jueves, 4 de febrero de 2021

DIARIOS Y CRÓNICAS: DESCRIBIR LOS TRANSCURSOS DEL TIEMPO.



 Podríamos describir el tiempo como una suerte de cinta corrediza: los objetos colocados sobre ella que se deslizarían consecutivamente, serían los distintos hechos o sucesos que se produjeran. Esta visibilidad lineal de las cosas se correspondería, por ejemplo, con el redactor de crónicas:  sintéticamente, una lista de acontecimientos descritos según el orden sucesivo de su acontecer. Si profundizásemos en la visión e invirtiéramos la perspectiva, dirigiéndola no al exterior donde antes estaba, sino al interior anímico de la persona, los fenómenos registrados serían de orden subjetivo. No sólo describiríamos lo que sucede desde el interior del sujeto sino hacia ese interior.   La escritura que produjéramos sería la de un diario.

Aquí tenemos, representados en estos dos libros,  un caso de cada forma de enfocar los hechos.

Ediciones Ulises, nos ofrece una apretada selección de los artículos que entre los años 1865 y 1866, publicó  Galdós siendo corresponsal en Madrid. El efecto “cinta corrediza” se multiplica ordenadamente en estos artículos, tan diestramente redactados y preñados de información. El conjunto de variadas noticias describe un movimiento centrípeto y secuenciado del texto, articulando en estratos breves e inteligibles la materia informativa. Cada artículo es un conjunto de nexos y líneas sobre hechos y detalles, pero la suma de tales estratos semánticos propicia en la lectura cierta imagen esférica de lo relatado, causado por la síntesis y el ritmo creado. Efectivamente, los artículos de Galdós conforman la expresión del teatro de la vida cotidiana. Cada texto está henchido de acontecimientos y suelen corresponder a jornadas o a conjuntos breves de días. En las vívidas crónicas de Galdós, Madrid se convierte en un pequeño cosmos de personajes, fiestas, espectáculos y sucesos. Se cuentan con agudeza procesiones, carnavales, discursos políticos, crímenes, representaciones teatrales, óperas o ejecuciones públicas.

Es considerable reparar cómo la elocuencia que adquiere la escritura en semejante formato, cubre con efectividad la totalidad del acontecimiento que se pretende destacar, es decir, cómo la aparente integridad de unos hechos no escapa al poder de la palabra que percibe el detalle sustancial y los efectos de lo que se ha producido. En la crónica, el tiempo se desnuda súbitamente, se registra lo que supera un horizonte de sucesos de relevancia menor para comunicar lo que atañe a todos. Cada artículo es como una viñeta en la que el tiempo dejara estampada la leyenda irisada de lo ha ocurrido ese día.

 


Renacimiento publicó en los últimos tres años, una suculenta selección de los diarios de los Goncourt en dos volúmenes. El primero ya lo comenté aquí. El segundo volumen se reviste de un gran dramatismo por los hechos famosamente conocidos: el asedio prusiano a París y el sangriento desencadenamiento de la Comuna. En este punto, se ha creado en mí, un tenso paralelismo, pues mientras leo el libro de Goncourt, voy siguiendo con amargura los incidentes diarios de la pandemia. Tras la muerte de su hermano, el curioso tándem escritural desaparece, Edmond de Goncourt se queda solo, y al duelo de nuestro confidente se suma la invasión de París por los alemanes, lo que sume al escritor en el triste proceso de ir constatando locuras y miserias.

El texto de este diario, por lo extraordinario de las circunstancias, se convierte en un documento histórico. Con Goncourt disponemos de un testigo directo de los hechos, moviéndose en primera línea y cuya escritura es ejemplarmente franca y precisa. Nuestro diarista, llena con pesar sus anotaciones de observaciones curiosas y anecdóticas de un París desolado, metamorfoseado en escenario de guerra. Sus habitantes, se ven sumidos no ya en el espanto de los obuses sino en la miseria y el hambre, que cunden  pronto en cuanto la convulsión bélica atrinchera a los ciudadanos.

Nota surrealista de Goncourt si no fuera por el ambiente dramático: Qué singular transmutación de comercios y qué extraña transfiguración de tiendas. Un joyero de la calle Clichy exhibe, ahora, en joyeros, huevos envueltos en guata.

Goncourt describe en anotaciones, breves pero informativa e históricamente preciosas, rincones, calles y parques convertidos en umbrales oscuros,  desposeídos ahora de vida y brillo. Todo está envuelto en un silencio que da miedo.

En este aspecto, qué fácil resulta transponer en la imaginación estos espacios por los presentes que estamos viviendo, sometidos por la pandemia al cierre del comercio y el toque de queda.

Goncourt no se detiene en las anotaciones vergonzantes e incluso, humillantes al tener que hacerse eco de murmullos como el siguiente: ¡Sí, señores, los alemanes son una raza superior!, reflejo simplificador,  condicionado por la agresión prusiana de Bismark.

Ya no se oye vivir a París, sentencia melancólico Goncourt, añorando los flujos de personas, la vida social y pública de las calles antes de la invasión.

Convulso período el que París vivió entonces, entre 1870 1871, pues tras la retirada de los alemanes, la reacción que llevó a la declaración la Comuna, fue otro desastre que entristeció más al escritor francés, que creía extinta la nobleza en la clase política  del momento.

No leo textos de índole bélica ni de otras transiciones guerreras, pero la simpatía por nuestro confidente, el atribulado y lúcido Edmond de Goncourt, ha hecho que me interesara por su vibrante y verídico testimonio. En casos como este es cuando un texto deja de serlo meramente para convertirse en fogonazo confesional, en memoria.

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