Nunca
me interesó leer las Poesías de Lautréamont, el santo patrón del famoso grupo
oniromántico de Breton, debido, personalmente, a una larga época de empacho
surrealístico-verborreico, y también porque ya conocía su más famosa obra Los
cantos maldoronianos.
Ha
sido una casualidad lo que me ha acercado al
sorpresivo texto que se esconde tras tan equivoco epígrafe.
Se
trata de una serie de textos aforísticos en los que el creador de Maldoror,
manifiesta su pensamiento sobre el mundo, la virtud, la literatura, los
literatos, el
absoluto…
Lautréamont
escribe con la agudeza y la desesperación de quien se sabe desterrado del
paraíso, y entiende, angustiosamente, que hay momentos vertiginosos en los que las nociones del
bien y del mal, se hacen indistinguibles.
Convendría
olvidarnos un poco de las consignas surrealistas en las que la obra de este escritor
viene siempre envuelta, para, despejando saturaciones e impertinencias
semánticas, ubicar con todo interés y precisión un pensamiento tan personal,
lancinante y explosivo, único entre las literaturas del momento, aunque, por
otro lado, sean innegables los vasos comunicantes entre la obra de Ducasse y el
espíritu que resucitaron los surrealistas.
La
modernidad del texto es explícita, aunque sea su moral lo que se pretenda
denunciar y conjurar. Qué típicas son esas listas caóticas de pasiones y males
sociales, el empleo sorprendente de la imagen porque el mundo se ha vuelto ininteligible
y sólo es posible retratarlo tal cual se da.
Lautréamont
no es un moralista, ciertamente, pero toda su visceral reacción es, finalmente, de índole ética. Quien
denuncia lo vil lo hace porque desea un mundo más digno y bello, no, se supone,
porque le interese estéticamente lo abyecto, aunque es precisamente este punto
lo que siempre ha resultado ambiguo en la práctica contemporánea.
Nos
encontramos con más de una curiosa alusión a la literatura española y con una
muy moderna figura retórica de trabajo: la cita de autores clásicos – Dante, Shakespeare, Victor Hugo- que Lautréamont
retoca, cambiando radicalmente el sentido de la misma.
2 comentarios:
Me quedo con uno de sus fragmentos :
La poesía no es la tempestad,
ni tampoco el ciclón.
Es un río fértil y majestuoso .
Un cordial saludo
Efectivamente, ésa es una de las frases que más me gustan. ¿Lo has leído, entonces?
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