No puedo fácilmente conjurar
tu imagen. Aparentemente existes y regresas con cada mínima evocación de la
imaginación.
Eres real, es decir, formas
parte de mi sueño, eres mi sueño, mi sueño recurrente e insatisfecho porque
sólo cayendo en la tentación te liberas de la tortura del deseo, como ya dijo
un egregio autor tiempo ha.
Y mi deseo hace tiempo ya no es el de meramente imaginarte, contemplarte o diseñarte según la pulsión de ese deseo, sino el de morderte, poseerte, violarte, sumirme en ti y huir de la cárcel errante de mi yo.
Y regresas en la emoción
turbada porque no satisfaré nunca este deseo de hundirme en ti, en tus caderas,
en tus muslos, en tus labios, en tus cabellos.
Eres ya sólo mi desasosiego,
el enclave etéreo de mi más carnal objetivo.
La única confianza para que
una alquimia moral me transformara sería la de convencerme de que eres menos
que una proyección mía, que sólo eres una simulación del tiempo y de Eros.
Pero aún bajo la forma de un fantasma me hieres con el más mínimo movimiento de tus curvas, aún bajo la forma de un engendro informático me vuelves loco en el sagrado recinto de mi habitación llena de libros y música.
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