Si
hay algo de lo que ha disfrutado el artista moderno es de libertad: libertad
para escoger sus temas, libertad para la forma y el estilo de crearlos y
representarlos, libertad para acogerse a cualquier tendencia y disciplina
susceptible de combinarse en el seno multidinámico de las artes plásticas…
Y
quizá esta libertad a tutiplén pueda provocar o propiciar cierto relax en el
artista. En definitiva si la obra presenta cualquier tipo de signo susceptible
de convertirse en acusador de una desgana o de una voluntaria disposición
caótica y desvertebrada, se justificará a través de la consabida libertad para
justificarlo.
Esta
exposición de Miguel Fructuoso me ha sugerido este tipo de discusiones, pues
teniendo en cuenta lo irreductible del estilo escogido, el nivel de seducción
ha sido cortito, en mi caso, cuando visité este sábado la exposición.
Los
macroesquematismos, el apunte representado en grandes dimensiones produce un
viaje a la fascinación de la línea, a la pureza de la idea estética. No sé,
pero en estos cuadros de Fructuoso, la sugerencia de tal viaje se queda en eso,
en ensayo desabrido, en tanteo perezoso. Mira que es fácil que un dibujo
infantil, un par de meras líneas, produzca fascinación geométrica y el viaje
imaginativo: pensemos en Klee, en Miró…. Estas obras de Fructuoso son demasiado
previsibles, explotan lo esquemático sin ese matiz que las torne mínimamente
misteriosas. Recuerdan como los esqueletos de obras de Morandi, lo cual, quizás,
ya sea algo. De todos modos, aquí la dimensión hermética de la línea en el
espacio, no va más allá del deja vu. Flojito, me parece este
proyecto de Fructuoso, que encima con un descarado narcisismo titula la
exposición como Mi más famosa serie en
blanco. Demasiado blanco, diría yo y
poca danza de la figura y la sugerencia.
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