Supuestamente la tecnología es buena y nos ayuda a resolver asuntos de nuestra
vida de todos los días. Pero existen excepciones, lugares u ocasiones en que la
tecnología se ha vuelto antipática y está logrando lo contrario de lo que se
teóricamente se proponía.
Añoro las estaciones de tren de antes, es decir, las de los años ochenta,
aunque hoy nos pudieran parecer feas ante el aspecto de las nuevas, que
multiplican el espacio y pretenden brillar con un imponente cromado.
Si hago un breve recuento de los aspectos en que han cambiado las
estaciones, la lista de detalles ante los que experimento rechazo o me parecen
criticables, resulta bien ostensible.
1.
Antes
las ventanillas no tenían ese doble cristal que produce un efecto de espejo y
que si te asomas en la noche, te devuelve la imagen del interior del vagón en
vez del exterior, impidiéndote distinguir apenas nada de fuera.
2.
Tampoco tienen cortinas. Las
quitaron. Recuerdo que cuando regresaba de Murcia a Orihuela, me encantaba ver
el espacio exterior durante la tarde o la noche y me cubría con las cortinas.
Ahora esto es imposible.
3.
De la estación de Orihuela, hace siglos que
falta el bar que proyectaron y que duró bien poco.
4.
Antes la estación era un lugar que
se visitaba, por el que se paseaba. Desde que han sumergido la estación en un
túnel, en una suerte de metro, esto ya no ocurre y los que esperan el tren, se
miran extrañados, como si fueran habitantes de un mundo subterráneo. La
incomodidad de estar encerrados en un lugar, aunque este sea muy grande.
5.
Antes se tomaba el tren a pleno sol.
Ahora los condenados a la vida intraterrestre suben a los vagones bajo la
incómoda mirada de unos guardas que se creen a veces que estamos en una cárcel
o en una suerte de película, en vez de en una simple estación de tren. Sólo sé
que cuando no existían, cuando no existía el mito de la seguridad, jamás
experimenté ninguna sensación de hostilidad en los trenes de antes. Fue cuando
los vigilantes aparecieron y se
instalaron en las estaciones, cuando empecé a sentir una sorda sensación de violencia que antes no
sentía.
6.
Esos cacharros que han colocado a
las entradas, el último grito en controlar al pasajero e incomodarlo un poco
más, y que te obligan ahora, complejidades estúpidas y fastidiosas, a llevar
esas tarjeticas que apenas han empezado a funcionar, están ya fallando, como he
podido comprobar. Además de esa presión ejercida sobre el sujeto, a la que,
naturalmente, con el tiempo y porque no hay otro medio de transporte que cubra
los trayectos que nos interesan, saben que tendremos que acostumbrarnos, en la
estación de Orihuela puede producirse un verdadero contratiempo: si has bajado
a los andenes y por lo tanto, ya has pasado tu tarjeta, si necesitas, de pronto
ir al aseo, por ejemplo, ya no podrás volver a bajar porque habrás agotado en
dicha tarjeta el viaje-pase que has comprado.
7.
En la estación de Orihuela, ese pasillo, en
los andenes de abajo, sobre todo cuando
regresas, y te diriges a subir hacia el exterior, es de una insólita estrechez:
sólo cabe una persona, lo que obliga, siempre, a marchar en fila india. Tal
cosa, la estrechez y la imposibilidad de que pasen varias personas a la vez, en
el caso de producirse una avalancha, puede resultar mortal. Claro está que
quien lo diseñó, lo ideó a propósito, no estando borracho, supongo.
8.
La aparente inutilidad de esa
especie de altavoces o consultores electrónicos que han colocado en los andenes
de abajo. En una ocasión tenía una duda sobre los horarios, intenté utilizar el
sofisticado engendro y como sería de esperar en una película de Jacques Tati,
el cacharro, pasó de contestarme y guardó un irritante silencio. Lo intenté
varias veces, y no hubo manera. Mi hermano y yo nos reíamos: Esto lo han
colocado aquí de pega, vamos, es puro atrezo.
El único chisme que funciona de los que forman el conjunto de la superestación oriolana es la escalera mecánica, que tras unas cuantas temporadas sumida en las telarañas, ha resucitado e, increíblemente, cumple con su cometido. Como esto resulta demasiado bueno, supongo que tarde o temprano se encasquillará, se romperá o pasará algo. El que funcione tan bien es algo que nos produce cierta inquietud.
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