jueves, 9 de junio de 2022

TÁCITO DIARIO



  

Existe el término agorafobia para designar el miedo a los espacios abiertos. ¿Existe alguna otra palabra que defina el terror al tiempo, al tiempo infinito? Ahí estoy.

 

 

Cierto hartazgo de nombres y citas ilustres viene bien. Se cansa uno de tanta sacralización.

 

 

La sacralización de las cosas puede ser tediosa. Pero no es la sacralidad lo fastidioso, es el estado que virtualmente corresponde a muchos lugares propicios y autores y que debemos, por ello, respetar.

 


En lo que ando investigando como un semiólogo convulsivo es en el porqué, en la razón de la forma de los objetos, vestimentas y escenarios que le ha ido correspondiendo al hombre a lo largo del tiempo. Desde la austeridad de un castillo feudal, de la comodidad o no de sus estancias, de lo que comunicaban ambientalmente hasta las frondosidades de una habitación decimonónica, con sus estilizados veladores, sus cortinajes, sus espejos y las vestimentas, etc. ¿Hasta qué punto el hombre era consciente del atractivo o no, de la comodidad o no de sus trajes, de sus modos de vivir a lo largo de la historia? No hablo exactamente de una semiótica del traje, tipo de estudio que ya se ha realizado, y, probablemente, con cierta copiosidad, sino del elemento azaroso de estar en una época o de encarnarla no sólo a través de sus creencias o ideas sino por medio de la indumentaria y del calor del espacio diseñado por el propio hombre, por esas creencias.  

 

 

Diferencias reales entre la lectura en interiores y en exteriores. Aún recuerdo aquellas lecturas de los cuentos de Poe a finales de los setenta que yo realizaba en la galería de nuestra casa de Torrevieja, teniendo enfrente, a unos cuarenta metros, la presencia del mar. En interiores, todo el placer que provoca la lectura se ejecuta dentro de las capacidades de tu sensibilidad, es tu imaginación quien se  ve estimulada y responde al efecto de la palabra; en exteriores, hay momentos en que lo que la lectura te va sugiriendo establecer, de pronto, puntos de conexión con el espacio sin límites que te rodea o que se encuentra frente a ti. Es en esos instantes de súbita fascinación cuando lo que vas leyendo pretende realizarse en algún lugar más o menos ficcional del espacio que te rodea, en el espacio de afuera, es decir, en el espacio real. Esta reacción de la imaginación no deja de ser normal: la lectura establece una conexión mínima con el contexto concreto espacio-temporal desde el que uno está  realizando tal lectura. Recuerdo qué vibración se me producía en el estómago cuando, de noche, leyendo algún texto de Poe de ambiente marino, me estremecía ante la imagen oscura del abismo que se perfilaba frente a mí en la casa, como he dicho, que poseíamos ante el mar.

 


Hay que reinventar las palabras, el lenguaje, para que vuelvan a reflejar nuestros deseos, nuestras convulsiones íntimas, de nuevo, por primera vez.

 


El tiempo nos surte de experiencias y nos va haciendo veteranos de la vida. Pero por eso mismo, a veces, resultamos vulnerables a los ataques súbitos. Tengo puesta la radio y de pronto, en una ráfaga musical, al sonar una canción de Mari Trini, los setenta y la época de la adolescencia, me atraviesan el alma, cuando el entusiasmo por descubrir el mundo en todas sus facetas, me embargaba y me llenaba de ilusiones, cuando uno iba descubriendo también el mundo de los adultos y te sumías en una sorda estupefacción al constatar sus falsedades.   

 

 

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