El azar ha hecho que la publicación
de un par de notables epistolarios se hayan cruzado en la lectura y su densidad
confesional me inspire una entrada en este blog que se nutre, precisamente, de
lecturas azarosas.
Famosa es la pareja romántica que la escritora francesa George Sand formó con el torturado
novelista Alfred de Musset. Hace
unas temporadas, Ediciones Ulises
recuperó el conjunto histórico de
cartas que ambos autores se escribieron en un
momento en que los viajes les separaron. Estando uno en París y otra en
Venecia, o bien, a la inversa, la pasión desolada y la ansiedad amorosa obligaron
a ambos amantes a llamarse desde la distancia y expresarse todas las
inquietudes que dicho distanciamiento físico producía en su amor.
Leyendo este agitado epistolario que pone a las claras las complicaciones
extremas en que consisten las relaciones humanas íntimas, uno se acuerda de lo que
un poeta como Hugo Von Hofmansthal
decía: qué hondo saber entrega el amar.
Es decir, que amor es el sentimiento supremamente benefactor que experimento
por alguien, pero que en el tejemaneje de la reciprocidad nos demuestra la
necesidad de cumplir con determinados pasos para su feliz efectuación y que
tales pasos ilustran un conocimiento específico e hiperdelicado del alma. El
amor es la felicidad, pero también supone responsabilidad, autocontrol,
generosidad. El darse de dos personas implica la convergencia de ánimos y
deseos para que la realidad sentimental de la pareja sea real, valga la
redundancia y funcione. En este caso, es Alfred de Musset el factor desestabilizador.
Sin la presencia de Sand que además de amante, parece desempeñar cierto papel
de madre que acoge, Musset se desespera, se sume en el llanto, sus amigos le
tientan con recurrir a la prostitución, a la toma de drogas, y finalmente,
amenaza, más o menos veladamente, con el suicidio.
O bien el amor entre ambos se acercaba a su episodio final, o bien el que,
por distintas circunstancias, ambos se encontraran en destinos tan lejos uno
del otro, esta agitada correspondencia ilustra el final de una relación,
evocando las intensidades reales que se han vivido y que en el amor de cada uno
son más que pura memoria.
Esta edición de las cartas de Sand y de Musset, nos ofrece un plus de
interés al venir traducidas por Borges.
Desconozco el interés concreto de Borges por la producción literaria de ambos
escritores franceses, que estimo en no demasiado. Más bien, imagino que le
llamó la atención el grado de poetización, de literatura que puede alcanzar la
propia realidad a través del amor de dos personas que, además, practicaban el
arte de la escritura. Encarnar la pasión romántica por excelencia, el amor, es
la credencial de autenticidad de que se reviste esta correspondencia, que
confirma los éxtasis de felicidad y las
simas de desesperación de que puede constar una relación.
Alfaqueque Ediciones publica un
epistolario que me atrevería a calificar de extraordinario: las cartas del gran
Miguel Espinosa a la musa de su vida,
Mercedes Rodríguez, convertida en la
mítica Azenaia de Escuela de Mandarines y
en tantas otras Azenaias de territorios literarios probables.
Las cartas comprenden varias décadas de perseverantes emisiones postales y
deseos postergados, y constituyen, independientemente de su carácter amatorio,
un testimonio más que notable del estilo escritural de Espinosa, del aparato de
su creación literaria y de la referencia cósmico-social de su invención
novelística.
Sorprende, incluso diría que impresiona constatar la duración casi
definitiva que la impronta amorosa deja en el sujeto, a sabiendas perfectamente
por parte de este, de la irrealización de su deseo amante.
Conocía confusamente la biografía de Espinosa y creía en principio que el escritor,
obligado por razones de trabajo a ausentarse del domicilio, dirigía sus cartas
a la que yo consideraba su mujer. La mágica Mercedes- Azenaia no era la mujer
de Espinosa, residió temporal y esporádicamente en Murcia, ciudad en la que vivía
el escritor y se casó con el oponente de nuestro escritor, que lo definía
como sujeto perteneciente al sistema fascista
y por lo tanto, detentador de las miserias sociales e ideológicas de semejante
jerarquía producida por el franquismo.
Con atrevimiento y contundente verbalización, Espinosa, además de
dedicarle rosarios de insólitos y barrocos piropos a su amor imposible, le
recuerda con qué tipo de individuo está casada y de qué deleznable moralidad es
representante, poniendo a prueba la paciencia de su musa. Esta será una
constante en sus cartas de amor: la pericia definidora con que critica la posición
social adquirida por su amada, además de las impecables exposiciones sobre su
concepto de realidad y mundo que justifican la estructura de sus grandes creaciones
novelísticas.
