Si hubiera escrito “Postulante a la nada”, estaríamos hablando
de otra cosa. La nada es un objetivo, un lugar probable, un sitio quizá
habitable, nos sugiere posturas filosóficas o religiosas de parte de quien
desea emprender el viaje. El suicidio simplemente habla de cesar, de acabar, de
irse a ningún sitio.
Lo que más me fastidia es que tras mi muerte todo
seguirá exactamente igual: si con mi suicidio se derrumbasen los edificios,
cayeran los políticos, volaran por los aires todas las deudas, se obrase una
metamorfosis en la humanidad… pero, nada de nada: seguirá saliendo el sol, los
niños irán a la escuela, volverá a ser domingo.
Cómo será el salto al otro lado. Sé que no hay nada,
pero… ¿el hecho de constatar y expresar estos pensamientos, no me está lanzando
hacia cierta trascendencia, sin necesidad de recurrir a fenomenologías extrañas
o a ideas teológicas?
Voy a desaparecer, estoy desapareciendo, y no paro de
escribir, es decir, no ceso de ser consciente de lo que me espera y de las razones
que me llevan a esto, así como del malestar por todo ello. No cesaré ni hasta
el último instante de ser consciente.
Artaud hablaba del momento del suicidio como de un
instante memorable para el individuo. Imaginaba, cuando escribió esto, que el
individuo suicidante se mostraba ante el universo como soberano de su gesto
supremo. Luego, creo, abominó de estas consideraciones. Enorgullecerse de semejante
cosa, parece un poco necio.
Voy a desaparecer y ya me esto arrepintiendo de lo que
pretendo hacer. Cuanto más crece el pensamiento, más me convenzo de que no voy,
en realidad, a desaparecer, que no podré fulminarme tan fácilmente como creía.
La conciencia expansiva, me dicen. Aunque quiero
ponerle límites, sumirla con grilletes, la conciencia, tranquilamente, mira los
cielos que pasan tras los eslabones de tales grilletes. Estaba seguro de morir,
y en este instante de breve reflexión, los piélagos se suman a otros piélagos
en el centro de una luz germinante y central.
Más que desaparecer, lo que ansiaba era descansar de
mi dolor. Mientras me dirijo a ese descansar, el pensar continúa cerciorando
espacios y marcando lo insensato de mi empresa.
Pero desaparecer para aparecer en otro sitio???? Quizá
sea un iluso. Seguro que desapareceré y seguro que no dejaré de percibirlo
hasta el ultimísimo instante. Puedo imaginar qué habrá en mi ausencia, qué
pasará, más o menos, cuando yo no esté.
En mi puesto habrá un simple no pasar nada. Nominar ausencia es convocar
sustancias.
No puedo imaginar la nada del mismo modo que no puedo
imaginar la eternidad. No he estado en ninguna de las dos, aunque haya creído
degustar de sus abismos. Para hablar directamente de alguno de estos dos
estados o confines o modos de ser, yo tendría que haber desaparecido de esta
vida y haber viajado allí, a alguno de los dos lugares, haber regresado y
escribir de ello a la perpleja humanidad. Pero semejante cosa es imposible. Yo sería
un resucitado.
También me resulta difícil, imaginar la vida de
alguien obsesionado con el suicidio. Jacques Rigaud y Alejandra Pizarnik son
dos ejemplos de ello. El primero inteligente y activo, al final acaba cayendo
en la tentación sin mucha gloria para él, ni siquiera literaria. Pizarnik, tras una singladura convulsa, decide
cometer el pecado pero sólo porque no hallaba otro modo de escapar del dolor
que la acosaba. Era su destino, pasar al otro lado, al fin redimida.
Repito lo que un escritor francés, de cuyo nombre no
me acuerdo, dijo sobre el temita: en el suicidio, no matas a lo que crees que
te mata. De todos modos, para algunas personas y experiencias, el suicidio es
una solución catastrófica a una situación imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario