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Vivimos una época "alephiana", es decir, una época en la que la complejidad y la cantidad de conocimiento, sumado a la velocidad con que esa información pretende ponerse en circulación efectiva, impone formatos sorpresivamente pequeños, en comparación con los contenidos que albergan. El ejemplo paradigmático más común hoy es el pentdrive (el lápiz) .
Es como si un fragmento definido de universo contuviera al universo.
Al parecer, el saber sí ha acabado ocupando lugar. La vastedad de lo que conocemos se va comprimiendo en una espiral infinita. No tenemos más remedio.
Si tuviéramos que exponer literalmente lo que el hombre conoció y conoce del universo, eso nos obligaría a repetirlo. La era informática nos evade de realizar semejante colosal tautología, la de articular un continente de las dimensiones del contenido. La imagen global de la cultura sería la del visionamiento hologramático de todos los palimpsestos que la constituyen como estratos secretamente fecundantes.
Aunque sabemos que un par de palabras sobran para conocer lo esencial de una cosa, y que memoria y eternidad no tienen porqué ser sinónimos.
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Dos ejemplos famosos de desparasitar y desprejuiciar palabras de significaciones restringidas o negativas: Borges , con el término "inquisición" (Inquisiciones, Otras inquisiciones)
y Harold Bloom con el de "canon"(El canon de Occidente).
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