jueves, 17 de enero de 2019

1849-2019: A 170 AÑOS DE POE.






Edgar Allan Poe fue el primer escritor que recuerdo haber leído con asiduidad y pasión. Teniendo en cuenta las características de su obra, este primer encuentro con una producción literaria de autoría tan turbulenta y contundente, supuso para mí entrar en una galaxia de tramas y personajes fantásticos, mucho más específica que cualquier otro conjunto folklórico de narrativa. Lo fantástico como producto puede haber entrado en nosotros a través de cualquier medio: el cine, la pintura, los cuentos de tradición oral, etc... La lectura de Poe arrojaba una singularidad fascinadora al tópico que pudiera residir en mí, abría un abanico de posibilidades ficcionales que suponían mundos nuevos – los relatos poéticos, los de aventuras científicas, o los de humor extraño - .
Precisamente este carácter originario es el que determinó un tipo e intensidad de placer literario que ha generado en mí una duda constante cada vez que me he enfrentado al universo poeiano: ¿es idéntica la fascinación literaria que siento leyendo los cuentos de Poe a la que pueda experimentar cualquier otra persona? El hechizo en que me sumí leyendo las primeras veces cuentos como El diablo en el campanario o La isla del hada, ¿es semejante a lo puedan sentir otros lectores?
En  las tardes de los veranos de finales de los setenta, fui teniendo, frente a la masa azul del mar que divisaba desde la terraza del tercer piso en Torrevieja, sorpresivos encuentros con un verbo encantado y minucioso, el de aquel alcohólico que se casó con su prima de apenas trece años y  que falleció oscuramente en una ciudad que apenas conocía.
El volumen fundacional de mi conocimiento  de Poe fue un libro del Círculo de Lectores de quien era socio mi padre, publicado en 1968, y que permanecía en la estantería del comedor, indiferentemente, junto a la caracola gigante y a alguna otra fruslería veraniega de adorno.
La traducción de Julio Cortázar de los cuentos de Poe es famosa; la de este libro, realizada por un desconocido Diego Navarro, es tan buena, incluso mejor que la del autor argentino.
Poe tiene el honor de ser considerado el creador del relato policial y ser un maestro del relato fantástico o de terror, pero su obra es prismática y resulta más compleja de lo que se suele admitir. Relatos como El aliento perdido, X en suelto, El genio de la singularidad o El hombre que se gastó son hilarantes muestras de humor absurdo y surrealista.






Los cuentos de Poe suponen un brillante muestrario no sólo de narrativa fantástica: la profesionalidad, la agudeza de Poe lo llevan a curiosas y agudas intuiciones sobre la vida moderna y la creciente alienación social. Ese sorpresivo El hombre de la multitud contiene tales resonancias críticas que no pudo pasársele a Walter Benjamin el antologarlo como preciosa primicia de lo que suponía el advenimiento de las masas y la vida fantasmagórica en las grandes ciudades.
Poe pertenece a la memoria reciente de la Literatura como uno de sus grandes creadores,  y en mi caso, a mi memoria literaria y diría a mi imaginario, en tanto que vehiculador de fascinaciones ficcionales y ambientales. El Poe filósofo y ensayista, nos confirma el grado de conocimiento de su medio verbal, rematando a través de su Eureka, la aspiración a la convergencia entre ciencia y palabra, al elegir el cosmos como motivo místico- filosófico de la plenitud intelectiva y espiritual.



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