Me encuentro leyendo el último libro de Miguel
Morey,  Últimas doctrinas de la
soledad - y el artículo que dedica a repasar la historia reciente del
famoso concepto filosófico de rizoma
que el rumboso tándem Deleuze
-Guattari pusieron en movimiento en los años setenta, me ha llevado a
reaccionar, reivindicando no tanto la tradicional figura del árbol como imagen
ilustrativa del despliegue jerárquico de la realidad como el de arborescencia,
que creo útil  todavía.
Podríamos fijarnos en aspectos colindantes
desprendidos del hecho de definir el itinerario de las cosas a través de la
forma del árbol y que en suma, pertenecen a una tradición conocida - ya
sabemos: árbol genealógico, árbol de disciplinas artísticas, árbol místico de
los estados para alcanzar la sabiduría y la felicidad, etc. -  Pero el principal hándicap que se le atribuye
a la figura simbólica del árbol es que constituye o determina jerarquías en el
saber que, finalmente, podrían considerase como imposiciones autoritarias.
Ahora bien, imaginar un orden probable en la
distribución de los saberes, ¿implica necesariamente, una determinación técnica
o cualitativa de los mismos? 
Si se examina incluso con tranquila superficialidad,
creo, finalmente, que esta imagen ordenada y gradual del árbol simbólico, sí
implica la ineludibilidad de una consecución cualitativa y por ello podría
considerarse que esta brillante imagen de los itinerarios del conocimiento o
del ser que los antiguos diseñaron no evita una destinación del movimiento de
las cosas y por ello, una imposición que pertenecería no a la imaginación de
los que utilizaron esta forma, este diagrama, sino a los educadores que la
utilizaron posteriormente.
Pero  si el
árbol señala un nacimiento desde las raíces al tronco y de este a las distintas
ramificaciones, creo que es en los tramos diversos y no obligatoriamente
ascendentes de las ramas donde podríamos adivinar, incluso, formaciones
rizomáticas, eventualmente, horizontales. 
Cierto es que el concepto rizomático de la vida
es brillantemente elocuente: desarticula la linealidad del tiempo, destaca los
acontecimientos como flujos de estados independientes, sitúa el orden de las
cosas en una coexistencia espacial quizá convergente o no, libera de la grávida
consecución que los conceptos de causa-efecto imponen en la descripción de los
hechos.
Personalmente, prefiero el enriquecimiento de la realidad que supone la utilización del concepto de rizoma antes que su tan elogiado efecto liberador. ¿Hasta qué punto podríamos prescindir de todo vínculo en nombre de la libertad, ignorando el ser ético de las cosas? Aquí hay, sin duda, cierta caricatura del concepto, pero tampoco me parece muy elogiable aborrecer un orden en el universo si este produce efectividad y habitabilidad en el mismo. Recordemos aquellas palabras de Borges definiendo la íntimas compensaciones de un Valery en su trato intelectual con la palabra y el pensamiento: las aventuras del orden…
Parece algo paradójico pues el orden de algo
parece invocar cierta forma que previamente disponíamos en la trayectoria
configurativa de la realidad.  
Sería fascinante imaginar desenlaces insólitos
dentro de unos itinerarios forzosamente conectados entre sí y que por su propia
naturaleza  hubieran dado finalmente los
resultados que han dado. Quizá sea esto filosofía-ficción. 
Pero ¿y si el orden no fuera una finalidad ya prevista
sino el resultado último de una óptima relación de cosas? Aquí el azar también
ha podido participar, entre el resto de conformaciones y propósitos, aunque en
dosis no absolutamente invasoras.
El orden como destinación de la vida, como
recompensa del paraíso a las almas, como indicador manifiesto de un sentido.  
Pero también seríamos capaces de imaginar en
tramos ocasionalmente horizontales de una arborescencia elementos dispersos en
devenir que posteriormente habrían funcionado como soldadores de una
esfericidad de las cosas, como facilitadores fragmentarios de ese sentido que
al final corona al orden o viceversa….
En definitiva una arborescencia arborícola se
asemeja mucho a la naturaleza reticular de un texto.-  Para los
impugnadores de todo sistema, representación o mero diagrama del movimiento del
mundo ¿no es el texto el soporte tipográfico, por excelencia, del conocimiento en
sus fases más complejas y duraderas?
En definitiva: si el motivo del árbol no hace sino remitirnos a espacios anacrónicos del ordenamiento de los saberes, sí podríamos utilizar la imagen de una ramificación como pasaje especulativo, como episodio puntual de los itinerarios del conocer.

 
 
 
 
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