Es probable que tendiésemos a pensar que la función de la memoria fuera el
recordar y que su misión consistiera en ser una suerte de depósito más o menos
seguro en el que tales recuerdos estarían almacenados o confinados a resguardo
de la acción erosiva del tiempo.
Para Marc Augé la memoria no es
esta entidad estática que describimos: su naturaleza consta de la convergencia
de dos acciones o articulaciones, imprescindibles ambas: recordar y olvidar.
Si la memoria es algo vivo es porque la acción relativa del olvido, una
acción dosificada, digamos, instala a la persona en el mundo presente permitiéndole
moverse libre del peso excesivo y doloroso de un pasado que no haría otra cosa
que agrandarse y enormizarse”, al tiempo que lo vivido estaría protegido por el
recuerdo y conviviría con la realidad experimentada por el presente vital del
sujeto.
Pareja análoga a la de la vida y la muerte, recordar y olvidar forman parte
de una misma estrategia, la que permite articular la vida en la existencia del
sujeto. El modo de vivir adecuado y saludable es, pues, el que alterna recuerdo y olvido en una
secuencia continua y diaria, el que mantiene la sustitución permanente entre
ambas alternativas. Al vivir, no hacemos en muchas ocasiones sino interrogar al
pasado, cuestionar lo que hicimos y lo que pensábamos, actualizar muestrea
persona con respecto a lo que hace tan sólo unos instantes, creíamos
representar. Por su lado, el recuerdo puede investirse de un sorpresivo poder
especulativo, revelándonos notables dimensiones de nosotros mismos. Bellamente,
escribe Augé: …cómo el recuerdo puede
interrogar a la esperanza.
Recuperar fragmentos de nuestro pasado enriquece nuestro concepto de
persona, fortalece e irriga los confines de la experiencia y nos dota de una
perspectiva de conjunto que estimulará la continuidad del sentir, del percibir,
del inquirir en lo que vitalmente nos interesa. Es, vuelve a decir poéticamente
Augé, como si la flor se preguntara por la semilla.
Vivir podría consistir, pues, en disfrutar de una actualización constante
del pasado al conectarlo con expectativas profundas del presente, como si de
una suerte de vasos comunicantes se tratara, sin que lo pasado se convirtiera
en una masa espectral de alusiones penosas. El pasado no puede ir amontonarse
como fardos de materia; de tal modo la vida no podría ser ni fluir. El punto
harmónico, digamos, sería saber activar esa bisagra pasado-presente,
recordar-vivir. Qué hacen si no los novelistas, los directores de cine, los
escritores y artistas, en suma, en muchas ocasiones sino sumergirse
creativamente en los yacimientos del pasado, personal o colectivo, para recobrar lo que fue a través de una redefinición
de la realidad, dando a luz una nueva imagen de la vida y sus complejidades con
la recuperación e interpretación de material
antiguo…
Cuando Marc Augé conecta el vivir plenamente con la conexión esperanzadora
del pasado, está trazando un arco de nexos y vivencias de significación trascendente
para la persona. No se puede vivir estricta y radicalmente ni en el pasado ni
en el presente. Hay elementos, circunstancias, acontecimientos que ligan ambos
extremos en una misma vibración significante. La solución no es sumergirse sin
más en el conjunto de recuerdos ni buscar la autodefinición en los límites que
nos da el presente escueto. En cierto modo, vivimos un solo tiempo, pues como
dice Augé, el tiempo se pierde o se
recupera en el presente y el futuro no hace más que insinuarse en él. ¿Qué
sorprendente renacimiento supondría esa conexión entre pasado y presente, entre
la memoria y el acto casi gratuito de vivir? Augé lo envuelve en misterio, e
insiste en la función reparadora del olvido, unida, ineludiblemente, al
recordar, aunque este recordar se revista de los modos más indirectos y
sublimados.
Memoria y olvido son solidarios,
nos dice. Aunque parezca una paradoja que provoque a nuestro sentir o a nuestra
inteligencia: hay que olvidar para
permanecer siempre fieles, pues, en el fondo, no olvidamos simplemente, no nos
confundimos acerca de la propiedad especiosa del recuerdo, a qué nos lleva o
nos conecta o nos descubre específicamente. El tiempo consta de recordar y
olvidar, su totalidad se define a través de ambas cosas. Ese es el fiel de la
balanza que debemos saber calibrar.
1 comentario:
miguel perez gil
mié, 20 oct 13:37 (hace 1 día)
para mí
Sin duda interesante tu artículo y tus oh Pi consideraciones acerca de la memoria y el olvido que como dices constituyen dos piezas básicas para elaborar cualquier visión de la vida y el ser del ser humano
la memoria es tan creativa como la imaginación o al menos muchas veces pensamos que recordamos y sólo recordamos lo que imaginamos que recordamos por eso el asunto es complejo y tus palabras son lúcidas al mirar el asunto concierto espíritu de lo subjetivo ya que nadie sabe quién es por el futuro sino por su pasado por agua
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