Si
uno de los supuestos éxitos de la modernidad es el multiculturalismo, la
invocación de un espacio universal multiétnico en plena expansión, no podemos
ignorar las circunstancias político-sociales que acompañan a alguna de las expresiones concretas de tal
espacio.
Moisés Castillo Florián
escribe desde Perú, desde las ricas coordenadas andinas, es decir, desde un país
y una región de profusas y arcanas mitologías, de variadas culturas locales, de
una intensa poesía que desea encarnaciones y precisa de narrativas justas y
actualizadoras.
Sería
una contradicción, en el contexto universalista en el que supuestamente
estamos, afirmar una cultura milenaria única de la que desconociéramos su
historia, su genealogía, su propia potencia.
En
el poemario de Castillo Florián, la voz de Wiracocha
no es sólo la de la divinidad del imperio inca, sino la de una personalidad
múltiple que asume destinos y universos distintos dentro de una misma
reivindicación. Los flujos y reflujos de la historia moderna justifican este
ropaje mixto de la voz poética que a través de la encarnación concreta de
Wiracocha, Castillo Florián proyecta multidireccionalmente.
Poemario
de tonalidades épicas atravesado de acusaciones líricas, el Wiracocha de Castillo
Florián es tanto el Personaje sobrenatural incaico como el deseo de una empresa
cósmica que asume identidades y mitologías dispares. Cántico órfico y sagrado/en
medio de mi orfandad, dice
Wiracocha, confesando el estado inaudito del alma cósmica.
El
Wiracocha de Castillo Florián es, episódicamente Buda o Cristo, Orfeo u Ollanta, pero también hombre, ser mortal que conoce las
limitaciones vitales y la muerte.
Wiracocha
es, por tanto, un todo, ese todo que el multiculturalismo pretende
protagonizar, ese todo metamórfico que observa naturaleza e historia, ese todo
que la mundialización de las comunicaciones activan y articulan en un parpadeo.
Pero
es un todo personalizado, no un proceso; es una voz, la del poeta universal que
posee todos los rostros y que expone sus reclamaciones y expresa su trance
íntimo.
Inevitablemente,
Wiracocha es también una reivindicación no libre de melancolía: la de ese
estado anterior a la llegada de los europeos a tierras americanas, el mundo
prehispánico de las mitologías y los cantos de los pueblos. La imposición de
religiones y culturas distintas en el orbe indígena andino es la historia de una
compleja asunción identitaria que se encuentra en plena marcha y
reconocimiento.
Es
preciso explicar que el libro de Moisés Castillo es el reflejo vital de todo un
periplo real que el poeta emprende a lo largo de toda América y parte de
Europa.
Inglaterra,
México, Chile, Estados Unidos, Ecuador, Bolivia o el propio Perú, país del
poeta, son algunos de los enclaves que atraviesa en una suerte de búsqueda o
confirmación de expectativas y situaciones.
Tal
y como hiciera un Rilke, recorriendo
los rincones más ocultos y pintorescos de Europa, buscando esas regiones
fructíferas del espíritu, pero ahora desde perspectivas interplanetarias, Moisés
Castillo somete su musa a una constatación anímica conforme viaja de un país a
otro. El resultado final es este libro que nos habla de mitologías
fascinadoras, pueblos huérfanos de justicia y potencialidades culturales. Ah, Palenque, /los quetzales y mariposas/son uno con los arboles
piramidales y enredaderas.
Y
durante este viaje, se hace explícito el binomio que forma el propio poeta y la
divinidad evocada, Wiracocha, en un canto y un grito denunciadores: Entre pobres y humildes/soy un rico payador
de penas.
Mircea Eliade hablaba de la necesidad de realizar la gran hermenéutica de todas las religiones. La intención que animaría tal tarea no sucumbiría en lo imposible: sería la misión del hombre del futuro. Eliade decía esto en los años sesenta. Una secuencia emotiva de ese proyecto humanista podría reflejarse en los versos de este inspirado poemario que, nerudianamente, cantan lo abierto y lo múltiple de una multinacionalidad cósmica.
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