Lo
que más me intriga de esta exquisita tela de Leighton es el entorno
arquitectónico que acoge a las figuras: ese espacio entre sacro y hermético,
como si fuera una especie de templo en el que se impartieran las grandes Ciencias
y las más sublimes Artes. También ha estimulado mi imaginario particular.
Siempre he creído que cada época, por muy pobre o miserable que sea, por muchos períodos de decadencia o
indigencia creativa por los que haya pasado, esconde, como su tesoro más
secreto, la capacidad imaginativa de idear los más bellos paisajes y mundos
como expresión de lo que podría realizar si las condiciones fueran propicias.
Por mucho que yo quiera pensar en lo mejor, el siglo XIX posee unos cuantos
elementos negativos en su historia y la suntuosidad del fondo de esta obra,
contrasta, insólitamente con la imagen mental que tengo de la época en que
ha sido pintada.
Francesca
Woodman estratégicamente atrincherada en el centro de su taller. La imagen es bastante
interesante, nos permite comprobar con detalle los objetos y cosas de que se
rodea la artista. La foto podría ser de mediados de los setenta, pues se ve a
Francesca muy joven. ¿A mediados de los setenta qué nos podríamos encontrar en
el taller de un fotógrafo experimental? Hay libros, lámparas, telas, espejos,
botellas, pequeños jarrones, relojes, al menos uno que es despertador y que
parece marcar la una o las dos y media de la tarde; cajas, sillones, macetas
colgantes, una gran radio con la antena desplegada, botes de pintura, más telas
o tejidos o restos de trajes… La luz del mediodía italiano entra por los
grandes ventanales y como la imagen está poco contrastada, el cuerpo de
Francesca se camufla, se invisibiliza un tanto entre el abigarrado montón de elementos
que pueblan su espacio íntimo de creación. El grato desorden rodea a la artista
escoltándola, arropándola, como si fuera una reina en el centro de las energías
dominando, controlando el caos.
Me
encanta esta foto de Roland Barthes en plena actividad teorética. Esa mesa de
diseño, esa frondosa moqueta setentera, los papeles ordenadamente dispersos y
el aspecto deportivo del escritor, le dan un aire de grata actividad a la
imagen. El detalle del pequeño vaso con flores en el centro de la mesa revela
una complicidad de lo natural y la poesía con las tareas elitistas del
pensamiento.
Qué
extraña me ha parecido siempre esta pintura del prerrafaelista Hunt, La luz
del mundo. Siempre he creído que el personaje que porta la luz o era un filósofo
presocrático o una especie de mago, cuando, al parecer, a quien representa es
al mismísimo Cristo. Me confundía el rostro y la túnica, sin acertar a
distinguir que lleva la corona de espinas sumida en sombras. La fosfórica luz
verdosa del cuadro es alucinógena.
Obra
del pintor francés Luigi Loir. Las pinturas de aspecto pobre son a veces las
artísticamente más veraces. Esta pieza de Loir, un pintor decimonónico que he
conocido a través de la red, es toda una breve y condensada lección del
tratamiento de la luz. La luminosidad que flota en el ambiente, reflejo del sol
que ya casi se ha puesto del todo, la humilde pero viva y precisa luz
artificial de que se dispone insinuada por puntos luminosos, los conjuntos de sombras en que se han
convertido los pocos ciudadanos que todavía se ven envueltos en actividad a la
caída de la tarde, están expresados genialmente con una pincelada rugosa y
equívocamente basta. La captación de la realidad natural es, teniendo en cuenta
la disminución de luz, fotográfica. En esta obra hay realidad, el aspecto apesadumbrado
de ésta, no se esquiva sino que se la representa tal cual se ve y percibe.
¿Por qué
algunos períodos históricos o épocas se especializan casi por inercia en producir
espectros como habitantes habituales del mundo, hasta el punto de que tales
espectros definan, sean el eje, no tan secreto, de tales épocas? Las señoras,
no del romanticismo, sino del período simbolista, son a veces, inquietantes.
En la
película Caniche de Bigas Luna hay una escena que apenas dura un par de
segundos y que es casi copia de esta pintura de un chalé de lujo en California.
El efecto de la escena fílmica es fascinador, del mismo modo que esta piscina
recortada por la luz en las sombras de la noche, evoca embriagueces de color y
luz en su grafismo escueto. Las asociaciones pueden multiplicarse pero me parece
que todas se enfilan hacia una misma tendencia: voluptuosidad, juego, somera felicidad.
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