viernes, 25 de marzo de 2022

 


En la tierra del dolor.

 Alphonse Daudet 

Hay autores que con respecto al tenor saturante de los tiempos, nos ofrecen la alternativa de sus obras como tranquilo refugio precisamente al ruido de lo presuntamente actual. Daudet está ubicado en un lugar y en un tiempo ideales para tales retiros: el ámbito rural de  fines del XIX francés. Se trata de un escritor que, ajeno al trasiego urbano del París del momento, centro de eclosión de movimientos artísticos y literarios, acuña una obra tan entretenida como bien urdida.  Su escritura es la de un profesional que no se  obsesiona  con las innovaciones estilísticas o temáticas que inquietaron a la mayoría de sus coetáneos pero que con un humor y con una inteligencia perceptibles crea alguna de las obras que han acabado siendo clásicos de la novelística francesa de su época.

Aunque no se pueda decir que, en estos momentos, sea muy leído o conocido, de sus obras podemos encontrar en la red y en librerías de lance un buen surtido en ediciones de bolsillo pero también en traducciones recientes.

Una de estas es la pieza presente que consiste en una suerte de diario o de cuaderno de notas, en donde el autor va registrando las dolorosas circunstancias de sus itinerarios por sanatorios y balnearios.

Recuerdo que cuando compré el volumen me acompañaba Blanca Andreu, quien lamentó que entre tanta oferta  hubiera elegido un libro tan deprimente. Bueno, precisamente ahí reside el interés morboso de un texto como este: en investigar y comprobar cómo un intelectual se dedica a describir el dolor y el desfallecimiento del alma propia bajo la luz esplendente del sol o en el retiro penumbroso de la habitación. Daudet no deja escapar síntoma, malestar, pinzamiento, retorcimiento nervioso o noche en vela. Los detalles del acoso doloroso se alternan con algunos momentos aislados de placer en los que la morfina produce levitaciones y dulces ensoñaciones, aunque tales instantes sólo se conviertan en preludios de padecimientos nuevos que renuevan el círculo pesadillesco. En el texto de Daudet no cabe la especulación: su lista de tormentos, es escueta, directa y tan precisa que resulta divertidamente elocuente cuando nos cuenta, por ejemplo, las curiosas peripecias de su ano al recibir un edema. Además, Daudet alterna autoexámenes físico-psíquicos con notas sobre sus vecinos de tormento para que nos hagamos una idea de los “contrastes” que ofrece algo tan insufriblemente contundente como el dolor cuando se roza con la muerte y la locura. De este modo nos habla de rusos que pierden la vista, súbitamente, de la española de extraño aspecto pálido que no para de dormir en su mecedora, del conjunto de anémicos que tardan minutos en hilar una frase, de un anciano con fuertes ataques de priapismo, del aspecto penoso de niños con corea, etc... 

Este desfile de horrores espanta pero también produce cierta empatía: la fraternidad que supone sufrir la enfermedad en un espacio común.        

Ya el hecho de anotar con suficiente lucidez los episodios íntimos de una enfermedad es signo de superación moral de tal circunstancia. Este es el sabor final que se desprende de la lectura de este diario de decadencias. Daudet, convertido en notario de sus miserias, las trasciende en cierto modo. Su calvario ha sido afrontado y descrito con el lenitivo óptimo: la escritura.

 

 


COMPARECENCIAS

Marco Antonio Montes de Oca.

 

Recuerdo cuándo tuve noticia de este autor: allá, en un ya un remoto 1980, cuando en la adolescencia los descubrimientos de escritores o poetas suponían un grato y franco celebramiento.

La aparición de Marco Antonio Montes de Oca venía apadrinada de la mano de Octavio Paz, lo que quería decir que se trataba con toda seguridad de un poeta interesante. Efectivamente, la lectura de los primeros poemas de Montes de Oca ocasionó un gozoso hallazgo, fue el encuentro de una nueva mina verbal. Luego, con el paso del tiempo, al no producirse nuevas ediciones de sus obras, le perdí la pista y creía que también, el interés. En una feria de libro de viejo, en Alicante, me encontré con este volumen y las ganas de releer a este brujo de las palabras, se reanudó.

Temía que los entusiasmos adolescentes con respecto a este poeta se hubieran quedado  atrás, pero he experimentado algo así como una suerte de tranquilo redescubrimiento de un universo poético que tiene la virtud de reproducir confines y conectar universos sin agotar las posibilidades de lo sorpresivo.

Montes de Oca roza sólo tangencialmente la retórica surrealista para articular alguna de sus fantasías poéticas; es decir, su obra, que aprovecha fructíferamente todas las libertades expresivas que la modernidad literaria se ha permitido, no limita su desarrollo a estas ni depende esencialmente de su repertorio. La poesía de Montes de Oca va más allá del recurso y de la inventiva, aunque todo ello forme parte de su utillaje natural.

Creo que la producción de lo insólito no es un fin en la poesía de Montes de Oca sino un efecto. Si fuera así, si su poesía tuviera esa misión, creo que se hubiera desvanecido con el paso del tiempo en gran medida. En Montes de Oca hay algo más que la combinación inesperada de metáforas extrañas, su estilo es en realidad sencillo, y eso es lo que todavía estimula su lectura actual: la creación de espacios maravillosos sin la obligatoriedad de un rebuscamiento programático. La natural y fluyente poesía de Montes de Oca continúa su curso porque nos sigue descubriendo la realidad con la potencia originaria de la palabra transformada. A veces, si leemos sus poemas de un modo somero, nos quedamos alerta sin habernos enterado de nada, seguros, en todo caso,  de haber atravesado una virguería verbal sin mayor objeto. Si volvemos a leer más despaciosamente, empezamos a advertir sentidos que tras percibirlos, nos ofrecen el obsequio de descubrir realidades únicas: las que sólo puede cantar y revelar la poesía.

Si tenemos paciencia, y eso es una virtud extraña en estos tiempos adversos a la poesía, constataremos que la obra de Montes de Oca es un tesoro seguro con el que podemos contar para afianzar nuestra ventura, un tesoro cifrado en un español dinámico y soberano que no para de inventar mundos.    

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