Me
irrita la obstinada ignorancia de Occidente
con respecto a los países del centro y del Este de Europa. La música y el
folklore de todo este universo, incluyendo a la misma Rusia, lo ignoramos a
placer, mientras la máquina americana siga produciendo sus encantadoras
tonterías y no se le ocurra perder su glamour. Me sorprendió escuchar un tipo
de música que me parece de lo más espectacular y vitalista que existe, la
música rumana, como banda sonora del Edipo
de Passolini. Claro que entonces,
cuando se realizó el film, el director italiano escogió esta música porque
ningún espectador lograría localizar de qué tipo de música se trataba y de
dónde la habrían sacado. Lo fastidioso, a estas alturas, es que todavía, la mayoría de espectadores actuales tampoco
sabría identificar qué música es.
Cada
vez que en alguno de los programas de televisión de Iker Jiménez presentan un caso de fenómenos paranormales,
convenientemente estudiado y con el testimonio de los testigos en el plató y creo comprobar que lo que se expone es real
y no tiene explicación posible, más me convenzo de que estos temas deben convertirse
en motivos perentorios del pensamiento
serio y que es en las competencias de este donde debieran hallar una respuesta
adecuada o aproximativa a su misterio. ¿Cómo
sería la reacción de los mejores pensadores actuales si se les propusiera, de
una santa vez, que intentaran afrontar desde el pensamiento sistemático todos
estos temas con la intención de esbozar una respuesta a su enigma, o bien, de
exponer los resultados de una investigación que los negara como reales? Pero, me
parece, que tal y como están hoy las cosas, - mundo mediatizado e ideologizado,
crisis económica y de valores, fascinación infantiloide con las nuevas
tecnologías - semejante proyecto no pasará de ser un deseo, un sueño ante la
indiferencia vergonzosa, ante el poco fuelle y la falta de imaginación que
presenta la presunta intelectualidad
europea. Incapaces de atreverse a afrontar siquiera alguna de esta
fenomenología por el colapso ideológico en el que están sumidos, como si la
historia de las ideas pesara más que la urgencia de localizar dimensiones
inexploradas de la realidad, como si la investigación y el pensar estuvieran
obligados a activarse sólo en compartimentos estancos previos y no en la piel
de la exterioridad que es en donde se reclaman respuestas, la filosofía pura,
que por trabajar sobre y desde la teoría, pudiera proyectar un pensamiento más
sagaz ante la imposibilidad de probar lo extraño, se retira cabizbaja,
esperando que en un futuro no sé si inmediato o no, alguna mezcla, algún
híbrido de disciplinas, pueda arrojar alguna pista verdaderamente estimulante.
El
Ser es ya una quimera, la metafísica se acabó, y parece que ante este estado de
cosas sólo quepa dejarse llevar por la pasión política o por supuestas transiciones
de la postmodernidad a no se sabe qué confín, considerándose lo que hemos
convenido en llamar lo paranormal, como un mal sueño o un absurdo enquistado en
su enigma. Ya no hay magos del pensamiento, no hay ni taumaturgos ni gente como
los presocráticos que se atrevan a trascender límites y pensar el universo como
algo uniforme y complejo. Ante lo
paranormal: o la realidad posee dimensiones desconocidas que forman parte de su
definición absoluta y que nosotros debemos descubrir y conceptualizar, o existen márgenes de otro espacio y otro
tiempo circundando las coordenadas de nuestro mundo, lo cual viene a ser lo
mismo que lo anterior… Un pensamiento que se lance a una reflexión verdadera de
lo extraño tendría que redefinir todas nuestras categorías o completarlas con
otras que apenas somos capaces de imaginar.
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