Habría que festejar de
verdad el hecho de que todo tipo de textos, anónimos, raros, extraños, íntimos, con intención literaria o sin apenas
la misma, hayan llegado hasta nosotros a través de los eones de la
introhistoria. En esta ocasión, leo con gusto ese diario a la limón que Nataniel Hawthorne y su mujer llevaron cuando se instalaron como matrimonio
reciente en el campo. Qué detalles van sumando del día a día, cómo se van indistinguiéndose
las voces de cada uno en el texto. Lo que me llama la atención es la fuerza
antediluviana con que lo mágico y lo tenebroso echa raíces tan pronto en los intereses
y obsesiones de los norteamericanos. Esa obsesión por lo tenebroso, por la
muerte, como diría Foucault. Resulta curioso cómo en el diario se detallan los
aspectos fantasmagóricos que, de la mano, en este caso de Nataniel, van
percibiendo: vientos que ululan fuera y se cuelan por las rendijas, crujidos
extraños de las maderas de la vivienda, sombras huidizas y repentinas. Vamos,
el surtido elemental de toda narración de terror y de casa encantada que las
películas han representado en sus filmes y que alrededor de 1842 nuestro autor y su esposa consignaron
por escrito.
Adquiero El
mensaje reencontrado de Louis
Catiaux. El volumen es, valga la redundancia, voluminoso pero el
inteligente diseño lo hace manejable. Cómo afrontar este texto sino como una
suerte de ejercicio literario. Las cientos
de páginas están articuladas en forma de aforismos-versículos, y divididos,
solemnemente, en esotéricas materias
como La luz, El tiempo, la noche, etc… Este orden del texto le da al libro un
aura bíblica, y casi te invita a abrir el libro por cualquier parte y leer el
fragmento así captado en vez de llevar a cabo una lectura lineal y ordenada. Hay versículos que me parecen luminosos.
Otros, en los que la recurrencia a Dios me asfixia, me lleva a la confusión por
la cantidad de cosas anuladas ente sí que pueden amparase bajo tal nombre. Echo
de menos que en Europa ya no existan iluminados de este tipo, como Catiaux y
otros, poetas que se atrevan a buscar el sentido gnóstico de este mundo asolado
por el cáncer de la información, del espectáculo y del ahormamiento cultural. Y
no aludo a empresas fundamentales sino a ensayar la esperanza a través de la
imaginación-. En Europa ya no hay místicos como tampoco filósofos, poetas,
bohemia. Y si los hay que se manifiesten de una puñetera vez.
Leo con entusiasmo Decir
los márgenes, un libro en el que encontramos los sustanciosos diálogos
entre Chantal Maillard y Muriel Chazalon. Por qué no son más
frecuentes libros como este, por qué no soltamos lastre a la imaginación
soberana para no sólo inventar mundos sino describir distintos modos de
concebir la realidad, provocar la lucubración, la indagación ilustrada. Cuando
el pensamiento vuela, hacemos magia con
la masa inerte de los datos y de las observaciones. Aquí no hay ningún dios que
censure nuestros atrevimientos intelectuales. Nosotros somos la medida del
mundo. Es a través de nosotros como se
dilucida el universo.
Leo el Diario
veneciano de Ángel Crespo con
cierta cautela. Aquellos primeros años ochenta, desde los que el poeta escribe,
se preñan de melancolía y antigua
fascinación en mi memoria. Es cuando uno
creía comerse el mundo y podía hacerlo a través del arte, de la poesía,
reviviendo el mensaje surrealista… Y de un modo simultáneo, en mi caso, fueron
los años en los que podría haber ocurrido algo y no ocurrió, lo cual determinó mi vida,
incluso hasta hoy. Esas notas de Crespo disfrutando del encanto de Venecia, de
sus callejuelas, de sus tiendas y gentes, de las delicias de los atardeceres, de
arte sacro, de kilos de arte, conviviendo con traductores, escritores y otros
viajeros, mientras uno deambulaba solo con veinte años cumplidos por las
entonces ya tristonas calles de Orihuela….
Leo con placer el ensayo
de bello nombre La dimensión tácita de Polanyi.
El placer que siento al leer es proporcional a la cantidad de texto que voy
entendiendo. Me parece muy interesante lo que dice Polanyi. Este autor se me
antoja como el neozelandés ….. , ensayistas que han dejado en trabajos breves,
ideas geniales a cerca del conocimiento, del funcionamiento del pensamiento o bien
sobre el tema del tiempo. Polanyi sostiene, groso modo, que el conocimiento
progresa y mejora porque ya existe una cantidad de mismo que funciona al
permanecer tácitamente en nosotros. Con el tiempo, vamos asumiendo contenidos
que, sin ser plenamente conscientes de los mismos, se incorporan a nuestras
interpretaciones del mundo y a nuestras investigaciones. Las observaciones de
Polanyi rozan la genialidad. No hay mayores ni más sustanciosos descubrimientos intelectuales que los
detectados en la superficie de los fenómenos del día a día.
Leo con un pelín de aburrimiento
el Diario
Secreto de Wittgenstein. Lo
que me conmueve son sus apelaciones a la divinidad para que en el penoso trance
de la guerra, el espíritu persevere y nuestro filósofo, el diarista, no se
venga moralmente abajo. Wittgenstein se encuentra fuera de lugar en este
escenario de guerra. Él está hecho para el pensamiento, para la delicada tarea
de analizar y teorizar, no para cambiar grotescamente el mundo a base de
petardos.
Releo ensayos de Borges. Como si lo leyera por primera
vez. Tono del discurso: soberbio; adjetivación: de precisión automática;
articulación prosística: de sobresaliente. El texto se va esculpiendo conforme
la lectura avanza. El placer de leerlo se renueva como si nada, sin perder un
ápice de novedad. El “nervio” del estilo borgiano construye un texto admirable. De lo que habla
Borges, se ennoblece, adquiere un sólido estatus al ser tratado con semejante
estilo.
Leo La inspiración y el estilo de Benet. Cómo me molestan esos estereotipos sobre la escritura de Benet. Como si a cualquier gran maestro de la literatura no pudiéramos reprocharle semejantes cuestiones. A mí me gusta lo barroco y lo complejo, las distintas maneras de narrar y de explicar. La escritura de Benet la interpreto como un reto, cuyo emprendimiento produce gratas compensaciones finales. Por otro lado, este libro no es, precisamente, de los complicados de Benet. Prima el análisis histórico sin que tienda a deslizarse por superpuestos meandros de consideraciones condicionales. Benet siempre me sorprende. Me ocurre como con Barthes o Borges, en un nivel de expresión distinto. Un ensayo o un artículo de su autoría es garantía de calidad. Lo que también siempre me ha intrigado de Benet es la naturaleza de su inteligencia: las capacidades de la mente de un ingeniero al servicio del pensamiento y de la escritura.
1 comentario:
Como apuntaba un cartel que animaba a la lectura: "... Hay que leer a Borges...". Curioso e interesante estos diarios de escritores. Por cierto, esa escalera de la foto me resulta familiar ;)
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