Cada año me pasa lo mismo, cuando llego a casa con el montón de libros
cazados en la feria, con este tesoro que nadie quiere de papeluchos antiguos,
con este continente cuasi anacrónico - pretenden algunos - de mantenimiento y medio del conocimiento
y de la memoria: la avidez por leerlos me crea ansiedad, creo que no voy a
poder disfrutar de todos, que ya resulta inútil comprar tanto libro, que en
breve se convertirán, en mi casa, en
trastos también. El sueño de George Steiner es el de leer ininterrumpidamente.
Ya sabemos cómo concebía Borges el lugar idóneo para disfrutar de la felicidad
eterna. Pero en el acto de comprar en una feria de ocasión, si no controlas esa
ansiedad por encontrar el volumen más raro, el libro que has soñado encontrar y
que quizás se halle aquí, ahí, en algún rincón de las casetas, se produce esa
quemazón del gusto natural que te llevaría más relajado, una tarde cualquiera,
a una librería. Precisamente la ocasión de una feria de ocasión excita de más
el olfato de la búsqueda bibliomaníaca, y eso que el término podría
quedarse en el mero estímulo y acicate,
porque las ferias ya no resultan tan económicas como hace algunos años.
Hace un par de años creía que ya poca cosa de interés podía encontrarse
en las ferias. Pero los libros son infinitos y en una de esas revueltas e
itinerarios entre la morralla aparente te topas con un libro que sí te interesa
y lo compras. Aquí va la lista de los que han caído en mis dos incursiones
murcianas.
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A Saúl Yurkievich lo veo bastante olvidado. Recuerdo haber leído con
gusto una obra suya publicada, me parece en Tusquets, de prosas poéticas en
donde demostraba con brillantez su manejo escritural. En este grueso volumen
exhibe esas dotes a tutiplén. Sus críticas de las obras de Lezama Lima, Octavio
Paz o Cortázar, reinventan el género, son obras de creación en sí mismas. La
especialidad de Yurkievich es la de presentar las obras de los escritores que
analiza, desde una perspectiva altamente
dinámica y atractiva.
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Tres libros de la misma colección. Las cartas que Marcel Schwob envía en su
colorido periplo a su mujer, relatando el viaje que le llevará a las islas de
Samoa. El resultado es una escritura minimal y rítmica, policromada: la melopea sensorial que producen los aspectos continuamente cambiantes del mar y de los cielos
agitando el barco en que viaja nuestro diestro amanuense.
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Una selección del diario de André Gide. Selección tiene que ser pues creo
que salvo una edición en Argentina, no existe otra edición en español del
diario íntegro del nobel francés. Breton detestaba a Gide. Le molestaba hasta
su aspecto físico. Y eso que el pobre de Gide hizo el esfuerzo de leerse El
capital de Marx con la idea de comprender el espíritu de su tiempo y dirimir
con razones las ansias de los revolucionarios. Los escritos del joven Gide
exhalan el encanto de un temperamento crítico y soñador. Escribe por ejemplo,
este pasaje que yo lanzaría como tarea de desciframiento simbólico y contextual
a filólogos y afines : “Año 1888. Leer a Sófocles como un filósofo alemán. Platón en una celda
de anacoreta. Eurípides al son de la música de Chopin. Teócrito a la orilla de
un arroyo y Safo en las rocas de los
acantilados”. ¿No parece un cuadro
modernista o simbolista a lo Moreau?
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“Basílicas” llama Paul Morand a las salas de
cine que se abrían en Nueva York, destinatarias de inversiones millonarias. Para
un europeo, Nueva York era una ciudad insólita, tendente al exceso y a una
movilidad continua. Fundada a medias por ingleses y holandeses, Paul Morand
relata su crónica de la ciudad de los rascacielos inmediatamente después del
famoso crack del año 29. Se encuentra pues en un momento histórico de la ciudad
y del país. Como siempre ocurre, la información que supone esta crónica resulta
doblemente curiosa: las impresiones que, entonces, causó la ciudad en un
temperamento agudo como el de Morand y lo que tales impresiones suponen para el
análisis histórico a lectores de hoy.
