martes, 7 de enero de 2025

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No paro de ver en las  librerías ediciones continuas de Emily Dikinson o Silvia Plath: cartas, poemas, novelas, apuntes, proyectos de obras, proyectos de proyectos de obas… Seleccionan textos de una de estas dos autoras norteamericanas, le colocan un título que nunca escribió la poeta en cuestión y se inventan nuevas obras. Así, no paran de actualizar el nombre de las escritoras con esta reedición de piezas que podrían pasar por inéditas hasta ahora. Si tales ediciones triunfan y se vende la poesía de ambas poetas es porque hay una respuesta o una búsqueda del público lector que precisa de referentes íntimos en esta época de transición poética y ética. Y no me refiero a un público específicamente femenino: yo mismo, leo con gusto a estas dos poetas y recientemente adquirí un volumen con una selección de cartas de Emily Dikinson. Cuando el panorama social está poseído por el populismo y el discurso mediático por un antagonismo tan cerril como reductivo, se nos fuerza a buscar la encarnación de la palabra civilizada y reveladora en líderes no económicos ni ideológicos, en ámbitos más fugitivos y peculiares. La poesía es, entonces,  el reducto más secreto y seguro ante el empobrecimiento lingüístico.   

 

 

Una de las razones que a veces se me impone en mis pensamientos como argumento en contra de la felicidad eterna es que no somos capaces de imaginar tal cosa, aunque yo, personalmente, sí crea en ella y la deseé con toda el alma. Los finales felices de la literatura y del cine no trascienden la sugerencia. Hay que figurarse cómo siguen. Me estimulan más los finales gloriosos de la música, aunque quede pendiente qué pasa después de, por ejemplo, la ejecución de la novena de Beethoven. Se requiere un tipo de interpretación de las cosas que hasta ahora sólo hemos articulado muy brumosamente.


 

Leyendo sobre Ernesto Cardenal, de quien decía bellamente Augusto Monterroso que pasaba como caminando sobre las aguas y creyendo en las musas, percibo que el poeta nicaragüense fue en su momento poeta nacional de su país. ¿Qué ha pasado con los poetas nacionales, qué ha ocurrido actualmente con la representatividad de los poetas, cómo es que no hay poetas nacionales realmente reconocidos actualmente? ¿Quién es el poeta nacional de Francia, el de Italia, o el de aquí, de España, o el de Alemania? Naturalmente que existen tales poetas: Lorca, Miguel Hernández, por ejemplo, pueden ser conceptuados como poetas nacionales. Pero yo me refiero al tiempo actual: poetas nacionales vivos. ¿Necesitamos que el poeta muera para que emerja como vehiculador de su época, nos tenemos que distanciar de lo que se escribe actualmente para identificar al creador que ha sabido decir cosas relevantes sobre su tiempo y su país? ¿No es una señal, un signo a tener en cuenta que no existan, prácticamente, poetas nacionales en Europa? Si no hay poetas nacionales es que quizás tampoco haya nada interesante que decir desde la poesía, o que el país como elemento diferenciador del que escribe, ya no ofrezca nada relevante desde la especificidad de su tierra.

 

 

La conocida frase La muerte es ley de vida, parece biológicamente impecable, pero me parece que en el fondo alienta cierto derrotismo. Aunque la muerte sea inevitable, me rebelo contra ello, no tengo por qué aceptarla.



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