viernes, 8 de octubre de 2021

EL DESASTRE TECNOLÓGICO DE LAS ESTACIONES DE TREN.



Supuestamente la tecnología es buena y nos ayuda a resolver asuntos de nuestra vida de todos los días. Pero existen excepciones, lugares u ocasiones en que la tecnología se ha vuelto antipática y está logrando lo contrario de lo que se teóricamente se proponía.

Añoro las estaciones de tren de antes, es decir, las de los años ochenta, aunque hoy nos pudieran parecer feas ante el aspecto de las nuevas, que multiplican el espacio y pretenden brillar con un imponente cromado.

Si hago un breve recuento de los aspectos en que han cambiado las estaciones, la lista de detalles ante los que experimento rechazo o me parecen criticables, resulta bien ostensible.

 

1.        Antes las ventanillas no tenían ese doble cristal que produce un efecto de espejo y que si te asomas en la noche, te devuelve la imagen del interior del vagón en vez del exterior, impidiéndote distinguir apenas nada de fuera.

 

2.     Tampoco tienen cortinas. Las quitaron. Recuerdo que cuando regresaba de Murcia a Orihuela, me encantaba ver el espacio exterior durante la tarde o la noche y me cubría con las cortinas. Ahora esto es imposible.

 

 

3.      De la estación de Orihuela, hace siglos que falta el bar que proyectaron y que duró bien poco.

 

4.     Antes la estación era un lugar que se visitaba, por el que se paseaba. Desde que han sumergido la estación en un túnel, en una suerte de metro, esto ya no ocurre y los que esperan el tren, se miran extrañados, como si fueran habitantes de un mundo subterráneo. La incomodidad de estar encerrados en un lugar, aunque este sea muy grande.

 

 

5.     Antes se tomaba el tren a pleno sol. Ahora los condenados a la vida intraterrestre suben a los vagones bajo la incómoda mirada de unos guardas que se creen a veces que estamos en una cárcel o en una suerte de película, en vez de en una simple estación de tren. Sólo sé que cuando no existían, cuando no existía el mito de la seguridad, jamás experimenté ninguna sensación de hostilidad en los trenes de antes. Fue cuando los vigilantes  aparecieron y se instalaron en las estaciones, cuando empecé a sentir  una sorda sensación de violencia que antes no sentía.

 

6.     Esos cacharros que han colocado a las entradas, el último grito en controlar al pasajero e incomodarlo un poco más, y que te obligan ahora, complejidades estúpidas y fastidiosas, a llevar esas tarjeticas que apenas han empezado a funcionar, están ya fallando, como he podido comprobar. Además de esa presión ejercida sobre el sujeto, a la que, naturalmente, con el tiempo y porque no hay otro medio de transporte que cubra los trayectos que nos interesan, saben que tendremos que acostumbrarnos, en la estación de Orihuela puede producirse un verdadero contratiempo: si has bajado a los andenes y por lo tanto, ya has pasado tu tarjeta, si necesitas, de pronto ir al aseo, por ejemplo, ya no podrás volver a bajar porque habrás agotado en dicha tarjeta el viaje-pase que has comprado.

 

7.      En la estación de Orihuela, ese pasillo, en los andenes de abajo,  sobre todo cuando regresas, y te diriges a subir hacia el exterior, es de una insólita estrechez: sólo cabe una persona, lo que obliga, siempre, a marchar en fila india. Tal cosa, la estrechez y la imposibilidad de que pasen varias personas a la vez, en el caso de producirse una avalancha, puede resultar mortal. Claro está que quien lo diseñó, lo ideó a propósito, no estando borracho, supongo.  

 

8.     La aparente inutilidad de esa especie de altavoces o consultores electrónicos que han colocado en los andenes de abajo. En una ocasión tenía una duda sobre los horarios, intenté utilizar el sofisticado engendro y como sería de esperar en una película de Jacques Tati, el cacharro, pasó de contestarme y guardó un irritante silencio. Lo intenté varias veces, y no hubo manera. Mi hermano y yo nos reíamos: Esto lo han colocado aquí de pega, vamos, es puro atrezo. 

 

El único chisme que funciona de los que forman el conjunto de la superestación oriolana  es la escalera mecánica, que tras unas cuantas temporadas sumida en las telarañas, ha resucitado e, increíblemente, cumple con su cometido. Como esto resulta demasiado bueno, supongo que tarde o temprano se encasquillará, se romperá o pasará algo. El que funcione tan bien es algo que nos produce cierta inquietud.  


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