lunes, 22 de febrero de 2021

A LO CIORAN. TELEVISIÓN, PANDEMIA Y NÁUSEA



Cuando uno se satura de televisión y política es cuando se convence de que todo lo que se nos vende como acontecimiento es banal y prescindible, y que lo que de verdad importa es recuperar el vigor de la vida personal, los sentimientos, la libertad propia.

 

 

Somos el homo mediaticus. Resulta imposible escapar del acoso de los medios, sobre todo porque pertenecemos a la secta universal de los teleadictos.

 

 

La única prioridad es la salud, es decir, mi cuerpo, diga lo que diga el telediario.

 

 

¿Hay algo más sacrosanto que el telediario? Antes se rezaba o se esperaba al parte. Hoy resulta imposible librarnos del rito de ver el telediario. Estamos convertidos al mundo mediático.

 

 

Salvo las películas y algún documental, todo lo demás que echan por las distintas teles es basura perfumada  de griterío y risas bobas.

 

 

Nos faltaba la condena pandémica para que el hastío de tele consumida potenciara definitivamente nuestro cáncer mental.

 

 

Cuando me encuentro a algún amigo por la calle y nos confesamos los programas de televisión que hemos visto, experimento cierta vergüenza, como si al compartir el mismo vicio, ello confirmara la pobreza de nuestras vidas.

 

 

¿Se pondría Alejandro Magno a ver la tele? Para ver un documental sobre sí mismo, supongo.

 

 

Información: la deidad moderna a la que resulta legítimo cubrir de blasfemias.

 

 

En el comercio de mi padre, Radio Luz, vendían electrodomésticos. En los años sesenta, quien dirigía el comercio era mi tío abuelo, tío de mi padre. Dudaba por aquella época vender televisores porque creía que era un invento que no tenía futuro…

 

 

La realidad de la que los medios me informan, me neurotiza. La realidad que yo vivo bajo la luz del sol, me libera y me hace soberano de lo que sé.

 

 

Hay una historia de la salvación del alma, someramente insinuada en el orden y distribución del tipo de noticias que da el telediario. Primero la realidad más inmediata e ineludible: las noticias de significación política o económicas, después las de orden internacional y sucesos, para acabar en lo más relajado y noticiosamente ocioso: deportes y cultura. Algo así como que, tras nuestra lucha diaria y el esfuerzo en el trabajo, lográsemos la recompensa final a todo ello en dos campos diseñados específicamente para tal fin: la liberación de toda preocupación por la realidad, transfigurada ahora en juego deportivo, o la gratificación del alma, refugiada en el mundo divino del arte, la música, o la literatura, elementos simbólicos de la eternidad recuperada.

 

 

Se dice que lo que no sale en los medios no existe. Pero cuando soy feliz con mis cosas, los que no existen, venturosa y vengativamente, son los medios.

 

 

La realidad ahormada por los medios es sólo un paquete temático dispuesto para ser consultado. La realidad alternativa a esa es mucho más emocionante: la realidad en la que yo soy el protagonista.

 

 

Los famosos son una casta producida por los medios que articula un baremo humillante: la superioridad o excelencia de tales famosos sobre la gente.

 

 

La miseria imaginativa en los modelos morales que exhibimos convierte a los famosos en seres alados.

 

 

Hay famosos antifama: poetas, artistas plásticos, escritores. Con los actores, teniendo en cuenta la especificidad del trabajo que realizan – la representación- , hay que hacer una excepción.

 

 

Los medios presentan la realidad como un mito: algo ajeno y remoto que sólo podemos admirar y no transformar.

 

 

La radio es más democrática que la televisión: la calidez y verdad de la palabra que nos invita a participar frente a la anulación que implica lo visual. Lo espectacular  suprime el juicio,  sólo nos permite y obliga a ver.


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