El
cine es la vida. Ha llegado a serlo, tras aparecer, equívocamente, en el
horizonte de la historia como un mero invento, como un sorprendente artilugio
capaz de representar imágenes en movimiento, tal y como estaba persiguiendo,
experimentalmente, el hombre desde las últimas décadas del XIX. Es por ello que
el cine es el ejemplo más notorio de alianza entre la tecnología y el arte,
pues su producto – el film – se ha convertido en la forma narrativa por
excelencia.
El cine
es la memoria del hombre, tal y como lo son los poemas homéricos sobre los orígenes
mitológicos. Y si el cine es la vida, el
registro que pretenda hablar de él de un modo más o menos profesional, más o
menos crítico, tendrá que ser, en principio, tan poco dependiente de tendencias
o modelos como generoso en sus consideraciones.
Por
mucho que podamos referirnos a la autoridad de las Academias de cine, a los
análisis semióticos de los textos fílmicos, a las últimas derivaciones de la
reflexión filosófica aplicada al desciframiento de las imágenes sucesivas tal y
como ya hiciera Guilles Deleuze, el cine requiere, sobre todo, una mirada como
la que el propio cine articula: multidireccional y humana, simbolizante y descriptiva,
cualitativa, sobre todo con respecto a cualquier azar o detalle que resulte
significativo en el desarrollo narrativo, y por lo tanto abierta a lo que la
fábula cinematográfica pretenda decirnos de los destinos del alma humana. El cine y la vida: quién copia a quién resulta, al final,
baladí, aunque la interpretación más sorprendente y misteriosa pueda ser la de que es la vida o la naturaleza la que copia al
arte, y no al revés.
Digo
todo esto porque el comentario, más que el análisis, que Javier Puig va exponiendo en esta selección de
películas, visionadas repetidamente y con pasión, resulta tan mesurado como preciso, al no
depender de otra técnica crítica que la que propician los propios sentidos alertas
en la recepción del film.
Precisamente
esa semejanza entre el cine y la vida, hace que la significación última de toda
película no dependa de los balances de hermenéuticas o semióticas diseñadas
para tal discurso, lo cual facilita que cualquier buen espectador pueda
realizar exámenes tan válidos como sorpresivos. En este caso el buen criterio
de Javier Puig y su capacidad descriptiva, nos introduce en el decurso profundo
de la película en cuestión, haciéndonosla ver por primea vez o estimulando en
nosotros el deseo de verla de nuevo.
La
bibliografía sobre cine no exime, independientemente de sus atributos
intelectuales, de cierto glamour. Esta obra de Javier, que es la selección de
una serie de comentarios sobre cine publicados en la red, no sé si cumple con
este requisito, pero sí que se suma a lo más distinguido e ilustrativo que, al
menos, por estos lares, se ha publicado sobre el Séptimo Arte.
El
cine consiste en contar historias. Y Javier Puig, al comentar las películas que
ha visto, también nos cuenta y nos describe lo que ha visto. Aquí la emoción
nos muestra que Javier tiende a posicionarse en el disfrute entrañable, es decir, consciente, de la
película – como tiene que ser, diría yo- sin que tal posición disperse o determine la
perspectiva de esa mirada fílmica sobre la que se arroja, a su vez, la mirada de
nuestro amigo, pues el cine es también filmación de atmósferas, en la que todo-
contaste fotográfico, duración de secuencias, impacto del sonido – contribuyen
a tal expresión ambiental.
Creo que, en definitiva, a lo que este libro de Javier Puig invita es a que sigamos disfrutando, aprendiendo con el cine. Su experiencia catártica consiste, fundamentalmente, en estas dos cosas.
Creo que, en definitiva, a lo que este libro de Javier Puig invita es a que sigamos disfrutando, aprendiendo con el cine. Su experiencia catártica consiste, fundamentalmente, en estas dos cosas.
El libro,
publicado por la editorial madrileña Celesta, se presentó en la librería Códex, en Orihuela, el día 30 de enero, este jueves pasado.
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