viernes, 31 de octubre de 2025

LEVE REIVINDICACIÓN DE LA ARBORESCENCIA COMO IMAGEN DEL SABER Y DE LA REALIDAD




Me encuentro leyendo el último libro de Miguel Morey,  Últimas doctrinas de la soledad - y el artículo que dedica a repasar la historia reciente del famoso concepto filosófico de rizoma que el rumboso tándem Deleuze -Guattari pusieron en movimiento en los años setenta, me ha llevado a reaccionar, reivindicando no tanto la tradicional figura del árbol como imagen ilustrativa del despliegue jerárquico de la realidad como el de arborescencia, que creo útil  todavía.

Podríamos fijarnos en aspectos colindantes desprendidos del hecho de definir el itinerario de las cosas a través de la forma del árbol y que en suma, pertenecen a una tradición conocida - ya sabemos: árbol genealógico, árbol de disciplinas artísticas, árbol místico de los estados para alcanzar la sabiduría y la felicidad, etc. -  Pero el principal hándicap que se le atribuye a la figura simbólica del árbol es que constituye o determina jerarquías en el saber que, finalmente, podrían considerase como imposiciones autoritarias.

Ahora bien, imaginar un orden probable en la distribución de los saberes, ¿implica necesariamente, una determinación técnica o cualitativa de los mismos?

Si se examina incluso con tranquila superficialidad, creo, finalmente, que esta imagen ordenada y gradual del árbol simbólico, sí implica la ineludibilidad de una consecución cualitativa y por ello podría considerarse que esta brillante imagen de los itinerarios del conocimiento o del ser que los antiguos diseñaron no evita una destinación del movimiento de las cosas y por ello, una imposición que pertenecería no a la imaginación de los que utilizaron esta forma, este diagrama, sino a los educadores que la utilizaron posteriormente.

Pero  si el árbol señala un nacimiento desde las raíces al tronco y de este a las distintas ramificaciones, creo que es en los tramos diversos y no obligatoriamente ascendentes de las ramas donde podríamos adivinar, incluso, formaciones rizomáticas, eventualmente, horizontales.

Cierto es que el concepto rizomático de la vida es brillantemente elocuente: desarticula la linealidad del tiempo, destaca los acontecimientos como flujos de estados independientes, sitúa el orden de las cosas en una coexistencia espacial quizá convergente o no, libera de la grávida consecución que los conceptos de causa-efecto imponen en la descripción de los hechos.

Personalmente, prefiero el enriquecimiento de la realidad que supone la utilización del concepto de rizoma antes que su tan elogiado efecto liberador. ¿Hasta qué punto podríamos prescindir de todo vínculo en nombre de la libertad, ignorando el ser ético de las cosas? Aquí hay, sin duda, cierta caricatura del concepto, pero tampoco me parece muy elogiable aborrecer un orden en el universo si este produce efectividad y habitabilidad en el mismo. Recordemos aquellas palabras de Borges definiendo la íntimas compensaciones de un  Valery en su trato intelectual con la palabra y el pensamiento: las aventuras del orden


Parece algo paradójico pues el orden de algo parece invocar cierta forma que previamente disponíamos en la trayectoria configurativa de la realidad.  

Sería fascinante imaginar desenlaces insólitos dentro de unos itinerarios forzosamente conectados entre sí y que por su propia naturaleza  hubieran dado finalmente los resultados que han dado. Quizá sea esto filosofía-ficción.

Pero ¿y si el orden no fuera una finalidad ya prevista sino el resultado último de una óptima relación de cosas? Aquí el azar también ha podido participar, entre el resto de conformaciones y propósitos, aunque en dosis no absolutamente invasoras.

El orden como destinación de la vida, como recompensa del paraíso a las almas, como indicador manifiesto de un sentido.  

Pero también seríamos capaces de imaginar en tramos ocasionalmente horizontales de una arborescencia elementos dispersos en devenir que posteriormente habrían funcionado como soldadores de una esfericidad de las cosas, como facilitadores fragmentarios de ese sentido que al final corona al orden o viceversa….

En definitiva una arborescencia arborícola se asemeja mucho a la naturaleza reticular de un texto.-  Para los impugnadores de todo sistema, representación o mero diagrama del movimiento del mundo ¿no es el texto el soporte tipográfico, por excelencia, del conocimiento en sus fases más complejas y duraderas?

En definitiva: si el motivo del árbol no hace sino remitirnos a espacios anacrónicos del ordenamiento de los saberes, sí podríamos utilizar la imagen de una ramificación como pasaje especulativo, como episodio puntual de los itinerarios del conocer.     


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