentir otros lectores?
En las tardes de los veranos de finales de los
setenta, fui teniendo, frente a la masa azul del mar que divisaba desde la
terraza del tercer piso en Torrevieja, sorpresivos encuentros con un verbo
encantado y minucioso, el de aquel alcohólico que se casó con su prima de
apenas trece años y que falleció oscuramente
en una ciudad que apenas conocía.
El volumen fundacional de mi
conocimiento de Poe fue un libro del
Círculo de Lectores de quien era socio mi padre, publicado en 1968, y que
permanecía en la estantería del comedor, indiferentemente, junto a la caracola
gigante y a alguna otra fruslería veraniega de adorno.
La traducción de Julio
Cortázar de los cuentos de Poe es famosa; la de este libro, realizada por un desconocido
Diego Navarro, es tan buena, incluso mejor que la del autor argentino.
Poe tiene el honor de ser
considerado el creador del relato policial y ser un maestro del relato
fantástico o de terror, pero su obra es prismática y resulta más compleja de lo
que se suele admitir. Relatos como El
aliento perdido, X en suelto, El genio de la singularidad o El hombre que se gastó son hilarantes
muestras de humor absurdo y surrealista.
Los cuentos de Poe suponen
un brillante muestrario no sólo de narrativa fantástica: la profesionalidad, la
agudeza de Poe lo llevan a curiosas y agudas intuiciones sobre la vida moderna
y la creciente alienación social. Ese sorpresivo El hombre de la multitud contiene tales resonancias críticas que no
pudo pasársele a Walter Benjamin el antologarlo como preciosa primicia de lo
que suponía el advenimiento de las masas y la vida fantasmagórica en las
grandes ciudades.
Poe pertenece a la memoria
reciente de la Literatura como uno de sus grandes creadores, y en mi caso, a mi memoria literaria y diría a
mi imaginario, en tanto que vehiculador de fascinaciones ficcionales y
ambientales. El Poe filósofo y ensayista, nos confirma el grado de conocimiento
de su medio verbal, rematando a través de su Eureka, la aspiración a la convergencia entre ciencia y palabra, al
elegir el cosmos como motivo místico- filosófico de la plenitud intelectiva y
espiritual.
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