Recuerdo hace un par de años a
un chico que frente al Corte Inglés, en Murcia, en plena gran Vía, portaba un
cartel que decía, más o menos, pues no recuerdo con exactitud: ¿Qué os parecería si la Gran Vía fuese
cortada en dos? El chico protestaba contra la barrera abierta entre la
estación de trenes y el barrio de enfrente, que quedaba con las obras de
soterramiento, totalmente aislado de la ciudad, siendo Murcia, también.
Aquel chico me estremeció un
poco porque estaba completamente solo en su protesta y tenía toda la razón en
esgrimir aquel cartel contra la conciencia de los murcianos del centro que
permitían que un barrio entero de la ciudad quedara marginado, poco menos que
expulsado de la propia urbe.
No sé cómo andarán en estos
momentos las cosas, pero ahora que la estación ha encajonado sus nuevos andenes paralelamente a las casas del barrio
exmurciano, mientras se espera el tren, tenemos justo enfrente, a la vista, el conjunto de viviendas sobre las que ha caído
la injusta maldición de convertirse en periferia.
Debo confesar que me quedo
fascinado examinando, mientras llega el cercanías, estos grupos de edificios en
los que a pesar de verse alguna ventana abierta y macetas en relativo buen
estado, no se detecta el más mínimo movimiento humano. Salvo en una ocasión,
este mes de mayo pasado, que vi a una joven pareja con su hija en la azotea de
uno de los edificios, no he sido capaz de percibir movimiento, cabeza
asomándose o transeúnte fugitivo por estos desolados lares desde que la
estación se acabara de ubicar donde se encuentra hoy.
Instalaciones de mantenimiento
de la estación y la irónica colocación de un punto limpio se encuentran fuera
de las vías, a pocos metros de las viviendas, como sus más cercanos y
antipáticos vecinos.
Examino con detenimiento las
ventanas, los balcones, las persianas echadas, las puertas desconchadas y los
bajos en los que hubo comercio y experimento algo así como si se tratara del
decorado de una película de ciencia-ficción: una lluvia radioactiva o algún
tipo de pandemia han provocado la huida o la muerte de sus habitantes.
Residentes hay, claro, pero
ignoro si esta sensación de desolación se corresponde a las horas en que me
encuentro yo en el andén o si en efecto, un número importante de personas se
han desplazado o ido de allí. Es impresionante el silencio que parece flotar
como una espesura invisible sobre las casas y las pocas calles que son
visibles.
1 comentario:
Buena descripción de esta triste realidad.
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