martes, 14 de junio de 2022

FRIEDERICH NIETZSCHE NOTAS DE TAUTENBURG PARA LOU SALOMÉ



En vano he buscado en este abanico de contundentes aforismos, alguna observación sobre el estado de vulneración que producen los sentimientos hacia otras personas,  o alguna confesión amorosa, más o menos camuflada, del famoso bigotudo dirigida oblicuamente a la admirada Lou Andrea Salomé. Los textos están erizados de observaciones morales sobre los derechos del más fuerte,  la mediocridad de quien no lo es, y la desgracia, en definitiva, de quienes tienen la fatalidad de no ostentar el linaje de los hiperbóreos.

A excepción de una breve loa a la Amistad, una suerte de poemilla, en el que expresa su deseo de “vivir una segunda vez”, el señor Nietzsche se resguarda muy bien de implicarse en primera línea, lanzando agresivas avanzadillas de su pensamiento moral sobre el sujeto y la decadencia de la sociedad, tras de las que se oculta.

Tengo la sospecha después de la lectura de estos hiperlúcidos fragmentos y de conocer, someramente, las incidencias en que el filósofo y la musa, se encontraron, que el bueno de Nietzsche no acabó de demostrarle a la dulce e inteligente rusa  con suficiente claridad qué tipo de sentimientos despertaba en él su presencia. O Nietzsche estaba demasiado ocupado en formular su moral de superhombres y la emoción le sorprendió de tal manera que no halló las palabras precisas ni el momento adecuado, o es que el prurito amoroso circuló estrictamente por  laberintos interiores y no se materializó en un gesto lo suficientemente elocuente.

El filósofo que pretendía recuperar el cuerpo de los rígidos corsés normativos, del conjunto opresivo de las teorías y de las pesanteces verbales, quiso seducir a Lou con una demostración aforística de su más incisiva filosofía, o sea, que se parapetó, fatalmente, tras el lujo de las palabras y se prohibió rozar, acariciar remotamente las caderas de la fascinadora señora.  Y la ocasión que se le ofreció, se esfumó, no se repitió más y el abrumado prusiano regresó a la soledad cavernosa de su soltería cenobita, maldiciendo y suplicando - suponemos -  al buen Dios, simultáneamente. 

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