martes, 21 de enero de 2020

CARTA FLORENTINA. Guillermo Carnero





Confieso que tras la untuosa sesión que me han procurado los versos de este largo poema, sólo secuenciado por un par de pausas, el hallazgo, cerca del final, de: Nunca me he probado palabras como putas sostenes, más que a tono confidencial me ha sonado a exabrupto, directamente.
Cierto es que lo formal, incluido, hasta cierto punto,  lo que suele conceptuarse como  licencia poética,  puede convertirse en pretexto para invocar todo motivo u objeto, sin rendir cuentas a la realidad. Esto es legítimo cuando sirve  para preservar la cohesión del poema, el conjunto harmónico de la obra. Dentro de este registro cabe la llamada metafórica a los campos de batalla, motivo tan poética y épicamente fecundo, aunque ya un tanto anacrónico, pues hace bastante tiempo que los campos de batalla de verdad dejaron de ser motivos de ensayo poético. Sólo conservan este cariz los antiguos, es decir, de los que no tenemos fotografías y en los que no se produjeron, ni por asomo, intentos de genocidio ni simples crímenes.  

A excepción de estas dos matizaciones, este poemario último de Carnero nos vuelve a demostrar al maestro que es el autor valenciano, por un lado, y por otro,  que la poesía es el territorio exquisito para la expresión y para la más profunda de las demandas. El poder de la música para avivar la memoria, las alusiones a pintores de la época renacentista y prerrafaelista o rincones de Lisboa henchidos de belleza recóndita, son los elementos de un escenario que fluye al son de los versos y nos descubre qué margen es el que escoge el poeta para cribar su veredicto. En este sentido, sorprende la independencia que Carnero sostiene en la elección de sus temas y musas, ante la multitudinaria broza que intenta amontonarse, diariamente, ante las puertas de nuestros humildes refugios. Todavía, desde la creatividad poética es posible trazar los itinerarios de tiempos propios y de sensibilidades no enajenadas.    

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