jueves, 1 de octubre de 2015

Gustave Flaubert. CUADERNOS

 
 
 
 
 

Ya hace tiempo que publicar los diarios íntimos o los borradores de las obras de los grandes creadores ha dejado de ser considerado como algo secundario o trivial, para convertirse en material de investigación biográfica y literaria de primera mano.

Todo lo que los escritores escribieron sin intención de publicar, se convierte en testigo secreto de evoluciones estilísticas y de los vaivenes contextuales.  

El conjunto de notas de un escritor importante es hoy, y no, exclusivamente por los devenires editoriales, casi una obra más del autor en cuestión. Podríamos hablar de una literatura de la metaliteratura, del apunte, del fragmento, del apéndice sustancioso, de la nota.

Independientemente del interés filológico o lingüístico, es el deseo de escudriñar las tramas de la imaginación universal lo que hace que nos adentremos en el orbe de los “pre- textos” creados por los propios literatos en torno a sus obras.

Es precisamente el carácter inmediatamente personal de publicaciones de este tipo lo que azuza el interés tanto del lector que conoce la obra del escritor como del crítico que desea renovar o fundamentar la imagen de su escritor preferido.    

 
Estos Cuadernos de Flaubert, estupendamente editados por Eduardo Berti en la amable colección Páginas de Espuma, se componen de  una variopinta y heterodoxa colección de textos, citas, aforismos, diarios y proyectos de novelas y suponen la totalidad de los borradores  del escritor normando.  Se trata de un material, cuantitativamente importante e inédito en España.  

 
Leyendo estos cuadernos nos encontramos no con simples u ociosas notas tomadas al margen, sino, en suma, con un notable legado textual,  atractivo tanto para el estudioso  de literatura en general, como para los amantes de Flaubert, en singular.

Nos descubren los itinerarios de las lecturas flaubertianas, los intereses literarios y críticos del autor, sus copiosos escudriñamientos a través de disciplinas varias, como la filosofía o la historia, siempre en búsqueda de lo chocante y lo  paradójico, de lo representativo y lo pintorescamente notorio. El conjunto de sus notas y aforismos trazan  un sofisticado horizonte de curiosas correspondencias, muestran un talante escrutador  que merodea en torno a unas singularidades sociales y estéticas que sólo un ojo crítico con la época en que vive sabría deslindar de la sucesión histórica.  
 
 
 
 
 
 
 
Los cuadernos nos revelan a un Flaubert como ávido lector de obras políticas, literarias, históricas, filosóficas, religiosas y esotéricas. Esta suerte de enciclopedismo soterrado, esta profusión de fuentes anotadas se explican por una razón fundamental que el propio Flaubert especifica en una de sus notas. Antiguamente, soñar implicaba fundar naciones e imperios, descubrir nuevas tierras, expandirse. Ahora, el sueño, tras el ocaso de las grandes civilizaciones y el fulgor de tantas batallas, se retira a la interioridad del recuento pululante de lo existente y a la fascinación por lo acontecido. El movimiento del hombre ha cambiado de signo y dirección: antes se abría al exterior e invadía el espacio, ahora, se repliega sobre sí, seducido por la aventura cognoscitiva. La heroicidad secreta burguesa es la de atravesar con la lectura los volúmenes infinitos de las bibliotecas que ha acuñado el paso de los siglos.
La historia, contemplada como una línea interminable,  acumula tal cantidad de acontecimientos y épocas, el saber suma tantas ramas y disciplinas, que el sueño del hombre decimonónico consistirá en recorrer, desde su gabinete de estudio, ese laberinto de mundos, intentando descifrar su clave. La imagen inercial de la historia como acumulación mastodóntica que es propia del siglo XIX se convierte para el investigador de esa época en cómodo volumen de datos sobre el que recostarse para fantasear sobre lo infinito de lo acontecido.  El sueño del conocimiento es adueñarse de la historia, de su riqueza y vericuetos, pero, independientemente de esta aspiración monástica que obliga al intelectual burgués al retiro sibarítico de la compilación, el caudal real de la historia ha desembocado en el seno de la descastada sociedad burguesa y Flaubert piensa que la cultura del futuro inmediato consistirá en una mixtura ineludible, en una fusión entre Oriente y Occidente, en una barbarización del civilizado y a una civilización del bárbaro.

Qué vanguardista suena esta observación flaubertiana: no hay más que echar un vistazo a las sociedad europea, a las derivas del arte contemporáneo, para comprobar su cumplimiento.

No es de extrañar que ante tales  expectativas, ubicado lo épico en épocas remotas, la mente flaubertiana produjera obras imaginativas tan sintomáticas  como Salambó – el vértigo por el detalle pululante que provocaba la fascinación decimonónica por Oriente - Las tentaciones de San Antonio,-  desfile fantástico de hibridaciones entre el cristianismo y las civilizaciones de la antigüedad -  y  Bouvard y Pecuchet, - la pareja de pintorescos archiveros que desde provincias pretenden consignar plácidamente todas las disciplinas del saber universal. 

Describimos escuelas y movimientos literarios para “apresar” las obras literarias  y también para controlar la aparición, la dinámica  de todo ente artístico. Antes de conocer a Flaubert lo encasillaba en el movimiento realista o naturalista, tendencias literarias que no me producían demasiado entusiasmo. El volumen de notas aquí reunidas, confirma el carácter de un escritor sorpresivo que se sumerge en la historia para consignar los devenires del presente. La originalidad con que se interna en el follaje de los textos que son esa historia, hace que sea literariamente uno de los escritores modernos más vibratoriamente cercanos.   
 
 
 
  

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