Satie
utiliza metafóricamente el motivo de las ojivas para explicitar una serie
sonora, para insinuar un sentido en una duración musical. La impresión estética de tal
evento es de una exquisitez hermética, de una majestuosidad recóndita. Aunque tal
recóndita majestuosidad es más la consecuencia de una búsqueda que manifiesta
intencionalidad - bien pensado, ambas cosas son, finalmente, convergentes, no
sabríamos decir cuál de las dos ha sido primera -. La concreción de este objeto arquitectónico –
la ojiva - posee una significación lo
suficientemente autónoma para funcionar como ilustración de una creación
musical que podría antojársenos abstracta o demasiado experimental sin tal
relación, sin ese epígrafe. La genialidad del artista consiste en saber adaptar
una inquietud interior a un elemento externo, convirtiendo a este en pretexto
narrativo de un flujo, de un vórtice subjetivo, de este modo resuelto. Satie tendría
una masa de notas informuladas en su cabeza y el hallazgo formal de las ojivas sirvió para
terminar de articular tal conjunto de notas, para hacerlas eclosionar.
Al
escuchar la música, diviso en una penumbra general, brechas repentinas y lentas
que tan pronto como surgen se dispersan. Cada intervención, pausada, delicada
del piano, discretamente aristocrática, hace que divise estas brechas, como si
fueran objetos fantasmáticos emergidos de la nada que se pretende surcar, o alimentados a distancia por
la energía o causa que los impulsa. Se insinúa una escala – las distintas
alturas, los emplazamientos imaginarios de las ojivas -.
La versión que escucho, la interpretación
vertiginosamente lenta del pianista Reinbert de Leuw, subraya el acontecer del
sonido, potenciando el distanciamiento entre las alturas. No sólo el
sonido parece elevarse y querer constituirse en una alianza de alturas diversas,
sino que la regularidad de la impronta sonora crea un ensortijamiento de espectros
refinados: el recuerdo del pasado inmediatamente anterior, la ojiva musical que acaba de sonar. Soledades gongorinas. Minimalismo remoto precediendo su teoría. Apenas la "ojiva" suena, se esfuma a través de su propio eco. Se define algo así como una línea de pequeños
sucesos relacionados entre sí por ese ritmo. La música sube y baja, como si aspirara a cierto estrato en
el que persistiese mejor. La sucesión
sonora es suave y regular. La harmonía consiste en esta regularidad que, sin
embargo, tiene algo de especulativo, de tanteo exquisito. Las "ojivas" danzan estáticamente.
No se puede hablar aquí de significados sino de lo que experimento, de lo que siento. Y lo
que siento es que estoy en un lugar absolutamente especial y legítimo del universo, reclamando con suave
insistencia, con regulada intermitencia, mi tímido fragmento de gloria.
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