jueves, 8 de julio de 2021

HOJAS DE DIARIO



He estado pensando en los abuelos que no conocí, que fallecieron antes de que yo naciera. Qué mágico sería llegar a conocerlos, que por alguna suerte de magia, se plantaran delante de mí y nos mirásemos a la cara. Qué semejanzas de carácter advertiría en ellos, qué misterio de la vida y de la sangre emergería entonces, el misterio de la vida y de la muerte, en parte, resuelto o expuesto…

 

De qué me sirve seguir privándome de la vida, permanecer en la incomodidad extrema de esta autoexclusión, ser ajeno a la normalidad. Qué bien me ha supuesto, en definitiva, este permanecer en la castidad de no implicarme en las cosas, este no haber participado como cualquiera de las oportunidades vitales que ofrece la existencia. ¿Significa que se acabó el mito, se cansó el alma de sentirse tan especial, de haber estado fuera de la vida? Me hastía escribir en mi diario personal, - ¿tendré que desaparecer para que ese texto se publique?; por otro lado,  me da vergüenza y veo ridículo seguir publicando este tipo de confesiones aquí, en las redes.  Entonces qué hago si mi vida  se fue sin cambiar, si me sigue torturando la misma incapacidad que  hace cuarenta años….

 

 

Todo egiptólogo es una suerte de semiótico esotérico.

 



La vida se llena de muertos: Rafaela Carrá, Tico Medina, Cristóbal Halffter, mis padres,  los muertos anónimos de la pandemia...

 

Vengo de Alicante y parece que venga del extranjero. Orihuelica será una ciudad monumental e histórica pero si le quitas la glorieta y un par de heladerías el recorrido del ocio se queda en poca cosa. La única novedad al respecto es la vida que se respira desde hace unos años en la plaza de san Sebastián gracias al comercio que hay y la posibilidad de que las cafeterías puedan explotar las terrazas. Recuerdo la tristeza que esta plaza exhalaba en los ochenta, cuando pasaba ocasionalmente con amigos por este lugar. Salvo una carnicería, y un par de bancos, no había absolutamente nada. Quiero decir, era una plaza en la que jamás vi a nadie pasear ni sentarse. Sólo,  se aprovechaba el espacio, creo, para colocar una kábila en las fiestas de moros y cristianos. 




Jornada tibia de lectura. No todos los días se puede profundizar hasta el límite, descubrir, palpar los misterios metafísicos del espíritu. Sí, pero me  incomodo, me angustio cuando no es así. Todos los días necesito visionar eso que es lo que me da el entusiasmo necesario para sobrevivir, para esperanzarme.

 

Mi memoria volatiliza sus sedimentos al mínimo estímulo. Apenas ha entrado el calor fuerte, impresiones constantes que me llevan a la Torrevieja de los setenta. Entro en el comedor y la combinación de la luz que entra junto con el televisor encendido me hace recordar las sensaciones que teníamos cuando íbamos a comer, teníamos la tele encendida, mi madre preparaba la comida y abríamos las ventanas por las que entraba todo el viento y el frescor del mar que teníamos enfrente. Compro pan, se me ocurre oler el pan por lo agradable que resulta y vuelo al instante al supermercado del edificio Panorama, en la Cala de la Zorra, en Torrevieja, donde comprábamos el pan, los helados, las chucherías. El año 81 fue el último que disfrutamos allí. Luego, se nos acabaron los veraneos. El placer que siento estos días de calor y de recuerdos es del paraíso perdido.



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