jueves, 14 de octubre de 2021

SUCULENTOS EPISTOLARIOS


 

 El azar ha hecho que la publicación de un par de notables epistolarios se hayan cruzado en la lectura y su densidad confesional me inspire una entrada en este blog que se nutre, precisamente, de lecturas azarosas.

Famosa es la pareja romántica que la escritora francesa George Sand formó con el torturado novelista Alfred de Musset. Hace unas temporadas, Ediciones Ulises  recuperó  el conjunto histórico de cartas que ambos autores se escribieron en un  momento en que los viajes les separaron. Estando uno en París y otra en Venecia, o bien, a la inversa, la pasión desolada y la ansiedad amorosa obligaron a ambos amantes a llamarse desde la distancia y expresarse todas las inquietudes que dicho distanciamiento físico producía en su amor.

Leyendo este agitado epistolario que pone a las claras las complicaciones extremas en que consisten las relaciones humanas íntimas, uno se acuerda de lo que un poeta como Hugo Von Hofmansthal decía: qué hondo saber entrega el amar. Es decir, que amor es el sentimiento supremamente benefactor que experimento por alguien, pero que en el tejemaneje de la reciprocidad nos demuestra la necesidad de cumplir con determinados pasos para su feliz efectuación y que tales pasos ilustran un conocimiento específico e hiperdelicado del alma. El amor es la felicidad, pero también supone responsabilidad, autocontrol, generosidad. El darse de dos personas implica la convergencia de ánimos y deseos para que la realidad sentimental de la pareja sea real, valga la redundancia y funcione. En este caso, es Alfred de Musset el factor desestabilizador. Sin la presencia de Sand que además de amante, parece desempeñar cierto papel de madre que acoge, Musset se desespera, se sume en el llanto, sus amigos le tientan con recurrir a la prostitución, a la toma de drogas, y finalmente, amenaza, más o menos veladamente, con el suicidio.

O bien el amor entre ambos se acercaba a su episodio final, o bien el que, por distintas circunstancias, ambos se encontraran en destinos tan lejos uno del otro, esta agitada correspondencia ilustra el final de una relación, evocando las intensidades reales que se han vivido y que en el amor de cada uno son más que pura memoria.

Esta edición de las cartas de Sand y de Musset, nos ofrece un plus de interés al venir traducidas por Borges. Desconozco el interés concreto de Borges por la producción literaria de ambos escritores franceses, que estimo en no demasiado. Más bien, imagino que le llamó la atención el grado de poetización, de literatura que puede alcanzar la propia realidad a través del amor de dos personas que, además, practicaban el arte de la escritura. Encarnar la pasión romántica por excelencia, el amor, es la credencial de autenticidad de que se reviste esta correspondencia, que confirma los éxtasis de felicidad y  las simas de desesperación de que puede constar una relación. 

 




Alfaqueque Ediciones publica un epistolario que me atrevería a calificar de extraordinario: las cartas del gran Miguel Espinosa a la musa de su vida, Mercedes Rodríguez, convertida en la mítica Azenaia de Escuela de Mandarines y en tantas otras Azenaias de territorios literarios probables.  

Las cartas comprenden varias décadas de perseverantes emisiones postales y deseos postergados, y constituyen, independientemente de su carácter amatorio, un testimonio más que notable del estilo escritural de Espinosa, del aparato de su creación literaria y de la referencia cósmico-social de su invención novelística.

Sorprende, incluso diría que impresiona constatar la duración casi definitiva que la impronta amorosa deja en el sujeto, a sabiendas perfectamente por parte de este, de la irrealización de su deseo amante.

Conocía confusamente la biografía de Espinosa y creía en principio que el escritor, obligado por razones de trabajo a ausentarse del domicilio, dirigía sus cartas a la que yo consideraba su mujer. La mágica Mercedes- Azenaia no era la mujer de Espinosa, residió temporal y esporádicamente en Murcia, ciudad en la que vivía el escritor y se casó con el oponente de nuestro escritor, que lo definía como  sujeto perteneciente al sistema fascista y por lo tanto, detentador de las miserias sociales e ideológicas de semejante jerarquía producida por el franquismo.

Con atrevimiento y contundente verbalización, Espinosa, además de dedicarle rosarios de insólitos y barrocos piropos a su amor imposible, le recuerda con qué tipo de individuo está casada y de qué deleznable moralidad es representante, poniendo a prueba la paciencia de su musa. Esta será una constante en sus cartas de amor: la pericia definidora con que critica la posición social adquirida por su amada, además de las impecables exposiciones sobre su concepto de realidad y mundo que justifican la estructura de sus grandes creaciones novelísticas.

