miércoles, 24 de febrero de 2021



ESTAMPAS PANDéMICAS

 

Atardece en la ciudad.

Los enmascarillados atraviesan las calles

lanzándose miradas furtivas.

Sospechan  del otro,

potencial contagiador.

La cautela se convierte en una danza ominosa:

nos distanciamos del rostro del prójimo,

cruzamos las avenidas en oblicuo,

arqueamos el tronco

para no rozarnos con ese cuerpo que se aproxima

y que en otras circunstancias,

podríamos desear con ardor.

 

**

 

La calle se ha transformado en el escenario de un sordo carnaval.

El distinto diseño de las mascaretas indica que los fantasmas

todavía conservan el humor de ser presumidos.  

 

**

 

Somos los miembros de una extraña secta

que en vez de reunirse para hallar el éxtasis

de la carne o del pensamiento,

nos contentamos con marchar en silencio,

como si fuéramos monjes trapenses

que hubieran escapado del retiro de los claustros

y huyeran a ninguna parte.

 

**

 

La naturaleza, desde sus estratos invisibles,

nos lanza este reto: convivir con el virus.

Simularemos, entonces, como estrategia,

que desconocemos su presencia,

para no volvernos locos,

sin dejar de sospechar

que el veneno inmaterial

nos cerca a cada paso.

Unos olvidan la muerte

y bailan en fiestas secretas;

otros, se autoconfinan,

expectantes del terso silencio

de las calles solitarias

tras el toque de queda.

 

**

 

A las ocho de la tarde parece

que sean las cuatro de la madrugada.

En qué extraño mundo se ha convertido el planeta

ante la amenaza invisible.

¿Hace criba la divinidad

de una humanidad sin sesgo,

sin gracia para el destino?

¿Perder la gracia significa

estar entregado al más puro azar?

Y las cifras cuanto más grandes son,

menos imaginables,  más remotas.

Son pura estadística, diría Borges, pues

si soy incapaz de asumir una sola muerte,

¿cómo  voy a hacerlo con cientos?  

 

**

 

De vez en cuando, la naturaleza gusta suicidarse.

¿Para purificarse, para renovarse,

para emitir algún tipo de mensaje

a sus moradores?

Ante el proceso exhausto de las medidas y prevenciones,

uno afirmaría que la vida se ha convertido en un sueño.

La muerte masiva es irrepresentable,

es como una implosión

en la que se absorbieran centenares de personas.

Tanta muerte hace una sombra espesa, indelimitable,

pero la memoria consignará el recuerdo de cada alma 

como testigo del suceso increíble.


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