ESTAMPAS PANDéMICAS
Atardece en la ciudad.
Los enmascarillados atraviesan
las calles
lanzándose miradas
furtivas.
Sospechan del otro,
potencial contagiador.
La cautela se convierte
en una danza ominosa:
nos distanciamos del
rostro del prójimo,
cruzamos las avenidas en
oblicuo,
arqueamos el tronco
para no rozarnos con ese
cuerpo que se aproxima
y que en otras circunstancias,
podríamos desear con
ardor.
**
La calle se ha
transformado en el escenario de un sordo carnaval.
El distinto diseño de
las mascaretas indica que los fantasmas
todavía conservan el
humor de ser presumidos.
**
Somos los miembros de
una extraña secta
que en vez de reunirse
para hallar el éxtasis
de la carne o del
pensamiento,
nos contentamos con
marchar en silencio,
como si fuéramos monjes trapenses
que hubieran escapado
del retiro de los claustros
y huyeran a ninguna
parte.
**
La naturaleza, desde sus
estratos invisibles,
nos lanza este reto:
convivir con el virus.
Simularemos, entonces,
como estrategia,
que desconocemos su
presencia,
para no volvernos locos,
sin dejar de sospechar
que el veneno inmaterial
nos cerca a cada paso.
Unos olvidan la muerte
y bailan en fiestas
secretas;
otros, se autoconfinan,
expectantes del terso
silencio
de las calles solitarias
tras el toque de queda.
**
A las ocho de la tarde
parece
que sean las cuatro de
la madrugada.
En qué extraño mundo se
ha convertido el planeta
ante la amenaza
invisible.
¿Hace criba la divinidad
de una humanidad sin
sesgo,
sin gracia para el
destino?
¿Perder la gracia significa
estar entregado al más
puro azar?
Y las cifras cuanto más
grandes son,
menos imaginables, más remotas.
Son pura estadística,
diría Borges, pues
si soy incapaz de asumir
una sola muerte,
¿cómo voy a hacerlo con cientos?
**
De vez en cuando, la
naturaleza gusta suicidarse.
¿Para purificarse, para
renovarse,
para emitir algún tipo
de mensaje
a sus moradores?
Ante el proceso exhausto
de las medidas y prevenciones,
uno afirmaría que la
vida se ha convertido en un sueño.
La muerte masiva es irrepresentable,
es como una implosión
en la que se absorbieran
centenares de personas.
Tanta muerte hace una
sombra espesa, indelimitable,
pero la memoria
consignará el recuerdo de cada alma
como testigo del suceso
increíble.
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