Balance
desastroso.
El
otro día, por la radio, el siempre inteligente Fernando Jáuregui, emitía un balance cuya contundencia lamentaba no
poder eludir porque se correspondía con la realidad. El periodista se quejaba
de la ausencia de intelectuales y artistas en la España actual, cuya población
juzga de bastante inculta. Ya no existen las brillantes generaciones de
filósofos, escritores, analistas y
poetas que hemos tenido, y citaba los nombres ya conocidos de: Ortega, Lorca, Unamuno,
etcétera. Yo me aproximaría más en el tiempo: quién tiene hoy la autoridad y la
presencia que tenía en su momento un Benet, por ejemplo; dónde hay
personalidades tan sutiles como la de un Juan
Gil-Albert. Es verdad que podemos contar con cierto número de novelistas
que tienen éxito y venden libros. Personalmente, gente como Lorenzo Silva o
Arturo Pérez Reverte, no me seducen. Las novelas de aventura y las policíacas
son géneros que no me interesan ni consumo. En la literatura actual, en la
poesía, en la novelística, no hay ni sacerdotes de la palabra, ni grandes
maestros de la ficción. Y esto ocurre no sólo en el ámbito nacional. Hay alguna
excepción. Si Chantal Maillard escribiera
y residiera en París, estoy seguro de que se la consideraría una de las mayores
poetas, si no la mayor poeta de Europa. Pero está en Españica, lugar de fantásticas
playas, sol maravilloso e impresionantes monumentos históricos, ignorante de la
exquisitez intelectual y de sus héroes actuales que trabajan casi en lo
recóndito…. A propósito de valoraciones erráticas o simplemente torpes o
injustas, qué pasó, y yo diría que sigue pasando, con la obra de un Miguel
Espinosa, si no.
Sesión
parlamentaria. Le echo un vistazo al desfile de
personajes y discursos. Se nota la preparación de las intervenciones, es decir,
el sistema con que van presentando sus preguntas al gobierno. En este aspecto
todos son iguales. De todos modos, es un placer escuchar cómo cada interviniente
supone una energía nueva, una proposición distinta en el ámbito mayor de la
discusión. Hay que tener paciencia para escucharlos todos y poder admitir,
comprender lo que exponen y demandan. Hay algunos discursos de carácter patético,
sobre todo cuando hablan de las necesidades y problemas económicos de los
ciudadanos. Si el que habla, lo hace con efectismo y precisión, asistimos a una
conversión instantánea del parlamento como escenario verbal de la piedad. Por
lo general el espectáculo discusivo de las sesiones parlamentarias, resulta
entretenido y demuestra cómo la palabra se presta a cualquier estrategia tendenciosa
o no.
Le
toca el turno a los independentistas. Laura
Borrás, mujerona de hermosas caderas, parece una niña recitando, en principio,
algo que casi no comprende. Es demasiado formal, artificial. Luego, en su
siguiente intervención, se convierte en una maestra del sofisma, perdiendo
bastante legitimidad en cuanto a representante de un discurso. Resulta curioso escuchar
a independentistas y antisistemas. Por ejemplo, sorprende comprobar la
conversión a la racionalidad y a la sensatez más calma de los de HB y Bildu,
los representantes ideológicos de los que hace tan solo un par de días ponían
bombas y mataban. Conocedores de su culpabilidad, de su historia odiosa, cada
vez que algún opositor les nombra su pasado y a ETA, se repliegan sobre sí
mismos, se sumen en un ominoso silencio y se les muda el rostro. No tienen
escapatoria, aunque a continuación sigan hablando haciéndose los sordos.
El
parlamento, -lugar donde se parla, donde se habla – se me revela como el lugar –
y la ocasión – ideal de escucha de los discursos generales, de su fuerza retórica
y relevancia conceptual, más espectacular que cualquier mesa redonda o
encuentro social, el circo de la palabra, tanto para bien como para mal.
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