jueves, 24 de septiembre de 2015

ESCUCHANDO “TERCER AÑO DE PEREGRINAJE” DE FRANZ LISZT


 

 
 
La obra Tercer Año de Peregrinaje de Franz Liszt la constituyen 7 de las más graves y densas piezas para piano del repertorio del músico húngaro. He utilizado para este “visionamiento” la versión impecable de Zoltan Kocsis en la firma Philips.

 

Ángelus. Lo que recuerdo de esta pieza es cómo empieza y cómo acaba. Es lo que resulta más embriagador y específico. El piano imita el sonido de una campana lejana llamando a rezar el Ángelus. Esa llamada es fascinadora, no sabría bien decir por qué. Me aniquila dulcemente, me hundo en el sillón y visiono la torre de una iglesia en un tranquilo pueblecito de mediados del XIX. Con respecto a esa campana simbólica, aludida, metafórica, casi podríamos hablar de música concreta: el resto de la pieza es una narración romántica, pero las campanas suenan de pronto, de verdad, ahí, a través del brumoso velo del tiempo, concretas y eternales.

 

A los cipreses de la villa D´Este.
Para esta interpretación romántica de un entorno barroco, Liszt tuvo que elegir a los habitantes más graves de estos deliciosos jardines, ubicados en Tivoli: los cipreses.   
Solemnemente avanzamos por un largo camino flanqueado de altos y sombríos cipreses. Sus sombras acarician, ahogan el corazón. Hay un momento de leve ascensión, de victoria. Respiramos, felizmente, un poco, tras la opresión. En ese camino los cipreses escoltan el alma hacia el otro mundo, aunque quizá, cualquier otro mundo sean ya esos jardines que Liszt nos hace recorrer en un crepúsculo ondulante y asfixiante.

 

Juegos de agua de la villa de D´Este. El piano imita los saltos, burbujeos y reflejos del agua brotando de las fuentes de la villa. Imagino las extensiones sombrías de la villa y yo, retirado allí, por toda la eternidad. El esfuerzo de Liszt por reproducir las formas y sonidos del agua suenan a una especie de impresionismo grosero, arcaico en comparación con Debussy y compañía. La melancolía persiste, a pesar de los tirabuzones musicales.

 
 
 
 
 
 

Sunt lacrymae rerum.  Virtuosismos del abismo. Desolaciones y reacciones algo salvajes. A veces llega  recordar a Hindemith.

 


Marcha fúnebre. En memoria de Maximiliano I. Sombras de la noche. Destellos oscuros. Bajando por cavernas hacia la condenación y la desolación. Habría que señalar una cosa, aplicable a muchas obras universales de la música clásica: las notas sombríamente furiosas ¿son una protesta por la muerte del soberano o la mera descripción de su final? Pero, precisamente al final la música experimenta un cambio de signo, una ascensión luminosa abriéndose paso entre las sombras que hace pensar en la posibilidad de una victoria ultima sobre la muerte.

 

Sursum corda.    El piano atrona. Torbellinos se abren delante nuestro. De la lucha contra las sombras saldremos finalmente, -  tras muchos finales - , vencedores.    
 
 

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