HEDONISMOS LEGÍTIMOS
Y hedonistas legítimos,
también. Por ejemplo, Lartigue. Cómo he envidiado a este cabroncete, que se
pasó toda su vida fotografiando chicas guapas en la playa o paseando por
parajes de ensueño, haciendo deporte, en las carreras, en el mar, en la
montaña, etc. Lartigue capta el placer de vivir, la joie, como diríamos en su lengua.
Han sido, precisamente, los
artistas visuales, quienes han plasmado más inmediatamente el placer por esa
alegría de vivir: pintores, fotógrafos o
cineastas. Y, desde luego, por otro lado, los músicos. Porque cuando la escritura literaria se ha
encargado de hacerlo, empiezan a brotar las sesudeces y las densidades, si no se
acierta a “sensualizar” con ligereza la palabra.
El placer visual acapara de
golpe, es menos sucesivo que el lógico, depende de texturas, de flujos, de
colores, de la danza de lo visible. La escritura tiene que aplicar su visor
analítico para hacer narración de la suma de los detalles.
En definitiva, ¿qué es lo
que más nos apetece: una playa o la descripción de esa playa; el contacto de la
piel o el resumen ingenioso de la descripción de todo roce?
Envidio en Lartigue su
franqueza, su no complicarse la vida, su decisión de vivirla como el juego más
delicioso y más inteligentemente retributivo. Lartigue reunió en su obra un
puñado de instantáneas divertidas y fascinadoras. Para él, la vida fue una
eterna Belle Epoque.
LA CARA DE MARTE.
El descubrimiento de la cara
de marte me retrotrae al año 77, cuando uno aceptaba lo que ocurría sin
someterlo a convulsivas inquisiciones, cuando eso que pasaba y que podía
adoptar aspectos naturalmente mágicos era aceptado en la vertiente de lo actual
como un elemento lúdico más. Tendría yo 14 años cuando la noticia de que en
Marte un satélite había fotografiado unas formaciones montañosas con formas
piramidales y de rostro, me sumió en una fascinación que no puedo justificar ni
definir como no invoque el más sincero entusiasmo. Fuera la época o fuese yo,
admití aquella noticia como indudable y lo que sí festejaba era que la
existencia de vida en otros planetas yo la interpretara como la realidad de
otros mundos, presupuesto orgánico de mi
credo romántico y amor al misterio.
Naturalmente, tras el desmentido, ocurrido unos cuantos años después, la
impronta de lo mágico se resistió a desaparecer. En mi imaginación, esa cara
sigue en Marte, a la espera de un viaje de astronautas que desentrañe su arcano
misterio.
ECLIPSES INAUGURANDO EL SIGLO
Hace unos años, en la sala
de exposiciones municipal de Elche, vi una exposición fotográfica que recordaba
lo que en su tiempo había sido un acontecimiento mundial por la zona. Al
parecer, si no recuerdo mal, en 1900 o en 1901, se iba a producir un notable
eclipse solar y los puntos en que ese fenómeno iba a ser más visible se encontraban
en el norte de África y en la zona de Levante de nuestra excelsa Españaña, como diría, juguetón, Erik
Satie. Astrónomos e investigadores, sobre todo ingleses y franceses, se
desplazaron desde sus países a puntos de la ciudad de Elche dispuestos a
realizar un minucioso seguimiento científico y fotográfico.
Entre el conjunto de
distinguidas personalidades entregadas al estudio de las estrellas y los
planetas que, entonces, pulularon por la ciudad de Elche e inmediaciones,
resulta que estuvo mi admirado Camille Flammarion. Siempre he creído que el
talante investigador más neto tuvo en la persona de Flammarion una encarnación
de las más ejemplares. Matemático y astrónomo, director del Observatorio de
París, Flammarion también creyó que lo que supuestamente ocurría en las
sesiones espiritistas, el fenómeno de los sueños premonitorios, o la aparición de espectros era competencia
de la ciencia y por ello se puso, diligente y apasionadamente, a investigarlo.
Todo lo que escribió sobre lo extraordinario, estuvo marcado por el rigor
intelectual y el más vivo interés personal y profesional, y puede leerse hoy
sin que nos cause otra reacción que un lógico respeto. Flammarion sólo se permitió fantasear en sus
ficciones literarias, ya que, además de escribir obras de divulgación e
investigación, dedicó su pluma a desarrollar literariamente lo que no se
atrevía a exponer en un estudio. Su selección de sueños premonitorios, El mundo de los sueños, recogidos entre
amigos y la gente que a él acudía, pues, a través de la prensa, su nombre se
hizo famoso, y que publicó, precisamente el mismo año del eclipse, 1900, es
todavía una obra que se lee con fascinación.
Así, pues, este hombre que
yo ubicaba en la Francia finisecular, culta, decadente y exquisita, estuvo
disfrutando por estos pagos y se paseó con delectación por el Huerto del Cura - momento que registra la foto de arriba - observando con atención, en las cálidas noches de verano, a través de las
frondosidades espinosas de las palmeras, el trayecto que hacían las estrellas
poco antes de que el sol se convirtiera, en pleno día, en un disco gris y las
tierras calientes del levante español se desubicaran por instantes, del
universo.
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