martes, 22 de enero de 2019

POSTULANTE AL SUICIDIO







Si hubiera escrito “Postulante a la nada”, estaríamos hablando de otra cosa. La nada es un objetivo, un lugar probable, un sitio quizá habitable, nos sugiere posturas filosóficas o religiosas de parte de quien desea emprender el viaje. El suicidio simplemente habla de cesar, de acabar, de irse a ningún sitio. 
  

Lo que más me fastidia es que tras mi muerte todo seguirá exactamente igual: si con mi suicidio se derrumbasen los edificios, cayeran los políticos, volaran por los aires todas las deudas, se obrase una metamorfosis en la humanidad… pero, nada de nada: seguirá saliendo el sol, los niños irán a la escuela, volverá a ser domingo.


Cómo será el salto al otro lado. Sé que no hay nada, pero… ¿el hecho de constatar y expresar estos pensamientos, no me está lanzando hacia cierta trascendencia, sin necesidad de recurrir a fenomenologías extrañas o a ideas teológicas?


Voy a desaparecer, estoy desapareciendo, y no paro de escribir, es decir, no ceso de ser consciente de lo que me espera y de las razones que me llevan a esto, así como del malestar por todo ello. No cesaré ni hasta el último instante de ser consciente.



Artaud hablaba del momento del suicidio como de un instante memorable para el individuo. Imaginaba, cuando escribió esto, que el individuo suicidante se mostraba ante el universo como soberano de su gesto supremo. Luego, creo, abominó de estas consideraciones. Enorgullecerse de semejante cosa, parece un poco necio.


Voy a desaparecer y ya me esto arrepintiendo de lo que pretendo hacer. Cuanto más crece el pensamiento, más me convenzo de que no voy, en realidad, a desaparecer, que no podré fulminarme tan fácilmente como creía.



La conciencia expansiva, me dicen. Aunque quiero ponerle límites, sumirla con grilletes, la conciencia, tranquilamente, mira los cielos que pasan tras los eslabones de tales grilletes. Estaba seguro de morir, y en este instante de breve reflexión, los piélagos se suman a otros piélagos en el centro de una luz germinante y central.



Más que desaparecer, lo que ansiaba era descansar de mi dolor. Mientras me dirijo a ese descansar, el pensar continúa cerciorando espacios y marcando lo insensato de mi empresa.



Pero desaparecer para aparecer en otro sitio???? Quizá sea un iluso. Seguro que desapareceré y seguro que no dejaré de percibirlo hasta el ultimísimo instante. Puedo imaginar qué habrá en mi ausencia, qué pasará, más o menos, cuando yo no esté.  En mi puesto habrá un simple no pasar nada. Nominar ausencia es convocar sustancias.


No puedo imaginar la nada del mismo modo que no puedo imaginar la eternidad. No he estado en ninguna de las dos, aunque haya creído degustar de sus abismos. Para hablar directamente de alguno de estos dos estados o confines o modos de ser, yo tendría que haber desaparecido de esta vida y haber viajado allí, a alguno de los dos lugares, haber regresado y escribir de ello a la perpleja humanidad. Pero semejante cosa es imposible. Yo sería un resucitado.


También me resulta difícil, imaginar la vida de alguien obsesionado con el suicidio. Jacques Rigaud y Alejandra Pizarnik son dos ejemplos de ello. El primero inteligente y activo, al final acaba cayendo en la tentación sin mucha gloria para él, ni siquiera literaria.  Pizarnik, tras una singladura convulsa, decide cometer el pecado pero sólo porque no hallaba otro modo de escapar del dolor que la acosaba. Era su destino, pasar al otro lado, al fin redimida.


Repito lo que un escritor francés, de cuyo nombre no me acuerdo, dijo sobre el temita: en el suicidio, no matas a lo que crees que te mata. De todos modos, para algunas personas y experiencias, el suicidio es una solución catastrófica a una situación imposible.      






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