miércoles, 30 de enero de 2013

MINIMÍSIMA MORALIA


 
 
 
 

 Una desesperación desquiciante: que tu palabra soberana esté impedida, que no te fluya el discurso sino a trompicones, que no puedas manifestar tu energía sino a través de la compacidad distante de un texto.




Lo que me gusta de Baudelaire, lo que me hermana a una sensibilidad como la suya: el hastío ante la persistencia de la imbecilidad, el hartazgo de este mundo obstinado en sus ciclos, repeticiones, limitaciones y pobreterías.




Observar la belleza implica defenderla. Y hay muchas personas que escriben y sienten y valoran la dimensión ético-estética del mundo. Por ello todo ese discurso que denuncia la inexistencia de genios o de grandes escritores y poetas, actualmente, me parece no erróneo, sino falso y mitologizante.




En cada movimiento corpuscular del pensamiento se destejen grumos de suposiciones y se actualizan índices de relaciones.





Cada mirada supone un retoque del paisaje, una especificación del espacio.



La impaciencia esculpe poetas de pensamiento salvaje.




Se puede elegir decir todo acerca del mundo o escoger el silencio. Lo agradecerán, en un caso, los lectores de novelas o ensayos, y los biógrafos de arrobos solitarios, en el otro. No creo que ninguna posición sea mejor que la contraria.




45, 50, 55 años: las edades de la equidistancia.

 


Lo cualitativo no reside en el contenido sino en la forma.

 


Para un africano, por ejemplo, Europa se permite el lujo de hasta estar en crisis.
La crisis sería un atributo más de nuestra épica.





El difuso presente.




Un exceso de evidencias camuflan el misterio de la vida, del mismo modo que un exceso de información sobre un mismo asunto reduce, paradójicamente, el conocimiento sobre ese asunto. 


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