Andersen
estaba obsesionado con España, con lo que iba a encontrar en nuestro país, y
sobre todo, con las mujeres españolas, de mirada ardiente y cautivadora. Antes
de esta incursión en tierras portuguesas, Andersen atravesó la piel de toro y
se quedó asombrado con la desmitificación de los estereotipos que sobre los españoles
circulaban: estaba temeroso tanto de los malos servicios de las diligencias
como de la peligrosidad de los caminos españoles infectados de bandoleros,
aunque para su pasmo, las diligencias funcionaran perfectamente y no se topara
con ningún ladrón ni sufriera en todo su viaje, percance denunciable alguno.
Andersen venía de admirar la cultura francesa y cuando llega a Barcelona se
queda patidifuso ante los restaurants que juzga mejores y más grandes que los
galos. Disfruta hasta el éxtasis con el paisaje, con el clima, con los rostros
pícaros de las españolas y sus piececitos tan pequeños. Admira el casino de
Murcia, donde toma algún refrigerio y no descubre lo que es una auténtica
posada española hasta llegar a…¡Orihuela!, - alguna casa ubicada en lo que hoy
es la pedanía de Desamparados - ciudad en la que se reseña el aspecto de la
catedral y el cuartel de artillería. Cito este recorrido de Andersen por nuestros
lares, porque en comparación, su viaje a Portugal, aunque agradable y no
desprovisto de descubrimientos, no supuso para Andersen idéntico disfrute de destinos
envueltos en una mitología romántica previa.
En Portugal
tiene la suerte de que un miembro oficial del gobierno luso que, además,
dominaba el idioma de Andersen, lo acogiera en su casa. La relación posterior
con personas de la embajada, añadió comodidad y seguridad al camino que
Andersen realizó en Portugal.
Ya
conocemos lo que un viaje implica de estimulante e iluminador tanto para el
cuerpo como para la psique, y podemos imaginar
de qué sabrosas y excitantes expectativas se
pertrechaban los viajes a tierras lejanas en otros tiempos.
El viaje
a Portugal se traduce en visitar casas de amigos, palacios, conventos, fincas,
ciudades y pueblos sin grandes anécdotas a destacar. Aunque ya ha viajado a
España, con el consecuente choque entre realidad y estereotipo, en Portugal se
sabe, todavía, en paradero cálido, y subsisten los prejuicios. Al viajar por el
Tajo, las personas con las que se encuentra en el barco o leen el periódico, o
se protegen del sol con sombrillas o se dedican a jugar si son niños. Andersen
ve aquello tan tranquilo y habitual, es decir, tan poco pintoresco, que le sorprende encontrarse en un país del
sur…
Pero también
habrá momentos de expansión y fiesta, junto al fuego, bajo las estrellas, de los que se quedan grabados en el alma y que
impactarán en el recordatorio de nuestro viajero. En el vapor en que regresa a
Burdeos para de allí, partir a Dinamarca, su país, se produce algo de
significativo simbolismo teniendo en cuenta que es ya el último tramo de su
viaje: sin poder dormir ni atreverse a encerrarse en su camarote, piensa en la
muerte de una conocida suya, cuando se incendió el barco en el que viajaba. Angustiado,
sale a cubierta y descubre la infinitud del mar, que en plena madrugada, resplandece
con luminosidad propia bajo el cielo de la noche. La belleza de la vista es tan poderosa que le reconforta
de sus inquietudes y consigue que el escritor danés, duerma tranquilo hasta el
amanecer. Para entonces, ya se encontrarán atravesando el golfo de Vizcaya y
pronto alcanzarán las costas de Francia. A nuestro viajero le costará
despedirse, pese a todo, de tan bonito país de las latitudes meridionales, que
le ha dado ocasión para evocar a Camoens entre árboles de pimienta y estanques
repletos de lirios de agua.
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