En el extenso conjunto de cartas publicadas podríamos, groso modo,
destacar dos períodos: uno en el que la pasión amorosa sobresale entre otras observaciones
y cuitas, descrita con pulcritud aniquilante para quien ama en la distancia, y
otro, en el que las confesiones amorosas ceden en su ardor, pero no en recordar
la naturaleza de un amor que ha sido absoluto. Casi diríamos, sin cuestionar en
nada su amor, que el sólido escritor que es Espinosa encuentra en la veracidad
de una pasión tan integral una justificación para que la escritura se derrame y
se expanda en exposiciones minuciosas y
brillantemente especulativas. El amor para Espinosa parece ser también
discurso- él es el juglar de su señora – y desde tal discurso construye una
imagen de mundo, describiendo qué tipo
de implicación social e íntima es la suya ante semejante amor no satisfecho. Por
ello, Mercedes le recrimina, en principio, el carácter forzado de sus cartas,
es decir, percibe ese plus de construcción verbal, que se impone a una más
directa y sentimental comunicación. Probablemente a la destinataria, quizá, en
las primeras cartas, le sorprendió
negativamente lo que podría juzgarse de artificialidad en la expresión escrita
de su amante, pero luego se daría cuenta de que habría que aceptar este aspecto
que en un talante serio como el de Espinosa era indivisible de su espontaneidad
y modo de ser.
La complejidad es esta: Espinosa no puede dejar de escribir como lo hace,
quizá saturando la atención de su amada, como tampoco puede dejar de amarla
como lo hace. Su amor es real y pasa a un tiempo por la criba purificadora de
un logos exigente que lo razona, lo justifica, lo explica y lo lamenta por
ineludible a la hora de explicitar circunstancias. En este sentido, Espinosa
compadece - uno de los términos clave en
su prosa - íntegramente en cada carta que redacta y envía. El juicio que
efectúa sobre las incidencias de su amor y por las que pasa su persona en la
actualidad, conforman las coordenadas de una escritura que aprovecha la ocasión
que es cada carta para explicitar los términos en los que se da su imagen del
mundo. Espinosa habla en sus cartas de filosofía, de historia, de mística además
de amor. Sería interesante conocer qué le respondía Mercedes-Azenaia, causa y
motivo de tanta secreta zozobra, de tan leal amor ante la cascada de formulaciones
con la que Espinosa, amante de su persona pero también de las palabras, le
cubría inmisericorde: pequeña, amada mía,
reposo, luz de alborada, minué que lleva la gracia al desterrado, pupila que se
ensancha cuando la inteligencia es halagada, el gesto que advierte la palabra,
el modo que revela la emoción, la planicie y las montañas, hondura de mi ser,
causa y origen de mi suceso, objeto de mi pluma, juicio perfecto, presencia increada:
¡’todo eso eres tú!
Espinosa no puede ser más veraz ni más productivo. Cada misiva es la
expresión fragmentaria de un poderoso discurso que se alimenta de la honda
circunstancia de la pasión amorosa. Su vocación literaria explota en estas cartas,
pletóricas de confesiones y audacias, convirtiendo su epistolario en un súbito y
original monumento literario.
Wittgenstein calificaba a Shakespeare como “un hecho del lenguaje”, (aunque, en el fondo, pretendiese restarle genialidad). La especificidad estilística y la harmónica contundencia que supone la prosa y la obra de Espinosa, siempre me lo han hecho ver de modo semejante. De pronto, el propio lenguaje, toma, inviste a alguien, y se presenta a través de esa persona, de ese autor con toda su potencia singularizada por las virtudes y propiedades que ineludiblemente pertenecen a tal sujeto: la encarnación histórica del verbo. Y encima, en esta ocasión, la pluma del autor está doblemente inspirada: por su vocación y por los efectos caóticos y transmutativos del amor.
2 comentarios:
miguel perez gil
jue, 14 oct 11:46 (hace 13 horas)
para mí, manuelsusarte@hotmail.com
No he leído la correspondencia entre Sand y Musset pero que le llamara la atención a Borges es un dato significativo para su valoración
El hecho de que taches de complejísimas las relaciones entre estos dos amantes escritores las convierte en interesantes por permitirnos asomarnos a una relación que quedó plasmada en epístolas de gran valor literario lo cual añade aún más fuego si cabe a la leña
Las cartas de Espinosa las he leído, no todas, pero sí suficientes como para estar de acuerdo contigo en lo que dices
Y como da la casualidad de que Espinosa es también un magnífico escritor pues qué más se puede pedir para entrar a saco en otra relación que lo mantuvo entretenido tanto tiempo y tan corto como diría el sabio Salomón y el sabio Caralampio
Tus dos artículos me parecen muy buenos
Que el señor guíe tus pasos por este valle de lágrimas del Siama
SALUDOS POÉTICOS
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