miércoles, 9 de junio de 2021

DIARIOS. Amarguras, perplejidades.



Una persona a la que conocía muy superficialmente hace algunos años y con la que he tenido la oportunidad de profundizar, últimamente, un poco más ese conocimiento, me cuenta sus dos intentos de suicidio. No sospechaba en absoluto semejante cosa. Me sorprende doblemente por tratarse de alguien que no manifiesta, al menos ostensiblemente, trastorno o extrañeza. Le han diagnosticado una esquizofrenia que, felizmente, se está tratando. Reflexiono sobre la naturaleza diabólica del mal. Es como si cada vez se refugiase en las personas y situaciones más insospechadas, como si aprovechara, incluso, la mismísima transparencia emocional de la persona, para infiltrarse en lo más recóndito y no ser, en principio, percibida.

**

Veo los últimos minutos de un documental sobre María Luisa, la duquesa de Parma, sobre su encomiable y regeneradora misión, recuperando la relevancia cultural de la ciudad, tras la derrota y muerte de Napoleón. Contemplando los detalles arquitectónicos y decorados de los palacios y  bibliotecas cuyo sostenimiento gestionó, admirándome de la cantidad y delicadeza de arte que se produjo en el período neoclásico en Italia (1820-30) me doy cuenta de que cuando hay una buena y sana voluntad de hacer cosas, la humanidad crece y progresa. Al final del documental me invade una repentina e insólita melancolía. 


** 

Profundizar en el recuerdo y reflexión de los que han partido, de la trascendencia de la muerte, del sentido último de la vida, no conviene, no resulta práctico si lo único que logramos, finalmente, es constatar nuestra ignorancia y aumentar la angustia. Habría que vivir la vida en la plenitud emocional y dinámica que nos ofrece y es, no estancarse en consideraciones abismáticas salvo que uno sea un profesional del pensamiento. La vida pide ser vivida. Quemarse el cerebro en lo otro, en la realidad de la no vida, sabiendo que pese a todas las teorías y experiencias, no existe prueba definitiva de su existencia, es sumirnos en la perplejidad y el malestar de un modo irreductible. Por ello, la esperanza hay que ubicarla en otra perspectiva, en la implicación total con lo que cada uno realiza como trabajo, como misión, como vocación.

**

No paro de encontrarme en todas las librerías con El ate de la guerra, de un tal Sun Tzu. El componente estético oriental no acaba de seducirme para que lo compre. Que yo sepa la guerra no es, básicamente, sino “el arte” de robar en países extranjeros a los que se invade. He ahí el glamuroso origen de tantos museos insoportablemente famosos: El Brittis Museum o el Louvre.



No hay comentarios:

LOS DOS NIÑOS QUE ARRASTRÓ EL AGUA La imaginación intenta en secreto y con una mezcla de vergüenza y temor, recrear alguno de los episodios ...