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A Borges le parecían excesivas y pedantescas las teorías literario-fantásticas
que ensayistas varios dedicaban tanto a su obra como a su personaje en tanto
que creador original. Este libro es uno más de esa extensa y a veces innumerable
bibliografía erudita; ahora bien, si nos apasiona Borges, podríamos suponer en
el ensayista en cuestión que lo aborda, tanta dosis de inteligencia como las
ficciones borgianas requieren para su desciframiento y en ese caso, disfrutar
tanto de probables aportaciones nuevas como de otra ocasión de discurso
borgiano.
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El mundo de los sueños es la pieza maestra de mi
escrutinio libresco en la feria. La edición es de 1901, es decir, que este
objeto llamado libro, tiene 118 años. Resultaría curioso imaginar las
peripecias del volumen, publicado en
México, hasta su llegada, vía marítima o aérea, a Europa, a España y, finalmente, a mis manos. El astrónomo Camille Flammarion fue un escritor de éxito en su
tiempo. Publicó libros de difusión astronómica, novelas, obras de teatro y libros
de investigación sobre lo sobrenatural. Lo que engancha de este librico es su
rosario de anécdotas extrañas, el aire de género esotérico que despide su volumen informativo, los casos con nombres y
apellidos que de modo consecutivo expone tras una breve introducción teórica. Estos
sueños que Flammarion investiga poco tienen que ver con los que psicológicamente
analizaba en el mismo momento su contemporáneo austríaco, Sigmund Freud, que publica su gran obra sobre los sueños un año antes, aunque
algunas de las intuiciones que se tenían por entonces sobre la naturaleza de
los sueños y sobre lo que los ocasionaba, y que Flammarion también explica, se
asemeja mucho a lo que Freud confirma como elementos constituyentes del proceso
onírico: contenidos latentes, la función de la imagen, motivos fisiológicos
como causas directas de sueños… Flammarion
cita gran número de sueños premonitorios y telepáticos. Freud, aunque siempre
se mostró reacio a admitir lo extraño como fenómeno real, su experiencia le
llevó a admitir, finalmente, la existencia de la telepatía, aunque lo hiciera muy discretamente. El libro de Flammarion se lee como una suerte de muestrario de literatura popular y fantástica. Yo lo leo y
lo disfruto así, aunque, por otro lado, hay que admitir que la suma de casos contrastados que supone cada historia real, no deja de postular una comunicación a través del sueño,
que trasciende el espacio y el tiempo. Algunos de los casos se remontan a 1840,
a 1830, y el sabor de época junto a lo extraño del suceso contado a través de la
efectiva sencillez de lo oral, producen un efecto fascinante.
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Desconocía absolutamente la existencia de este autor húngaro que en la
década de los veinte vivió entre Chile y Perú y escribió lo mejor de su obra
vanguardista en español.
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En agosto del año 1756 las monjas del convento de la Visitación en la
ciudad de México, le rinden un inmejorable y barroco homenaje a los virreyes de España entonces,
los marqueses de Las Amarillas, con la composición de una obra de teatro, una
loa que va algo más allá de las
limitaciones de su género. La obra editada en su integridad es tanto una rareza
como una interesante muestra lingüística por sus alusiones a las lenguas
nativas.
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Preceptos operativos, objeto dinámico y objeto inmediato, códigos y
subcódigos, textos y metatextos y cuasi infratextos, isotopías mas no heterotopías,
inferencias, estructuras y modelizaciones: he aquí la fulgurante jerga que Eco
despliega en su análisis de los mundos narrativos posibles. Por un lado, las
sensaciones, hoy, ante esta lujuriosa
exhibición terminológica, no excluyen cierta añoranza melancólica. De todos modos, como el análisis
semiótico puede aplicarse sobre cualquier fenómeno o sustancia, podríamos
imaginar que alguien con el suficiente entusiasmo intelectual lo hiciera sobre
la inaudita fenomenología actual, pues el saber puede renacer y potenciarse:
son las épocas de máximo esplendor conceptual de la semiótica las que producen en nosotros cierto sabor anhelante, teniendo en cuenta la salud regulera de las humanidades y el éxtasis tecnológico que vivimos..
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