Sesión televisiva. He
visto, por tercera o cuarta vez, El desencanto, de la familia Panero. Sensación curiosa. Quizá hayan
sido los matices de mi propia atención, pero, cómo decirlo, he notado algo así
como la actualización del “mensaje” de la película. En donde sea que se
encuentren ahora, los Panero vuelven a discutir sobre las mismas cosas,
haciendo arder delante de todos, la memoria personal y familiar. No sé hasta
qué punto lo que ha determinado nuestro vivir, el pecado que hayamos cometido
contra nosotros mismos y la vida, retorna en una suerte de proceso dialéctico.
Tal proceso vendría a significar el periodo de nuestra redención. En este
último visionamiento, he vuelto a constatar la crueldad de los hijos contra la madre.
Las rememoraciones que hacía esta sobre tiempos felices, estaban preñados de
una densa melancolía que el entorno desolado, las características de la casa y
el blanco y negro de la fotografía, multiplicaban.
He visto un largo fragmento de un documental sobre hipis en la 2. Trataba sobre la actividad actual de algunos de los hipis veteranos que llegaron a Ibiza, treinta o casi cincuenta años atrás. Leve sensación de decadencia, al tiempo dispersada por las declaraciones de los hipis, que reivindicaban su filosofía de vida y las labores que realizan: dedicación a la pintura, a la fabricación de instrumentos musicales curiosos o exóticos, el cuidado de animales, etc... Los hipis me hacen pensar en la figura del buen salvaje rousoniano, en los movimientos sectarios o heréticos de otros tiempos que reivindicaban otros modos de vida ante la más general e instituida. Me ha impresionado la belleza que mostraba una hipi de origen alemán cuando llegó a Ibiza y cómo está ahora, tan envejecida, aunque sin prescindir de su vestimenta setentera. Ahí encontramos un dato. Los hipis no fueron meramente movimientos juveniles, pues muchos han persistido con el paso de las décadas y todavía se les suma gente relativamente joven, en comparación con estos veteranos: personas de cuarenta o cincuenta años. Pero tengo dudas. Aunque pase el tiempo, quien ha decido ser hipi ¿es siempre joven ideológicamente, intelectualmente, o los hipis mayores se han quedado prendidos por inercia de un movimiento que irrumpió como reacción, ahí sí, de los jóvenes?
Veo una película, una
versión reciente de Ana Karenina. La película tiene un aire estetizante que
hace brumoso el drama. Siento un prurito interior, cierto hastío. En realidad,
me desespero y me angustio. El tiempo pasa y jamás viviré una historia de amor
así, en paisajes tan encantados.
Leo un texto breve de Lezama Lima, pero asombrosamente denso, Estación de sentencias. La capacidad analógica del poeta cubano es tan suculenta y notable, que me entusiasmo y pienso que la esperanza es posible mientras haya mentes que se impliquen en la búsqueda de la belleza, que sepan captarla en el bosque de la cultura y de los textos. Algo parecido ocurre con el virus que hoy nos atenaza, la naturaleza y nosotros. Si no hubiera personas que se dedicaran al cuidado de los enfermos y estudiosos que buscaran un remedio a través de la vacuna, estaríamos a merced de la expansión sin remedio del virus. La naturaleza nos ha lanzado un reto. El hombre debe responder a tal reto con medidas sanitarias e investigación. La derrota del virus, el bienestar y el renacimiento a la vida que supondrá librarnos de esta pandemia, me hacen pensar que la felicidad hay que procurársela, que no puede ser un efecto del azar o de la suerte, que precisa de una labor y de reacciones específicas nuestras ante las circunstancias.
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