jueves, 15 de agosto de 2019




ESTATUS TEMPORAL DEL OBJETO

Hacía tiempo que tenía ganas de hacer este experimento: realizar una serie fotográfica en la que colocaría sistemáticamente un objeto antiguo y uno actual con la intención de enfrentarlos, en cierto modo, uno al otro, y observar si era perceptible su pertenencia temporal, comprobar si el objeto antiguo se destacaba o no frente al moderno de un modo …especial, aurático.
Mi intención secreta, más o menos torpe, es si comparando la entidad y el aspecto de los objetos, el tiempo, al irrigarlos con su paso e inercia, les dotaría con una presencia específica o si, por el contrario, la observación los sumiría en la indiferencia de una apariencia general.
Eludiendo la definición filosófica de objeto, el experimento se limita a esta sucesión de parejas de cosas cuya diferencia fundamental – y esto tendría que probarse – independientemente de que se trate de cosas distintas, es su origen o fabricación en el tiempo.
Conociendo el poder metamorfoseador del tiempo, uno tiende a creer que la identificación de un objeto antiguo y otro de reciente producción va a ser fácil y pronto admitimos que el poso de los días y de los años convierte al objeto antiguo en un depósito de moléculas y de historia, adensándolo de modo contundente frente al objeto nuevo.
Una observación más detenida, llega a la conclusión que el objeto antiguo, siéndolo, ineludiblemente, no se inscribe en un estatus superior o metafísico con respecto al nuevo. Mientras no entremos en discusiones de estilo y de índole estética que nos hablan de procesos y cambios en la mente de los creadores, la reflexión detenida nos llevaba a la aparente paradoja que el objeto viejo y el nuevo no ocupan categorías distintas y que el rastro del tiempo no doblega sus conceptos elementales.
Un objeto se halla en cierto sentido fuera del tiempo, dice Whitehead. En la cocina de mi casa, los visillos de la puerta y la ventana, junto con la mesa provienen de nuestra vivienda anterior, es decir, son de 1976. Ni los visillos ni la mesa han sido nunca alterados, ni se ha pintado la mesa ni retocado los visillos. Están 40 años en la cocina y no soy capaz de advertir, por mucho que los observe, ninguna aura específica setentera rodeándolos. Han atravesado todos estos años, imperceptiblemente,  ante nuestros ojos. Han sido usados, durante estas décadas, pertenecen a la actualidad, a “su” actualidad objetual. Al final, este experimento casero lo es más sobre el tiempo que sobre los objetos.
          

Caja de música y mando a distancia. 
la caja de música está nueva, a pesar de tener 100 años. El dibujo de la superficie nos lleva a otra época, a otras sensibilidades. El mando a distancia parece una cosa robótica, un objeto hermético. 

 
Radio moderna y folleto de principios de siglo.
El brillo metálico de la radio contrasta con la mayor fragilidad del papel que sí parece reflejar décadas sobre las portadas del folleto.  



Lector de tarjetas y juego de 1920.
El juego consiste en meter las bolicas en los agujeros mientras el tipo del sombrero persigue sus trayectorias con el movimiento de los ojos. De este juguete a la utilidad misteriosa del objeto plateado que es el lector, parecen distar siglos de civilización, pero resulta que el juguete de las bolas se sigue vendiendo hoy.
Los objetos se diferenciarían por su utilidad y por su aspecto, es decir, el contraste radicaría en el orden apariencial. El juguete antiguo fotografiado, perfectamente utilizable, lo puedo coger y ponerme a jugar con él. En el momento que lo utilizo y me divierto, anulo su antigüedad, es decir, lo actualizo.  

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