ESTATUS
TEMPORAL DEL OBJETO
Hacía tiempo que tenía ganas
de hacer este experimento: realizar una serie fotográfica en la que colocaría
sistemáticamente un objeto antiguo y uno actual con la intención de
enfrentarlos, en cierto modo, uno al otro, y observar si era perceptible su
pertenencia temporal, comprobar si el objeto antiguo se destacaba o no frente
al moderno de un modo …especial, aurático.
Mi intención secreta, más o
menos torpe, es si comparando la entidad y el aspecto de los objetos, el
tiempo, al irrigarlos con su paso e inercia, les dotaría con una presencia específica o si,
por el contrario, la observación los sumiría en la indiferencia de una apariencia
general.
Eludiendo la definición
filosófica de objeto, el experimento se limita a esta sucesión de parejas de
cosas cuya diferencia fundamental – y esto tendría que probarse –
independientemente de que se trate de cosas distintas, es su origen o
fabricación en el tiempo.
Conociendo el poder
metamorfoseador del tiempo, uno tiende a creer que la identificación de un
objeto antiguo y otro de reciente producción va a ser fácil y pronto admitimos
que el poso de los días y de los años convierte al objeto antiguo en un
depósito de moléculas y de historia, adensándolo de modo contundente frente al
objeto nuevo.
Una observación más
detenida, llega a la conclusión que el objeto antiguo, siéndolo,
ineludiblemente, no se inscribe en un estatus superior o metafísico con
respecto al nuevo. Mientras no entremos en discusiones de estilo y de índole
estética que nos hablan de procesos y cambios en la mente de los creadores, la
reflexión detenida nos llevaba a la aparente paradoja que el objeto viejo y el
nuevo no ocupan categorías distintas y que el rastro del tiempo no doblega sus
conceptos elementales.
Un objeto se halla en cierto sentido fuera del
tiempo, dice Whitehead. En la cocina de mi casa, los
visillos de la puerta y la ventana, junto con la mesa provienen de nuestra
vivienda anterior, es decir, son de 1976. Ni los visillos ni la mesa han sido
nunca alterados, ni se ha pintado la mesa ni retocado los visillos. Están 40
años en la cocina y no soy capaz de advertir, por mucho que los observe,
ninguna aura específica setentera rodeándolos. Han atravesado todos estos años,
imperceptiblemente, ante nuestros ojos.
Han sido usados, durante estas décadas, pertenecen a la actualidad, a “su”
actualidad objetual. Al final, este experimento casero lo es más sobre el
tiempo que sobre los objetos.
Radio moderna y folleto de principios de siglo. El brillo metálico de la radio contrasta con la mayor fragilidad del papel que sí parece reflejar décadas sobre las portadas del folleto. |
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