He visto a una chica rubia muy encantadora, aunque no
tiene cara de rubia. Ya la conocía de haberla visto en otra ocasión. Me he
cruzado con ella en el momento justo en que se despedía de su amiga. Se ha
vuelto y al comprobar que me fijaba en ella me ha parecido que daba una vuelta
sobre sí misma encantada de verse observada. Llevaba minifalda y botas, y riendo
para sí, se ha ido alejando. Estrictamente, esto ha sido la única alegría del
día. El resto, monotonía y el espanto televisado de la guerra.
La continua exhibición del horror se llama
obscenidad.
A veces, resulta insoportable ponerse delante de la
tele para ir viendo las novedades de la guerra. La mezcla de impotencia y
vergüenza te aplastan. Por otro lado, las preguntas de los periodistas a los ciudadanos
ucranianos que nos informan en español desde los lugares bombardeados, empiezan
a ser irritantes: Y tú cómo te sientes, qué piensas de lo que está ocurriendo,
etc..
El fulgor oscuro de las bombas.
Ante lo que está ocurriendo, y pensando en el juicio
del resto del mundo, un chileno o un quatarí podrían decir: estos europeos
están locos: se suicidan los unos a los otros.
Lo que oscurece toda palabra, todo análisis: una
zanja en la que se amontonan cuerpos. Es tan horrible que no puede ser verdad.
Otra imagen que me heló el alma, de pronto: una
mujer llora ante un cuerpo cubierto con plásticos ensangrentados. El ataque
asesino de los rusos nos retrotrae a tiempos arcaicos y salvajes, a épocas estúpidas
y brutas, a lo meramente desolador.
Me pregunto yo qué tipo de persona, qué alma hay
bajo el uniforme de los soldados que lo único que hacen es destruir y matar. La
respuesta es: ninguna. Si el asesino o el terrorista tienen la plena voluntad
de hacer el mal, pierden todo derecho como personas, según explicaba Gustavo
Bueno acerca de los etarras. O sea, que si un millón de soldados rusos
agresores, fueran exterminados, sería como si no hubiera pasado nada.
Es como si del espíritu eslavo se levantara una
facción criminal que atacara a sus hermanos, a las inmediaciones de sí mismo.
Se escandalizaba Victor Hugo de que los
grandes tiranos habían podido ejercer sus crueldades al tener toda una corte de
miserables lacayos y cómplices que habían materializado tal tipo de actos. ¿Qué
tipo de sujeto es el militar, qué tipo de criatura que come y excreta como todo
el mundo es el soldado ruso, haciendo lo que está haciendo?
Putin es un tipejo emboscado en
sí mismo. La victoria sería hacerle absolutamente vulnerable sacándolo fuera, asestarle
tal golpe que salga de su escondrijo y la luz acabe con él como el sol
extermina al vampiro.
Reconozco que las víctimas de esta guerra, se nimban
de cierta fascinación: por el carácter templado, dulce y paciente, por el
propio atractivo físico tanto de unos como de las otras, casi veo a los
ucranianos como una especie de ángeles. El dolor los santifica.
Que caiga un solo casquillo de bala en el impoluto
territorio OTAN y… ¿y si Putin se viniera abajo con un único y contundente
contraataque relámpago?
¿Cómo es que esto está ocurriendo? La clave me la da el estupendo título del poemario de Miguel Hernández: El hombre acecha. Es él, el hombre, convertido en bestia asesina el que nos ataca y ataca a los suyos, no una enfermedad, no un animal, no cualquier otra desgracia: el hombre poseído por la violencia y por ello mismo, desprovisto de la humanidad que le definiría. El hombre no oponente de sí mismo, sino cazador del propio hombre.
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