La
obra Tercer Año de Peregrinaje de
Franz Liszt la constituyen 7 de las más graves y densas piezas para piano del
repertorio del músico húngaro. He utilizado para este “visionamiento” la versión
impecable de Zoltan Kocsis en la firma Philips.
Ángelus. Lo que recuerdo de esta pieza es cómo empieza y cómo
acaba. Es lo que resulta más embriagador y específico. El piano imita el sonido de
una campana lejana llamando a rezar el Ángelus. Esa llamada es fascinadora, no
sabría bien decir por qué. Me aniquila dulcemente, me hundo en el
sillón y visiono la torre de una iglesia en un tranquilo pueblecito de mediados
del XIX. Con respecto a esa campana simbólica, aludida, metafórica, casi
podríamos hablar de música concreta: el resto de la pieza es una narración
romántica, pero las campanas suenan de pronto, de verdad, ahí, a través del
brumoso velo del tiempo, concretas y eternales.
A
los cipreses de la villa D´Este.
Para
esta interpretación romántica de un entorno barroco, Liszt tuvo que elegir a
los habitantes más graves de estos deliciosos jardines, ubicados en Tivoli: los
cipreses.
Solemnemente
avanzamos por un largo camino flanqueado de altos y sombríos cipreses. Sus
sombras acarician, ahogan el corazón. Hay un momento de leve ascensión, de
victoria. Respiramos, felizmente, un poco, tras la opresión. En ese camino los
cipreses escoltan el alma hacia el otro mundo, aunque quizá, cualquier otro
mundo sean ya esos jardines que Liszt nos hace recorrer en un crepúsculo ondulante y asfixiante.
Juegos
de agua de la villa de D´Este. El
piano imita los saltos, burbujeos y reflejos del agua brotando de las fuentes
de la villa. Imagino las extensiones sombrías de la villa y yo, retirado allí,
por toda la eternidad. El esfuerzo de Liszt por reproducir las formas y sonidos
del agua suenan a una especie de impresionismo grosero, arcaico en comparación
con Debussy y compañía. La melancolía persiste, a pesar de los tirabuzones
musicales.
Sunt
lacrymae rerum. Virtuosismos del abismo. Desolaciones y
reacciones algo salvajes. A veces llega
recordar a Hindemith.
Marcha
fúnebre. En memoria de Maximiliano I.
Sombras de la noche. Destellos oscuros. Bajando por cavernas hacia la
condenación y la desolación. Habría que señalar una cosa, aplicable a muchas
obras universales de la música clásica: las notas sombríamente furiosas ¿son
una protesta por la muerte del soberano o la mera descripción de su final?
Pero, precisamente al final la música experimenta un cambio de signo, una
ascensión luminosa abriéndose paso entre las sombras que hace pensar en la
posibilidad de una victoria ultima sobre la muerte.
Sursum
corda. El piano atrona. Torbellinos se abren delante nuestro. De la lucha contra las
sombras saldremos finalmente, - tras
muchos finales - , vencedores.
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