Fijémonos en
los finales trepidantes de los ensayos largos de Octavio Paz, (no lo olvidemos,
los ensayos de un poeta) : tras una abundante información que el autor articula
sabiamente, sintetizando con brillantez grandes períodos del espíritu en un par
de párrafos, conforme se aproxima al final de su siempre ilustrativa
exposición, se inicia la coda final, la
fuga y variaciones del tema del que ha estado hablando, se suceden los enunciados
poéticos, la información se metamorfosea en imágenes y la continuidad de la
prosa se deshace en flecos imaginativos, totalmente alusivos.
En
el final de La llama doble, he
percibido en Paz, dentro de su habitual integración prismática del objeto
reflexionado, cierta cautela. Sin
dejarse llevar por euforias que le harían perder demasiado pronto el hilo de un
enfoque mesurado y lúcido, Paz se mantiene en su sitio, vigía de
transformaciones y sacudidas, y su
percepción final del amor, que es el tema central de este libro, no ubica dicha pasión en los confines de un
paraíso borroso ni la desplaza a mundos ultraterrenos en donde perderla de
vista, sino que la observa confundida con el tiempo, y, simultáneamente, haciéndolo reverberar y franqueándolo en la proyección de la plenitud,
el deseo realizado. Aunque final y paradójicamente,
el amor no deje de ser, latido de tiempo,
vida que se eleva y refulge, transformada y renovada.
Paz
es un poeta intelectual. Quizá de ahí venga el que, descartados el grito o la
confianza en la sentimentalidad exclusiva, piense que lo equitativo se
corresponda más justamente con una imagen del amor plenamente contextualizada,
es decir, en liza con las condiciones del vivir y en continua y fugaz
trascendencia de las mismas. El amor actúa aquí y ahora. La elevación y el
gozo, son frecuencias sublimadas de tiempo, intensidades que son más que
intensidades: vitalidad suma.
Tenía
pendiente desde hace tiempo este libro de Paz, y lo he leído con el deseo de
que el inteligente aliado, que el poeta mejicano fue, del surrealismo, movimiento que me parecía
la vanguardia para encarnar la harmonía salvaje del mundo moderno, me
comunicara algo nuevo, distinto, esperanzador, sobre el tema.
En
este sentido, creo que podemos reducir a un par de cosas capitales lo que
Octavio Paz afirma sobre el amor en este ensayo.
Una
de ellas es el papel subversivo que ha supuesto el amor en la historia de
Occidente. A través del amor cortés, en principio, y después, a través del romanticismo, el amor
ha traspasado fronteras, sociedades, ideologías y religiones, mostrándonos
parpadeos del paraíso, confirmando las conexiones insólitas y vibrantes de la
vida y convirtiéndose en garante, en símbolo de un persistir más allá de todo
ineludible límite y convencionalismo.
El
amor no asegura la felicidad eterna, pero se convierte en visor privilegiado de
esos momentos en que fulgura la vida y en los que podemos creernos inmortales,
en sintonía con un cosmos no hostil.
Mucho
se ha escrito en nuestra época sobre el sexo, sobre las enfermedades del mismo,
sobre sus perversiones y modalidades; menos sobre el papel del amor y la dimensión
de su significación actual. Independientemente de que multifraccionemos el
átomo, de que descubramos más planetas y galaxias y sembremos la tierra de herramientas
y máquinas, el gran misterio seguimos siendo nosotros mismos. Ligado a todo
ello, se interroga Paz hacia el final
del libro, sobre la orfandad de almas en
el mundo contemporáneo y lo que esto ha supuesto para la infelicidad de las
sociedades. En el mundo actual, a pesar del abanico de derechos y ventajas, la
persona es un número más, una cifra anónima en medio del flujo económico y
funcionarial. El estalinismo, por ejemplo, desposeyó a la gente de un alma a través de
las operaciones masivas de ingeniería social. Para el poeta, el mal es bien
perceptible: un mundo sin alma acaba siendo un mundo sin significado.
A
través de la historia de la literatura y del pensamiento, Paz, serena y
fluidamente, no deja escapar los aspectos más importantes que el amor ha
ofrecido para las distintas sociedades y ofrece en nuestra vidas: “la historia
del amor es inseparable de la historia de la libertad de la mujer”.
Señala
algo misterioso y que obsesionó a Breton: cómo y porqué se produce el amor entre
dos personas. Paz recuerda la accidentalidad de la que puede surgir el amor, y
ratifica que sin libertad entre ambos amantes, el amor es indiscernible. El amor
no es el contrato que fue en otras épocas: se resuelve en un afiebrado y
recíproco ir de una persona a la otra. En ese contacto de dos corrientes pueden
salir chispazos de rechazo y lucha, pero, mezclados a ello,
brotes de vida verdadera y de entusiasmo máximo.
Hechicerías
de la escritura y atolondramientos de la lectura: he dicho que hacia el final de su ensayo, Paz se muestra inclininado a mezclar el
amor con la vida, antes que divinizarlo, y colocarlo, sin más, por encima. En realidad,
el amor es una exaltación de la vida; es, en ese momento, la vida misma. En párrafos
interiores del libro, Paz es casi más rapsódico que al final, indicando la génesis
de las excelencias que el amor propicia como expresiones indescriptibles de la
felicidad.
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