Rafael Sánchez Ferlosio, en uno de los “pecios” de su último libro, Campo de retamas, se dirige a la televisión como “ese miserable
electrodoméstico”.
A
propósito de Ferlosio: el escritor accedió a aparecer en un estudio de
televisión y fue en un programa dirigido
por Sánchez Dragó, quien tras mil
súplicas, logró convencerlo. Que yo sepa, esta ha sido la única vez en que se ha podido ver a Ferlosio en directo.
El
papa actual, hizo una promesa en
1990 y desde entonces no ha visto la televisión.
Ferlosio
fue a la televisión, como hemos dicho, una vez. Agustín García Calvo no fue jamás. Era una cuestión de estrategia.
Si hubiera ido a la televisión, el discurso del “régimen”, como él llamaba al
estado socio-político actual, lo hubiera atrapado a través de su propia imagen,
y a partir de ahí, hubiese sido muy difícil deslindarse del juego de los
estereotipos y los prejuicios, es decir, de la manipulación. Creo que fue
coherente y que hizo muy bien.
Ya
lo he referido en este blog, pero lo recuerdo por lo novedoso que resulta: uno
de los mayores historiadores de religiones del siglo XX, narrador y ensayista, Mircea Eliade, tras su primer encuentro con un televisor, escribe
en su diario que los tres cuartos de hora que le había dedicado al nuevo
aparato, no habían supuesto para su conocimiento sobre el mundo ningún avance
que valiera la pena recordar.
En
el convento Santa Ana del Monte, de Jumilla, en que ingresé como postulante, en
1981, no había televisión. Durante casi un año y medio de convivencia en la
comunidad, la televisión no existió. Sólo recibíamos el periódico.
Por
la radio, me entero de que una población española de sólo unas docenas de
habitantes, las parejas más jóvenes ha decidido prescindir de la televisión.
Después de cenar, se sientan a la puerta de su casa a charlar (tal y como
hacía mi madre de pequeña).
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