Ya
hace tiempo que publicar los diarios íntimos o los borradores de las obras de
los grandes creadores ha dejado de ser considerado como algo secundario o
trivial, para convertirse en material de investigación biográfica y literaria
de primera mano.
Todo
lo que los escritores escribieron sin intención de publicar, se convierte en
testigo secreto de evoluciones estilísticas y de los vaivenes contextuales.
El
conjunto de notas de un escritor importante es hoy, y no, exclusivamente por
los devenires editoriales, casi una obra más del autor en cuestión. Podríamos
hablar de una literatura de la metaliteratura, del apunte, del fragmento, del
apéndice sustancioso, de la nota.
Independientemente
del interés filológico o lingüístico, es el deseo de escudriñar las tramas de
la imaginación universal lo que hace que nos adentremos en el orbe de los “pre-
textos” creados por los propios literatos en torno a sus obras.
Es
precisamente el carácter inmediatamente personal de publicaciones de este tipo
lo que azuza el interés tanto del lector que conoce la obra del escritor como
del crítico que desea renovar o fundamentar la imagen de su escritor preferido.
Estos
Cuadernos de Flaubert, estupendamente
editados por Eduardo Berti en la amable colección Páginas de Espuma, se componen de una variopinta y heterodoxa colección de
textos, citas, aforismos, diarios y proyectos de novelas y suponen
la totalidad de los borradores del
escritor normando. Se trata de un
material, cuantitativamente importante e inédito en España.
Leyendo
estos cuadernos nos encontramos no con simples u ociosas notas tomadas al margen, sino, en suma,
con un notable legado textual, atractivo
tanto para el estudioso de literatura en
general, como para los amantes de Flaubert, en singular.
Nos
descubren los itinerarios de las lecturas flaubertianas, los intereses
literarios y críticos del autor, sus copiosos escudriñamientos a través de
disciplinas varias, como la filosofía o la historia, siempre en búsqueda de lo
chocante y lo paradójico, de lo
representativo y lo pintorescamente notorio. El conjunto de sus notas y
aforismos trazan un sofisticado
horizonte de curiosas correspondencias, muestran un talante escrutador que merodea en torno a unas singularidades
sociales y estéticas que sólo un ojo crítico con la época en que vive sabría deslindar de
la sucesión histórica.
Los
cuadernos nos revelan a un Flaubert como ávido lector de obras políticas,
literarias, históricas, filosóficas, religiosas y esotéricas. Esta suerte de
enciclopedismo soterrado, esta profusión de fuentes anotadas se explican por
una razón fundamental que el propio Flaubert especifica en una de sus notas. Antiguamente,
soñar implicaba fundar naciones e imperios, descubrir nuevas tierras,
expandirse. Ahora, el sueño, tras el ocaso de las grandes civilizaciones y el
fulgor de tantas batallas, se retira a la interioridad del recuento pululante
de lo existente y a la fascinación por lo acontecido. El movimiento del hombre ha
cambiado de signo y dirección: antes se abría al exterior e invadía el espacio,
ahora, se repliega sobre sí, seducido por la aventura cognoscitiva. La
heroicidad secreta burguesa es la de atravesar con la lectura los volúmenes
infinitos de las bibliotecas que ha acuñado el paso de los siglos.
La historia, contemplada como
una línea interminable, acumula tal
cantidad de acontecimientos y épocas, el saber suma tantas ramas y disciplinas,
que el sueño del hombre decimonónico consistirá en recorrer, desde su gabinete
de estudio, ese laberinto de mundos, intentando descifrar su clave. La imagen inercial de la historia como
acumulación mastodóntica que es propia del siglo XIX se convierte para el
investigador de esa época en cómodo volumen de datos sobre el que
recostarse para fantasear sobre lo infinito de lo acontecido. El sueño del conocimiento es adueñarse de la
historia, de su riqueza y vericuetos, pero, independientemente de esta
aspiración monástica que obliga al intelectual burgués al retiro sibarítico de
la compilación, el caudal real de la historia ha desembocado en el seno de la
descastada sociedad burguesa y Flaubert piensa que la cultura del futuro
inmediato consistirá en una mixtura ineludible, en una fusión entre Oriente y
Occidente, en una barbarización del civilizado y a una civilización del
bárbaro.
Qué
vanguardista suena esta observación flaubertiana: no hay más que echar un
vistazo a las sociedad europea, a las derivas del arte contemporáneo, para
comprobar su cumplimiento.
No
es de extrañar que ante tales
expectativas, ubicado lo épico en épocas remotas, la mente flaubertiana
produjera obras imaginativas tan sintomáticas
como Salambó – el vértigo por
el detalle pululante que provocaba la fascinación decimonónica por Oriente - Las tentaciones de San Antonio,- desfile fantástico de hibridaciones entre el
cristianismo y las civilizaciones de la antigüedad - y Bouvard y Pecuchet, - la pareja de pintorescos
archiveros que desde provincias pretenden consignar plácidamente todas las
disciplinas del saber universal.
Describimos
escuelas y movimientos literarios para “apresar” las obras literarias y también para controlar la aparición, la
dinámica de todo ente artístico. Antes
de conocer a Flaubert lo encasillaba en el movimiento realista o naturalista,
tendencias literarias que no me producían demasiado entusiasmo. El volumen de
notas aquí reunidas, confirma el carácter de un escritor sorpresivo que se
sumerge en la historia para consignar los devenires del presente. La originalidad
con que se interna en el follaje de los textos que son esa historia, hace que
sea literariamente uno de los escritores modernos más vibratoriamente cercanos.
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