En el extenso conjunto de cartas publicadas podríamos, groso modo, destacar dos períodos: uno en el que la pasión amorosa sobresale entre otras observaciones y cuitas, descrita con pulcritud aniquilante para quien ama en la distancia, y otro, en el que las confesiones amorosas ceden en su ardor, pero no en recordar la naturaleza de un amor que ha sido absoluto. Casi diríamos, sin cuestionar en nada su amor, que el sólido escritor que es Espinosa encuentra en la veracidad de una pasión tan integral una justificación para que la escritura se derrame y se expanda  en exposiciones minuciosas y brillantemente especulativas. El amor para Espinosa parece ser también discurso- él es el juglar de su señora – y desde tal discurso construye una imagen de  mundo, describiendo qué tipo de implicación social e íntima es la suya ante semejante amor no satisfecho. Por ello, Mercedes le recrimina, en principio, el carácter forzado de sus cartas, es decir, percibe ese plus de construcción verbal, que se impone a una más directa y sentimental comunicación. Probablemente a la destinataria, quizá, en las primeras cartas,  le sorprendió negativamente lo que podría juzgarse de artificialidad en la expresión escrita de su amante, pero luego se daría cuenta de que habría que aceptar este aspecto que en un talante serio como el de Espinosa era indivisible de su espontaneidad y modo de ser.

La complejidad es esta: Espinosa no puede dejar de escribir como lo hace, quizá saturando la atención de su amada, como tampoco puede dejar de amarla como lo hace. Su amor es real y pasa a un tiempo por la criba purificadora de un logos exigente que lo razona, lo justifica, lo explica y lo lamenta por ineludible a la hora de explicitar circunstancias. En este sentido, Espinosa compadece  - uno de los términos clave en su prosa - íntegramente en cada carta que redacta y envía. El juicio que efectúa sobre las incidencias de su amor y por las que pasa su persona en la actualidad, conforman las coordenadas de una escritura que aprovecha la ocasión que es cada carta para explicitar los términos en los que se da su imagen del mundo. Espinosa habla en sus cartas de filosofía, de historia, de mística además de amor. Sería interesante conocer qué le respondía Mercedes-Azenaia, causa y motivo de tanta secreta zozobra, de tan leal amor ante la cascada de formulaciones con la que Espinosa, amante de su persona pero también de las palabras, le cubría inmisericorde: pequeña, amada mía, reposo, luz de alborada, minué que lleva la gracia al desterrado, pupila que se ensancha cuando la inteligencia es halagada, el gesto que advierte la palabra, el modo que revela la emoción, la planicie y las montañas, hondura de mi ser, causa y origen de mi suceso, objeto de mi pluma, juicio perfecto, presencia increada: ¡’todo eso eres tú!

Espinosa no puede ser más veraz ni más productivo. Cada misiva es la expresión fragmentaria de un poderoso discurso que se alimenta de la honda circunstancia de la pasión amorosa. Su vocación literaria explota en estas cartas, pletóricas de confesiones y audacias, convirtiendo su epistolario en un súbito y original monumento literario.  

Wittgenstein calificaba a Shakespeare como “un hecho del lenguaje”, (aunque, en el fondo, pretendiese restarle genialidad). La especificidad estilística y la harmónica contundencia que supone la prosa y la obra de Espinosa, siempre me lo han hecho ver de modo semejante. De pronto, el propio lenguaje, toma, inviste a alguien, y se presenta a través de esa persona, de ese autor con toda su potencia singularizada por las virtudes y propiedades que ineludiblemente pertenecen a tal sujeto: la encarnación histórica del verbo. Y encima, en esta ocasión, la pluma del autor está doblemente inspirada: por su vocación y por los efectos caóticos y transmutativos del amor.   

2 comentarios:

Anónimo dijo...


miguel perez gil
jue, 14 oct 11:46 (hace 13 horas)
para mí, manuelsusarte@hotmail.com

No he leído la correspondencia entre Sand y Musset pero que le llamara la atención a Borges es un dato significativo para su valoración

El hecho de que taches de complejísimas las relaciones entre estos dos amantes escritores las convierte en interesantes por permitirnos asomarnos a una relación que quedó plasmada en epístolas de gran valor literario lo cual añade aún más fuego si cabe a la leña

Las cartas de Espinosa las he leído, no todas, pero sí suficientes como para estar de acuerdo contigo en lo que dices

Y como da la casualidad de que Espinosa es también un magnífico escritor pues qué más se puede pedir para entrar a saco en otra relación que lo mantuvo entretenido tanto tiempo y tan corto como diría el sabio Salomón y el sabio Caralampio

Tus dos artículos me parecen muy buenos

Que el señor guíe tus pasos por este valle de lágrimas del Siama

Anónimo dijo...

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