jueves, 3 de enero de 2013

DIARIO FILIFORME







Necesitaba decirlo. Las horas me alejan cada vez más de salpicarme con mis propias precipitaciones aurorales. Sentencio cada minuto con el suspiro que respira mi dispersión. Soy mi cáscara, el envoltorio de un signo sin lector. Las oclusiones exhiben un pentagrama de notas sordas. Implosiono, soy fantasma de mi presencia.  Hoy fue ayer. Conozco el juego de espejos del tiempo. Acaso el otoño consiga adelantar la caída estruendosa de un par de hojas. Me recojo en el instante que me descodifica en series de copos blandos. Me desintegro para convertirme en nube de ocaso, reflejo fugitivo de soles agonizantes, ristra polvorienta en los ojos de Ayax.



Sólo ahora estoy conmigo, para desembarazarme en las volutas posteriores del sueño. Agito palas de caucho para espantar  murciélagos translúcidos, repito el número de las losetas desprendidas con lentitud vertiginosa.



En paramentos de cuarzo, el día vuelve a velar las horas como concisas imantaciones de vacío que desconciertan toda épica tentativa de repetir los primeros besos.



La jornada es una arborescencia de  horas y alfabetos. Sólo la salva la respiración brillante de una estrella convaleciente. Al borde de cada abismo, una quimera piensa el sino de las otras quimeras y de los pasillos bifurcados. En cada gota de agua cabe un castillo levitando boca abajo.



Nada es tan definitivo que no acabe convertido en estremecido banderín de un acontecimiento sumido en otro más complejo.
 
 
 
 
 
 
 

Sidéreas permisiones determinan la pureza de cada triángulo. Si la noche volviera la cabeza, vería todas esas tapias deslizarse hacia un futuro casi cómico. Nada se estanca en una definición antojadiza. Es precisamente ese movimiento súbito lo que desplaza los grandes bloques de mercurio y la presión de los bastidores, tensando el ala defenestrada. Me permito firmar esta disolución de intervenciones. 



La concordancia de masas en evolución discontinua confirma la temblorosa lucidez de un pensamiento surtido de azar y molecularización de la percepción. Cuanto más confuso advierto el devenir del universo, más próximo estoy de definir el chasquido de sus engranajes y la sorpresiva resolución de sus productos.


Tras cada brote erótico, la escritura escupe un poema como consigna expresa de la materialización del Deseo deseante.



En la secular retorta del minuto diario en que los universos arden como uno solo, el porcentaje de transmutaciones imperceptibles que determinan el avanze del día es similar al número de moléculas microscópicas de arena que el caracol marino expulsa en cada aliento burbujeante. Cuantificaciones silenciosas articulan migraciones de savias en dobles hemisferios giratorios. El Sentido guarece mil alusiones compartimentadas en sintaxis radiales.



Horadar la cumbre en horizontal. Los sortilegios son un haz de pétalos desprendidos.



En cada desfibramiento crepuscular, rotan universos infinitésimos. Quien lee hace constar esta fábula de lo real acontecido. Las montañas son mitológicas y la hierba, el coro de las almas elegidas.

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