Cuando se habla de
crisis, de pérdida de valores, de empobrecimiento general, acotamos demasiado
expeditivamente la realidad. Pretendemos con tales apreciaciones dar un informe
que es también una suerte de veredicto sobre el estado de las cosas, cuando resulta
que la realidad siempre será más rica y sorpresiva que lo que nuestros rastreos
accidentales y sumariales pretendan
ofrecer como resultado.
Este año, he tenido la
suerte de participar en la preselección de las obras aspirantes a un destacado
premio de poesía. Y como me ha ocurrido otros años, de nuevo, he vuelto a sorprenderme
y a entusiasmarme con lo que a veces, casi secretamente, hace y escribe la
gente.
Personalmente, desearía
que todos los poemarios ganasen el premio.
La idea de premiar a una sola obra me parece injusta y me fastidia, además, que por cuestiones de
gusto puedan excluirse trabajos que arriesguen en sus registros o vayan a ser
mal interpretados porque provengan de otras fronteras – no precisamente lingüísticas
– en las que las cadencias de la realidad se respiran de un modo distinto al
europeo.
Yo, este año, he vuelto
a darme un pequeño banquete de
subjetividades creativas a través de los textos que nos han llegado desde
distintos puntos del territorio nacional junto a otros provenientes de África y de Latinoamérica. Tras esas subjetividades, hay un yo, una
persona, un amanuense que procura ser lúcido vate de su mundo a través de la
confesión sublimada que es el poema, alguien
anónimo que supone una brecha nueva en el piélago de las posibilidades lingüísticas.
Y aunque, finalmente, la sorpresa literaria no suponga la fundación de una
nueva era en la lírica, el hecho de que la gente escriba, que se esfuerce en
retener y comunicar experiencias, es ya un gesto admirable de resistencia, de
diferencia, de contribución a la belleza.
Íntimamente,
lo que más me estremece, al tiempo que me deja un sabor melancólico, es la lectura de algunos de los poemarios en
los que, a pesar de las contenciones formales, de la consciencia de la
artificialidad de la escritura poética, creo haber asistido a la expresión
sincera, a la cuasi confesión de un dolor cuyos protagonistas no conoceré
nunca.
Vivimos la era de las telecomunicaciones, y en
esta era la poesía, según el estereotipo, o es una cursilería o un ejercicio de
hermetismo. Mi lectura de las obras concursantes confirma, una vez más, que
este concepto es falso. La gente trabaja y sufre. La gente crea belleza en
secreto. Escribe, es decir, lleva a cabo la operación alquímica de filtrar lo
que experimenta, desea y siente, a través de la retorta verbal y conforma ese
mensaje sosegado y fulgurante que es el poema. Y aquí la poesía no supone tanto
la invención de nuevos mundos como la confirmación de pertenecer a esa secreta
comunidad que necesita escribir al enjundioso dictado del verso.
1 comentario:
Me encanta leer lo que escribes .
Debe ser muy difícil elegir .
Creo que saber que no vas a conocer nunca a las personas que hay detrás de cada poema , hace mas llevadera la elección .
Tienen suerte de que seas tu ...
Besos
Publicar un comentario