Consejos, proverbios e
insolencias.
Joan Fuster
Efectivamente: tan aconsejador
y proverbial como, sobre todo, insolente y mordaz se nos aparece en este
abanico de fogonazos aforísticos el señor Joan Fuster que, súbitamente, visita
el mundo de los vivos para alertarnos de
la maquiavélica trampa que supone confiarnos a todo tipo de convicciones.
Con la figura de Fuster
experimento algo así como un oxímoron del interés, una suerte de frustración
difícil de eludir: por un lado, su obra me sorprende por su agudeza y
desparpajo, y por otro, el hecho de haber escrito lo más interesante de sus
ensayos, apotegmas y elucubraciones en una lengua minoritaria me lo sustrae de
un primer plano franco e inteligible de referencia.
Su compromiso político lo
vinculan a un contexto que ha cambiado sensiblemente hoy, me parece a mí. ¿Qué
sería un Joan Fuster de estar con nosotros, hoy: podemita, independentista, o
se habría convertido en un razonable socialista? Creo que seríamos justos con
Fuster si, teniendo en cuenta la insoslayable y rebelde alusión política de su
obra, lo rescatáramos para el lector actual y futuro, a través del recuerdo de la
pasión y significación literaria de lo que escribió.
Si examinando estos aforismos
de brillante ocurrencia y acida retranca, llegamos a imaginar el temperamento,
súbitamente feroz, que los produjo,
comprenderemos la complicada adecuación de semejante escritura a las
circunstancias históricas que apelmazaban la libertad de estilos y pensamiento.
Es previsible, por ello, que ideológicamente rodeado de nacional-catolicismo franquista, un intelectual como Fuster reaccionara no sólo ante tal contexto asfixiante sino ante todo complejo cultural que se presentara con los visos de reverencialidad incontestable. Ya sea Proust, Baroja, Bach o el mismísimo Picasso, Fuster se abstiene de inclinar temerosamente la testa, tendiendo a la objeción descarada e incluso a la caricatura, aunque no siempre acertara con justeza y justicia en el dardo enviado.
Supongo que en sus últimos
años, con una situación política distinta y más favorable, reconocido y
premiado, Fuster se vería a sí mismo con menos extrañeza e intelectualmente algo más ajustado en los
compartimentos estancos de nuestra piel
de toro, aunque hasta el final de su vida, lamentablemente, no escapara a la violencia de quienes se
sentían demasiado vulnerados por sus corrosivas observaciones. Que tras su
fallecimiento, su nicho sufriera intentos de profanación es algo que recordado
ahora, extraña tanto como aterra.
Joan Fuster es la muestra
ejemplar de esa lúdica inteligencia, provocativa, socarrona y siempre
sorpresiva que tantos analistas han detectado como signo específico de los
lares levantinos. Fuster autodefinía su obra como literatura de ideas. Sus
ensayos lo corroboran y la firma final, la brillante, plástica y sagaz demostración es este rosario de agudezas y
reveladoras llamaradas verbales.
Sepulcros etruscos.
N.G.Villegas
D.H. Lawrence ideó ese sugerente título, Atardeceres
etruscos, o bien, Tumbas etruscas, para una irregular crónica de viajes por
Italia. Últimamente han aparecido no solo reediciones de esas crónicas sino
libros de viajes con títulos semejantes de otros autores, entre ellos este Sepulcros etruscos, subtitulado
Un viaje por la Toscana del catedrático Nicanor
Gómez Villegas.
La historia puede ser un
motivo inmejorable para la lucubración
literaria, uno de los pretextos más frondosos para la escritura. Adquirí este
libro, además de por el delicioso diseño, por creerme que el texto estaría
compuesto de impresiones de viaje y descripciones estéticas de los distintos
entornos visitados, pero el libro viene a ser un concentrado manual, exuberante
de datos y referencias históricas- qué lugar más histórico que Italia -. La cuestión es que la copiosidad de datos es
una cosa que a mí me sobrecarga y me sustrae de la experiencia directa del
ambiente, aunque este parezca indivisible
de la lectura histórica.
Prefiero la confesión de experiencias
poéticas al interminable flujo de relaciones históricas que a veces no hacen
sino volver a subrayar con todo lujo de detalles y anécdotas, la crueldad y el egoísmo
del hombre, y destaco esta preferencia por aquello de que todo viaje tiene algo
de iniciático: en mundos, personas, sociedades, gustos, sonidos…
De todos modos, la lectura o interpretación histórica de todo enclave geográfico o territorio produce cierto efecto embriagante al convertirlo en fuente virtualmente inacabable de información. Este efecto, más o menos dosificado, es el que produce este libro: en todo confín brota la memoria para quien conozca lo que allí el tiempo guarece.
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