lunes, 12 de octubre de 2015

EL SUEÑO LÓGICO


En un estado de semivigilia, tras la toma de un relajante, me asalta la ebriedad y me pongo a escribir. Al día siguiente, de lo que me acuerdo es de las sensaciones que tuve al escribir, más que de lo escrito. Como suele ocurrir con los sueños, es más intenso y valioso el recuerdo del estado de ebriedad que lo producido por tal estado. De todos modos, para no perder lo escrito, lo transcribo aquí. Algunas líneas me han resultado ininteligibles - no he entendido mi letra -  y en otros puntos he podado las deshilachadas frases finales de alguno de los párrafos.  

 
 
 
Con respecto a la lógica que relaciona hechos, qué clara es la noche.

Lo admirable es que los hechos constituyan una lógica.

Durante la noche, el día es el conjunto de acontecimientos, el acontecimiento, por antonomasia.  La vida aconteció. Y percibimos el hecho normativo: la sucesión de hechos, vislumbrando su significado final. Percibes el sentido de la lógica de los hechos. También es verdad que porque han sucedido, tienen sentido. La interrelación de los sucesos no es absolutamente manifiesta, hay que saber buscarla, definirla. El que a los veinte años uno no ejecutara determinada cosa esencial para la vida, a los 50 surge sobre la superficie esa ausencia con una transparencia meridiana. En el centro de la noche de mi visión, se ubica la operación de esa frustración.

Lo que ocurre me dona un significado, me presta una relación. El suelo del acontecer está sembrado de significados. No es que mi vida dependa de ellos, pero podría saber porqué estoy donde estoy si revisara sus certidumbres.

Si leo el mundo, es porque, finalmente, concibo lo que me ocurre como una metáfora. Todo es término de otra cosa – ése es el enunciado formal semiótico-. No sé lo que todo ello me deparará, pero ocurre y si describo una senda en la vida es porque he logrado trenzar alguno de tales significados.

Todo tiene un significado, un destino en el significado, lo aceptemos o no. El significado se dispersará en la bruma del tiempo, pero yo logré percibirlo y escribirlo.

El sentido existe en tanto que gracias a mi observación lo percibo y lo doy a la luz. Pero no podría no darlo a la luz. Mi descripción articula las partes incandescentes del sentido.

Qué tiempo hace el mundo, qué mundo se da en el mundo.

Puedo olvidarme de ello, de desenhebrar la estrella semántica, pero en el decirnos algo me describo y defino, ineludiblemente.

  

 


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